Por tanto, tribus enteras de académicos batallaban por tener y guardar celosamente su acceso a Wun, que podía interpretar o explicar lagunas en los textos marcianos. En varias ocasiones fui expulsado de las habitaciones de Wun por hombres y mujeres frenéticamente educados del «grupo de física de alta energía» o «el grupo de biología molecular» que exigían su cuarto de hora negociado. Wun de vez en cuando me presentaba a esa gente pero ninguno de ellos se alegraba demasiado de verme, y a la líder del equipo de ciencias médicas casi le da una taquicardia del susto cuando Wun anunció que me había elegido como su médico personal.
Jase tranquilizó a los académicos insinuando que yo era parte del «proceso de socialización» mediante el cual Wun pulía sus modales terráqueos fuera del contexto de la política o la ciencia, y yo le prometí a la líder del equipo médico que no proporcionaría tratamiento médico a Wun sin su implicación directa. Se extendió el rumor entre los investigadores de que yo era un civil oportunista que había conseguido introducirse en el círculo interno de Wun y que mi ganancia sería un jugoso contrato para un libro después de que se hiciera pública la existencia de Wun. El rumor surgió espontáneamente pero no hicimos nada por desmentirlo; servía a otros propósitos.
El acceso a los fármacos era más fácil de lo que hubiera esperado. Wun llegó a la Tierra con una farmacopea entera de drogas marcianas, ninguna de las cuales tenía contrapartidas terrestres y que podría necesitar, según afirmaba, para tratarse a sí mismo llegado el día. Los suministros le habían sido confiscados de su nave pero le fueron devueltos una vez confirmado su estatus de embajador. (Sin duda, el gobierno había tomado muestras; pero Wun dudaba que un análisis simple revelara el propósito de ninguno de esos materiales altamente sofisticados.) Wun simplemente le proporcionó un par de viales de la sustancia pura a Jason, que se los llevó lejos de Perihelio en una nube oscura de privilegios ejecutivos.
Wun me informó sobre la dosis, administración, contraindicaciones y problemas potenciales. Me sentí abatido ante la enorme lista de riesgos potenciales. Incluso en Marte, según dijo Wun, la tasa de mortalidad era de un nada trivial 0,1 por ciento, y en el caso de Jason se complicaba por su EMA.
Pero sin tratamiento, el pronóstico de Jason era aún peor. Y él seguiría adelante con esto lo aprobara yo o no… en cierto sentido, ahora el médico de cabecera era Wun Ngo Wen, no yo. Mi papel sería simplemente supervisar el procedimiento y tratar cualquier efecto secundario inesperado. Lo que tranquilizaba mi conciencia, aunque el argumento sería difícil de defender en un tribunaclass="underline" puede que Wun «recetara» la droga, pero no sería su mano la que la introduciría en el cuerpo de Jason.
Sería la mía.
Wun Ngo Wen ni siquiera estaría con nosotros. Jase había reservado unas vacaciones de tres semanas hacia finales de noviembre y principios de diciembre, y para entonces Wun se habría convertido en una celebridad global, un nombre que (aunque inusual) todo el mundo reconocería. Wun estaría ocupado dirigiéndose a las Naciones Unidas y aceptando la hospitalidad de la colección algo ensangrentada de monarcas, mulás, presidentes y primeros ministros de este planeta, mientras Jason sudaba y vomitaba de camino a una salud mejor.
Necesitábamos un lugar al que ir. Un lugar donde pudiera ponerse enfermo sin despertar suspicacias, un lugar al que yo pudiera ir a atenderle sin atraer la atención no requerida, pero lo suficientemente civilizado para que pudiera llamar a una ambulancia si las cosas salían mal. Un sitio cómodo. Tranquilo.
—Conozco el lugar perfecto —dijo Jason.
—¿Y dónde está?
—La Gran Casa —dijo.
Me reí, hasta que me di cuenta de que lo decía en serio.
Diane no volvió a llamarme hasta pasada una semana de la visita de Lomax a Perihelio, una semana después de que Molly se marchara a reclamar la recompensa que E. D. Lawton o sus detectives de alquiler le hubieran prometido.
Sábado por la tarde. Estaba solo en casa. Un día soleado, pero tenía las persianas bajadas. Durante toda la semana, había estado haciendo equilibrios entre mis horas de consulta con los pacientes de la clínica de Perihelio y las tutorías a escondidas con Wun y Jase y ahora contemplaba la desolación de este fin de semana vacío. Estar ocupado era bueno, razoné, porque cuando estabas ocupado te sumergías por completo en los problemas rutinarios pero comprensibles que ahogan el dolor y abotargan el remordimiento. Eso era sano. Eso era un proceso para hacer frente a la pena. O al menos una táctica dilatoria. Útil, pero, lamentablemente, temporal. Porque tarde o temprano el ruido se desvanece, las muchedumbres se dispersan y vuelves a casa, a la bombilla fundida, a la habitación vacía, a la cama sin hacer.
Lo pasaba bastante mal. Ni siquiera estaba seguro de cómo sentirme… o más bien, cuál de los diversos e incompatibles modos de dolor debería aceptar primero. «Estás mejor sin ella», me había dicho Jase un par de veces, y eso era tan cierto como banaclass="underline" mejor sin ella, pero sería mejor todavía si pudiera entenderla, si pudiera decidir si Molly me había usado o me había castigado por usarla a ella, si mi amor frío y quizá ligeramente falso equivalía a su igualmente frío y rentable repudió.
Entonces sonó el teléfono, lo que resultó embarazoso porque estaba ocupado quitando las sábanas de mi cama, haciéndolas pelotas para un viaje a la lavandería, montones de detergentes y agua hirviente para eliminar todo rastro del aura de Molly. Uno no desea que le interrumpan en una tarea así. Te hace sentir avergonzado. Pero siempre he sido un esclavo de las llamadas telefónicas. Lo cogí.
—¿Tyler? —dijo Diane—. ¿Eres tú? ¿Estás solo?
Admití que estaba solo.
—Bien, me alegro de poder pillarte en casa. Quería decirte que vamos a cambiar el número de teléfono. No aparecerá en la guía. Pero en caso de que necesites ponerte en contacto conmigo…
Recitó su número privado que garabateé en una servilleta que tenía a mano.
—¿Por qué no queréis estar en la guía de teléfonos? —Ella y Simon sólo tenían una línea terrestre, pero supuse que se trataba de alguna penitencia de devoción, como vestir lana o comer sólo cereal integral.
—Por un lado hemos estado recibiendo esas extrañas llamadas de E. D. Un par de veces llamó tarde por la noche y empezó a meterse con Simon. Parecía un poco borracho, francamente. E. D. odia a Simon desde el principio, pero después de que nos mudáramos a Phoenix no volvimos a oír de él. Hasta ahora. El silencio era doloroso. Pero esto es peor.
El número de teléfono de Diane debió de ser otra de las cosas que Molly saqueó de mi ordenador para dárselo a E. D. No podía explicárselo a Diane sin romper el juramento de seguridad, por la misma razón que no podía mencionar a Wun Ngo Wen o los replicadores comedores de hielo. Pero le conté que Jason se había visto metido en una pelea con su padre por el control de Perihelio y que Jason había salido victorioso, y que quizá eso fuera lo que molestaba a E. D.
—Puede ser —dijo Diane—. Así, tan poco después del divorcio.
—¿Qué divorcio? ¿Estás hablando de E. D. y Carol?
—¿Jason no te lo ha contado? E. D. lleva viviendo en una casa de alquiler en Georgetown desde mayo. Las negociaciones siguen en marcha, pero parece que Carol se queda con la Gran Casa y unas pensiones de manutención y E. D. con todo lo demás. El divorcio fue idea suya, no de ella. Lo que puede que sea comprensible. Carol ha estado a un pelo de un coma etílico desde hace décadas. No era gran cosa como madre y tampoco debió ser gran cosa como esposa para E. D.
—¿Me estás diciendo que lo apruebas?
—Para nada. No he cambiado de opinión sobre él. Era un padre terrible e indiferente… al menos conmigo. No me gustaba y a él no le importaba nada que no me gustara. Pero tampoco le tenía esa reverencia que Jason sí tenía por él. Jason lo veía como un monumental rey de la industria, como una colosal figura influyente…