—Aquí, en la clínica, no.
—¿En casa?
—Sí.
—¿Se los enseñaste a ella?
—Por supuesto que no.
—Pero puede que tuviera acceso a ellos cuando tú no eras consciente de ello.
—Supongo que sí. —Un sí rotundo.
—¿Y ella no está aquí para responder a ninguna pregunta? ¿Te llamó diciendo que estaba enferma?
Me encogí de hombros.
—No me ha llamado para nada. Lucinda intentó ponerse en contacto con ella, pero no responde al teléfono.
Jason suspiró.
—No te estoy culpando de esto, Tyler. Pero tienes que admitir que hiciste muchas elecciones cuestionables en este asunto.
—Me enfrentaré a ello —dije.
—Sé que estás enfadado. Herido y enfadado. No quiero que salgas de aquí y hagas algo que empeore las cosas. Pero quiero que reflexiones sobre cuál es tu postura en este proyecto. Dónde están tus lealtades.
—Sé dónde están —dije.
Intenté contactar con Molly desde mi coche pero seguía sin responder al teléfono. Fui hasta su apartamento. Era un día cálido. El bajo edificio de estuco donde vivía estaba envuelto en una neblina de aspersores de césped. El olor fungoso a mantillo húmedo se infiltró en el coche.
Giraba el coche hacia el aparcamiento de visitantes cuando vi a Moll apilando cajas en la parte de atrás de un remolque de mudanzas enganchado al parachoques de su Ford. Paré el coche frente a ella. Me vio y dijo algo que no pude oír bien pero que sonaba mucho como «¡Oh, mierda!». Pero se mantuvo en su sitio cuando salí del coche.
—No puedes aparcar aquí—dijo—. Bloqueas la salida.
—¿Te vas a algún lado?
Molly dejó una caja de cartón etiquetada como platos sobre el suelo corrugado del remolque.
—¿A ti qué te parece?
Llevaba pantalones de vestir color canela, una camisa vaquera y un pañuelo para ceñirse el pelo. Me acerqué y ella retrocedió tres pasos, claramente asustada.
—No voy a hacerte daño —dije.
—¿Y qué quieres?
—Saber quién te contrató.
—No sé de qué me estás hablando.
—¿Trataste directamente con E.D, o usó un intermediario?
—Mierda —dijo ella, midiendo la distancia entre ella y la puerta del coche—. Deja que me vaya, Tyler. ¿Qué quieres de mí? ¿Qué sentido tiene todo esto?
—¿Acudiste a él y le hiciste una oferta o te llamó él primero? ¿Y cuándo empezó todo, Moll? ¿Me follaste para sacarme información o me vendiste en algún momento de nuestra primera cita?
—Vete al infierno.
—¿Cuánto te pagó? Me gustaría saber cuánto valgo.
—Vete al infierno. ¿Qué importancia tiene, de todas formas? No es…
—No me digas que no es por el dinero. Quiero decir ¿es que hay principios involucrados en esto?
—El dinero es el principio. —Se limpió el polvo de las manos sobre los pantalones, un poco menos asustada, algo más desafiante.
—¿Qué es lo que quieres comprar, Moll?
—¿Que qué quiero comprar? Lo único importante que cualquiera puede comprar. Una muerte mejor. Una muerte más limpia y mejor. Uno de estos días el sol saldrá y no dejará de salir hasta que todo el puto cielo esté en llamas. Y lo siento, pero quiero vivir en algún sitio agradable hasta que eso suceda. Algún lugar tan cómodo como pueda permitírmelo. Y cuando llegue ese último amanecer, quiero unas cuantas drogas realmente caras para ayudarme a cruzar al otro lado. Quiero irme a dormir antes de que empiecen los gritos. La verdad, Tyler. Eso es todo lo que quiero, eso es lo único que quiero en el mundo de verdad, y gracias, gracias por hacerlo posible. — Tenía la cara contraída con ferocidad, pero una lágrima se le escapó y le resbaló por la mejilla—. Por favor, mueve tu coche.
—¿Una casa bonita y un frasco de pastillas? ¿Ése es tu precio? —dije.
—No hay nadie que cuide de mí excepto yo misma.
—Eso suena patético, pero creía que podríamos cuidar el uno del otro.
—Eso significaría confiar en ti. Y no quiero ofenderte, pero… mírate. Deslizándote por la vida como si estuvieras esperando una respuesta o a un salvador, o simplemente permanentemente a la espera.
—Intento ser sensato, Moll.
—Oh, no lo dudo. Si la sensatez fuera un cuchillo estaría desangrándome. Pobre y sensato Tyler. Pero eso también lo descubrí. Toda esa dulce santurronería que llevas puesta como si fuera un traje. ¿Es venganza, no? Es tu venganza contra el mundo por decepcionarte. El mundo no te dio lo que querías, y por tanto tú no das nada sino simpatía y aspirinas.
—Molly…
—Y no te atrevas a decirme que me amas, porque sé que no es verdad. No sabes diferenciar entre estar enamorado y comportarte como si lo estuvieras. Que me eligieras fue bonito, pero podría haber sido cualquier otra, y créeme, Tyler, hubiera sido igual de decepcionante, de una forma u otra.
Me di la vuelta y me encaminé a mi coche, un poco inestable, menos conmocionado por la traición que por lo definitivo de ésta, intimidades narradas como unas inversiones de alto riesgo en una crisis del mercado de valores. Entonces me volví.
—¿Y qué hay de ti, Moll? Sé que te pagaron por la información, pero ¿fue por eso por lo que me follaste en un principio?
—Te follé —dijo—, porque me sentía sola.
—¿ Y ahora también?
—Nunca dejé de sentirme sola —dijo.
Arranqué el coche y me fui.
El tictac de caros relojes
Las elecciones se acercaban rápidamente. Jason tenía la intención de usarlas de tapadera.
—Arréglame —había dicho. Y, según insistía, había una forma de hacerlo. Era poco ortodoxa. No estaba aprobada por la FDA. Pero era una terapia con una larga historia bien documentada. Y me dejó claro que pretendía usarla, con mi cooperación o sin ella.
Y debido a que Molly le había despojado de todo lo que le era importante (y me había dejado a mí entre los restos), accedí a ayudarle. (Pensando, irónicamente, en aquello que E. D. me había dicho hacía tantos años: «Espero que cuides de él. Espero que uses tu buen juicio». ¿Era eso lo que hacía?)
En los días previos a las elecciones de noviembre, Wun Ngo Wen nos informó sobre el procedimiento a seguir y sus riesgos asociados.
Conferenciar con Wun no era fácil. El problema no era tanto la red de seguridad que le rodeaba, aunque era bastante difícil de sortear, sino la multitud de analistas y especialistas que se alimentaban de sus archivos como abejorros del néctar. Eran académicos respetables, autorizados por Homeland Security, que habían jurado guardar el secreto, al menos pro tem, hipnotizados por los vastos bancos de datos de sabiduría marciana que Wun había traído a la Tierra consigo. La información digital era equivalente a quinientos volúmenes sobre astronomía, biología, matemáticas, física, medicina, historia y tecnología a más de mil páginas por volumen, gran parte de lo cual superaba considerablemente los conocimientos terrestres. Si los contenidos completos de la Biblioteca de Alejandría hubieran sido recuperados mediante una máquina del tiempo no hubieran producido tal furor académico.
Esa gente trabajaba bajo presión para terminar su tarea antes del anuncio oficial de la presencia de Wun. El gobierno federal quería al menos un índice aproximado de los archivos (gran parte de los cuales estaban en un inglés aproximado, pero algunas partes estaban en notación científica marciana) antes de que los gobiernos extranjeros empezaran a exigir sus derechos de acceso. El Departamento de Estado planeaba producir y distribuir copias saneadas de las cuales habrían sido expurgadas determinadas tecnologías potencialmente valiosas o peligrosas o que serían «presentadas de forma resumida» mientras los originales seguirían siendo alto secreto.