»Quizá los Hipotéticos entienden esa verdad sobre nosotros y fue eso lo que influenció sus acciones. Pero no lo sabemos con certeza. Ni tampoco sabemos qué esperan de nosotros, o cuándo, si es que ocurre, cesará el Spin. No podemos saberlo, hasta que no recopilemos más información directa sobre los Hipotéticos.
»Afortunadamente —dijo Wun, y la cámara se acercó más a él—, hay una manera de reunir esa información. He venido aquí con una propuesta, que he discutido tanto con el presidente Garland como con el presidente electo Lomax así como con otros jefes de Estado. —Y prosiguió dando una descripción básica del plan de los replicadores—. Con suerte eso nos dirá si los Hipotéticos han actuado en otros mundos, cómo reaccionaron esos mundos, y cuál puede ser el destino final de la Tierra.
Pero cuando empezó a hablar de la Nube de Oort y de «tecnología de retroalimentación catalítica» vi que a Carol se le empezaban a vidriar los ojos.
—Esto no puede estar ocurriendo —dijo después de que Wun dejara el podio ante un aplauso confuso y los expertos presentadores de las cadenas de televisión empezaran a masticar y regurgitar su discurso—. ¿Es cierto algo de todo eso, Jason?
—La mayor parte —dijo Jason con calma—. No puedo asegurar lo del tiempo en Marte.
—¿Estamos realmente al borde del desastre?
—Llevamos al borde del desastre desde que las estrellas se apagaron.
—Quiero decir lo del petróleo y todo eso. ¿Si el Spin no hubiera ocurrido estaríamos muñéndonos de hambre?
—La gente ya se muere de hambre. Se mueren de hambre porque no podemos sostener a siete mil millones de personas con una prosperidad de estilo norteamericano sin arramblar con todos los recursos del planeta de una sentada. Sí, es cierto, si el Spin no nos mata, tarde o temprano nos enfrentaremos a una mortandad a escala global.
—¿Y eso tiene algo que ver con el Spin en sí?
—Quizá, pero ni yo ni el marciano de la tele lo sabemos con seguridad.
—Te estás riendo de mí.
—No.
—Sí que te ríes. Pero está bien. Sé que soy ignorante. Hace años que no abro un periódico. Siempre corría el riesgo de ver la cara de tu padre, para empezar. Y la única televisión que veo son los telefilmes de la tarde. En los telefilmes de la tarde no hay marcianos. Supongo que soy Rip van Winkle. Que he dormido demasiado tiempo. Y no me gusta el mundo en el que he despertado. Las partes de ese mundo que no son aterradoras son… —gesticuló hacia la tele—… son ridículas.
—Todos somos Rip van Winkle —dijo Jason con cariño—. Todos estamos a la espera de despertar.
El ánimo de Carol mejoró a la par que mejoraba la salud de Jason y empezó a mostrar un interés más animado en su pronóstico. La informé sobre la EMA de Jason, una enfermedad que no se diagnosticaba formalmente en los tiempos en que Carol se graduó en la facultad de medicina, y como forma de esquivar preguntas sobre el tratamiento en sí, un trato no expresado explícitamente que parecía entender y aceptar. Lo importante era que la piel estragada de Jason se curaba y las muestras de sangre que envié a un laboratorio en Washington para su análisis mostraban una reducción drástica de las placas proteicas neuronales.
Seguía renuente a hablar del Spin, sin embargo, y se mostraba descontenta cuando Jase y yo hablábamos de ello en su presencia. Volví a pensar en el poema de Housman que Diane me había enseñado hacía tantos años: El tierno infante no es consciente ¡De que se lo ha comido el oso!.
Carol había sufrido el ataque de varios osos diferente, algunos tan grandes como el Spin y otros tan pequeños como una molécula de etanol. Creo que hubiera envidiado al tierno infante.
Diane me llamó (a mi teléfono personal, no al de la casa de Carol) pocas noches después de la aparición de Wun. Me había retirado a mi cuarto y Carol velaba a Jason. La lluvia había caído de manera inconstante durante todo noviembre, y en ese momento llovía otra vez; la ventana del dormitorio era un espejo fluido de luz amarillenta.
—Estás en la Gran Casa —dijo Diane.
—¿Has hablado con Carol?
—La llamo una vez al mes. Soy una hija obediente. Algunas veces incluso está lo suficientemente sobria para hablar. ¿Qué le pasa a Jason?
—Es una larga historia —dije—. Se está poniendo bien. No es nada de lo que preocuparse.
—Odio cuando la gente dice eso.
—Lo sé. Pero es cierto. Había un problema, pero lo hemos arreglado.
—Y eso es todo lo que puedes decirme.
—Todo por ahora. ¿Cómo van las cosas para ti y Simon? La última vez que hablamos mencionaste problemas legales.
—No muy bien —dijo—. Nos mudamos.
—¿Adónde?
—Fuera de Phoenix, en todo caso. Lejos de la ciudad. El Tabernáculo del Jordán ha sido cerrado temporalmente… creía que lo sabrías.
—No —dije, ¿y por qué debería saber algo de los problemas financieros de una pequeña iglesia de la tribulación del suroeste? Y pasamos a discutir otros asuntos, y Diane prometió ponerme al día una vez que ella y Simon tuvieran una nueva dirección. Claro, ¿por qué no? ¡Qué demonios!
Pero oí hablar del Tabernáculo del Jordán a la noche siguiente.
Carol insistió en ver el último telediario, cosa nada habitual en ella. Jason estaba cansado pero despierto y dispuesto, así que los tres nos quedamos sentados durante cuarenta minutos de ruidos de sables en el ámbito internacional y juicios de celebridades. Algunas cosas eran interesantes: había una noticia sobre Wun Ngo Wen, que estaba en Bélgica reuniéndose con funcionarios de la UE, y buenas noticias desde Uzbekistán, donde el contingente de marines al fin había sido relevado. Entonces pusieron un reportaje sobre el SDCV y la industria láctea israelí. Miramos las dramáticas imágenes del ganado sacrificado siendo apilado a golpe de excavadora en fosas comunes y cubierto de cal. Cinco años antes, la industria cárnica japonesa había sufrido una devastación similar. Un brote de SDCV bovino o ungulado había estallado y había sido suprimido en una docena de países desde Brasil a Etiopía. El equivalente humano era tratable con antibióticos modernos pero seguía siendo un problema acuciante en las economías del tercer mundo.
Pero los granjeros israelíes aplicaban protocolos estrictos para sepsis y análisis, así que el brote era inesperado. Peor aún, el caso índice, la primera infección, había sido rastreado a un envío no autorizado de óvulos fertilizados procedente de Estados Unidos.
El envío fue rastreado hasta una ONG tribulacionista llamada Palabra para el Mundo, cuyo cuartel general estaba en un parque industrial a las afueras de Cincinnati, Ohio. ¿Por qué la PpM contrabandeaba óvulos de ganado a Israel? Resultó que no era por razones especialmente humanitarias. Los investigadores siguieron a los patrocinadores de la PpM a través de una docena de sociedades de cartera hasta un consorcio de iglesias tribulacionistas y dispensacionalistas y grupos políticos marginales, tanto grandes como pequeños. Un punto compartido de doctrina bíblica común para todos esos grupos era una interpretación de un pasaje de Números (capítulo diecinueve) y deducido de otros textos en Mateo y Tomás; en resumen: que el nacimiento en Israel de una becerra de color rojo puro señalaría el segundo advenimiento de Jesús y el comienzo de su reinado en la Tierra.