Ese fue el año de los primeros vuelos PEN no tripulados, que Jase siguió con especial atención. Eran los vehículos que transportarían a los humanos a Marte, y a diferencia de los vehículos sembradores relativamente simples, los PEN eran una tecnología nueva. PEN quería decir «propulsión electronuclear»: reactores nucleares en miniatura que servían de fuente de energía a propulsores iónicos mucho más poderosos que los que habían impulsado a los vehículos sembradores, con potencia suficiente para permitir cargas muchísimo mayores. Pero llevar esos leviatanes a órbita requeriría cohetes tan grandes como jamás había lanzado la NASA, hechos de lo que Jason llamaba «ingeniería heroica», heroicamente cara. El elevado coste previsto había empezado a producir señales de alarma en un Congreso que mayoritariamente aprobaba el proyecto, pero la serie de notables éxitos mantenía la disensión a raya. A Jason le preocupaba que un solo fallo conspicuo pudiera cambiar esa ecuación.
Poco después de año nuevo un vehículo PEN de prueba no hizo su reentrada con el paquete de datos de la prueba y se supuso que había fallado en órbita. Se hicieron discursos acusatorios en Capítol Hill, liderados por una camarilla de fiscales ultraconservadores que representaban a estados que no tenían inversiones significativas en la industria aeroespacial, pero los amigos de E. D. en el Congreso anularon las objeciones y una prueba con éxito a la semana siguiente acabó con la controversia. Sin embargo, según dijo Jason, sólo habíamos esquivado una bala.
Diane había seguido el debate pero lo consideraba trivial.
—De lo que Jase tendría que preocuparse —dijo—, es de lo que significa este asunto de Marte para el mundo. Hasta ahora todo ha sido buena publicidad, ¿no? Todo el mundo está como loco con esto, todos queremos algo que nos reafirme en nuestra creencia sobre… no sé cómo llamarlo… el poderío de la raza humana. Pero la euforia pasará tarde o temprano, y mientras tanto la gente se está acostumbrando muchísimo a convivir con el Spin.
—¿Y eso es malo?
—Si el proyecto marciano fracasa o no consigue los resultados esperados, sí. No sólo porque la gente quedará decepcionada. Han sido testigos de la transformación de todo un planeta… tienen un metro con el que tomarle la medida al Spin. Percibir su desquiciante poder, quiero decir. El Spin no es simplemente un fenómeno abstracto… habéis hecho que la gente mire a la bestia a los ojos, y bien por vosotros, supongo, pero si vuestro proyecto sale mal le robaréis de nuevo a la gente ese valor, y entonces será peor porque han visto al monstruo. Y no os amarán por fracasar, Tyler, porque eso los dejará más asustados de lo que jamás han estado.
Cité el poema de Housman que ella me había enseñado hacía tanto tiempo: El tierno infante no es consciente ¡De que se lo ha comido el oso!.
—El tierno infante empieza a darse cuenta de lo que le pasa —dijo ella—. Quizá sea así como se define la tribulación.
Pudiera ser. Algunas noches, cuando no podía dormir, pensaba en los Hipotéticos, fueran quienes (o lo que) fueran. Sólo había un hecho concreto y obvio acerca de ellos: no eran simplemente capaces de encerrar a la Tierra en esta… membrana extraña, sino que habían estado ahí fuera, enseñoreándose, regulando nuestro planeta y el paso del tiempo… durante casi dos mil millones de años.
Nada remotamente humano podría ser tan paciente.
El neurólogo de Jason me avisó sobre un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association ese invierno. Investigadores de la Universidad de Cornell habían descubierto un marcador genético para la EM aguda resistente a tratamiento. El neurólogo, un rechoncho y jovial nativo de Florida llamado David Malmstein, había hecho un análisis del ADN de Jason y había encontrado la secuencia sospechosa. Le pregunté qué significaba.
—Significa que podemos adaptarle la medicación de forma algo más específica para su caso. También significa que jamás podremos darle el tipo de remisión permanente que esperan los pacientes típicos de EM.
—Parece que lleva en remisión la mayor parte de un año. ¿Eso no es a largo plazo?
—Sus síntomas están bajo control, eso es todo. La EMA sigue ardiendo, como un fuego lento en una veta de carbón. Llegará un momento en que no podremos compensarlo.
—El punto de no retorno.
—Se podría decir así.
—¿Durante cuánto tiempo podrá pasar por normal?
Malmstein se calló un instante.
—Sabes —me dijo—, eso mismo me preguntó él.
—¿Y qué le dijiste?
—Que no soy un adivino. Que la EMA es una enfermedad cuya etiología no está bien establecida. Que el cuerpo humano tiene su propio calendario.
—Supongo que no le gustó la respuesta.
—Expresó su desaprobación de manera bastante evidente. Pero es cierto. Podría pasarse toda la próxima década sin manifestar síntomas. O podría estar en silla de ruedas para finales de esta semana.
—¿Y le dijiste eso?
—Una versión más suave, más amable. No quiero verle perder la esperanza. Tiene espíritu de luchador, y eso cuenta mucho. Mi opinión sincera es que estará bien a corto plazo, dos años, cinco, puede que más. Y entonces las apuestas están en su contra. Ojalá tuviera un pronóstico mejor.
No le conté a Jase que había hablado con Malmstein, pero vi la forma en la que en las semanas siguientes redobló su trabajo, acumulando sus éxitos contra el tiempo y la mortalidad, no la del mundo sino la suya.
El ritmo de los lanzamientos, por no mencionar su coste, empezó a aumentar. La última oleada de lanzamientos sembradores (la única que en realidad llevaba semillas de verdad) tuvo lugar en marzo, dos años después de que Jase, Diane y yo hubiéramos visto una docena de cohetes similares que partían de Florida hacia lo que en aquel entonces era un planeta estéril.
El Spin nos había dado el impulso necesario para una ecopoiesis larga. Sin embargo, ahora que habíamos lanzado las semillas de plantas complejas, la sincronización era crucial. Si esperábamos demasiado, Marte podría evolucionar más allá de nuestro alcance: una especie de cereal comestible que hubiera pasado un millón de años evolucionando en estado silvestre puede que no se pareciera a su forma ancestral, puede que no fuera comestible o que fuera directamente venenosa.
Eso significaba que los satélites de vigilancia tendrían que ser lanzados sólo semanas después de la armada de semillas, y los vehículos PEN tripulados, si los resultados parecían prometedores, inmediatamente después.
Recibí otra llamada tardía de Diane la noche siguiente al lanzamiento de los satélites. (Sus paquetes de datos habían sido recuperados a las pocas horas pero estaban todavía de camino al JPL en Pasadena para ser analizados). Sonaba estresada y admitió cuando la interrogué que se había quedado sin trabajo por lo menos hasta junio. Simon y ella tenían problemas para pagar los atrasos del alquiler. No podía pedirle dinero a E. D., y le era imposible hablar con Carol. Estaba reuniendo el coraje para hablar con Jase, pero no le gustaba la humillación implícita.