Выбрать главу

—Nadie fue arrestado, espero.

—Nadie cercano a nosotros —dijo Simon.

—Pero puso nervioso a todo el mundo —dijo Diane—. Empiezas a pensar en las cosas que usabas sin pensar. Llamadas de teléfono. Cartas.

—Supongo que tienes que ser cuidadoso —dije.

—Muy cuidadoso —dijo Simon.

Diane llevaba un simple traje recto de algodón, atado a la cintura, y un pañuelo a cuadros rojos y blancos en la cabeza que parecía un hiyab para estar en casa. Nada de maquillaje, pero tampoco lo necesitaba. Vestir a Diane con ropas sin elegancia era tan fútil como intentar esconder una linterna bajo un sombrero de paja.

Me di cuenta de lo hambriento que había estado de ver su imagen. Qué insensatamente hambriento. Me avergoncé del placer que sentía en su presencia. Durante dos décadas habíamos sido poco más que conocidos. Dos personas que una vez se conocieron bien. No tenía derecho a sentir esa aceleración de mi pulso, la sensación de velocidad ingrávida que me provocaba ella simplemente al estar sentada en aquella silla de madera y apartando la mirada, sonrojándose ligeramente cuando nuestros ojos se encontraron.

Era irreal e injusto… injusto para alguien, puede que para mí, probablemente para ella. No debía haber ido a ese lugar.

—¿Y cómo estás tul Sigues trabajando con Jason, según creo. Espero que esté bien.

—Está perfectamente. Te envía su amor.

Ella sonrió.

—Lo dudo. Eso no parece propio de Jason.

—Ha cambiado.

—¿De verdad?

—Se ha hablado mucho de Jason —dijo Simon, todavía agarrado a su hombro, su mano callosa y oscura sobre la blancura del algodón—. Sobre Jason y ese hombre arrugado, el supuesto marciano.

—De supuesto nada —dije—. Nació y se crió allí.

Simon parpadeó.

—Si tú lo dices entonces debe ser verdad. Pero como he dicho, se ha hablado mucho. La gente sabe que el Anticristo camina entre nosotros, y eso es una certeza, y que puede que sea un hombre famoso, esperando a su oportunidad, planeando su guerra fútil. Así que las figuras públicas reciben un montón de escrutinio por aquí. No estoy diciendo que Wun Ngo Wen sea el Anticristo, pero no estaría solo si hiciera esa afirmación. ¿Estás cerca de él?

—Hablo con él de vez en cuando. No creo que sea lo suficientemente ambicioso para ser el Anticristo. —Aunque E. D. Lawton no hubiera estado de acuerdo con esa afirmación.

—Ése es el tipo de cosas que nos hace andar con cautela —dijo Simon—. Por eso ha sido un problema para Diane el permanecer en contacto con su familia.

—¿Porque Wun Ngo Wen puede ser el Anticristo?

—Porque no queremos atraer la atención de gente poderosa, ahora que estamos tan cerca del fin de los tiempos.

No supe qué decir a eso.

—Tyler ha hecho un largo viaje en coche —dijo Diane—. Probablemente esté sediento.

La sonrisa de Simon volvió a reaparecer.

—¿Te gustaría beber algo antes de cenar? Tenemos montones de refrescos. ¿Te gusta el Mountain Dew?

—Sí, perfecto.

Salió de la habitación. Diane esperó hasta que oímos sus pisadas en las escaleras. Entonces inclinó la cabeza a un lado y me miró de forma más directa.

—Has recorrido mucha distancia.

—No había otra manera de ponerme en contacto.

—Pero no tenías que hacerlo. Estoy sana y soy feliz. Puedes contárselo a Jase. Y a Carol, incluso. Y a E. D., si le importa. No necesitaba una visita de control.

—No se trata de eso.

—Entonces, ¿sólo te has pasado a saludar?

—La verdad es que sí, algo así.

—No nos hemos metido en una secta. No me coaccionan.

—Ni tampoco he dicho eso, Diane.

—Pero lo has pensado, ¿verdad?

—Me alegro de que estés bien.

Giró la cabeza y la luz del sol poniente se reflejó en sus ojos.

—Lo siento, sólo estoy un poco sorprendida. Verte así de repente. Y me alegro de que a ti también te vaya bien en el este. Porque te va bien, ¿no?

Sentí un impulso temerario.

—No —dije—. Estoy paralizado. O al menos eso es lo que piensa tu padre. Dice que toda nuestra generación está paralizada por el Spin. Todos seguimos en el mismo momento en que desaparecieron las estrellas. Nunca hemos hecho las paces con eso.

—¿Y crees que es verdad?

—Más de lo que nos gustaría admitir a cualquiera de nosotros. —Estaba diciendo cosas que no tenía planeadas. Pero Simon volvería en cualquier instante con su lata de Mountain Dew y su sonrisa adamantina y la oportunidad se perdería, probablemente para siempre—. Te miro —dije—, y sigo viendo a la chica sentada en el césped fuera de la Gran Casa. Así que, sí, puede que E. D. tenga razón. Veinticinco años robados. Han pasado muy rápidos.

Diane lo aceptó en silencio. Una brisa cálida agitó las cortinas y la habitación se volvió más oscura. Entonces dijo:

—Cierra la puerta.

—¿Eso no parecería raro?

—Cierra la puerta, Tyler. No quiero que me oigan.

Así que cerré la puerta, ella se levantó, vino hasta mí y me cogió de las manos. Sus manos eran frescas.

—Estamos demasiado cerca del fin del mundo para mentirnos el uno al otro. Lamento haber dejado de llamarte, pero hay cuatro familias compartiendo esta casa y un solo teléfono, así que es muy evidente quién está hablando con quién.

—Simon no lo permitiría.

—Por el contrario, Simon lo habría aceptado. Simon acepta la mayoría de mis hábitos e idiosincrasias. Pero no quiero mentirle. No quiero llevar esa carga. Pero admito que echo de menos esas llamadas, Tyler. Esas llamadas eran salvavidas. Cuando no tenía dinero, cuando la iglesia se dividía, cuando me encontraba sola por ninguna razón aceptable… el sonido de tu voz era como una transfusión.

—Entonces, ¿por qué dejar de hacerlas?

—Porque eran un acto de deslealtad. Entonces. Y ahora. —Sacudió la cabeza como si intentara comunicar una idea difícil de expresar pero importante—. Sé lo que quieres decir con lo del Spin. Yo también pienso en ello. A veces finjo que hay un mundo en el que el Spin no ocurrió y en el que nuestras vidas fueron diferentes. Nuestras vidas, la tuya y la mía. —Inhaló temblorosamente y se sonrojó intensamente—. Y si no podía vivir en ese mundo, pensé que al menos podía visitarlo cada dos semanas, llamarte y ser viejos amigos que hablan de otras cosas aparte del fin del mundo.

—¿Y eso te parece desleal?

Es desleal. Me entregué a Simon. Simon es mi marido a los ojos de Dios y de la ley. Aunque no fuera una elección sabia, sigue siendo mi elección, y puede que no sea el tipo de cristiana que debería ser, pero entiendo conceptos como el deber y la perseverancia, y el permanecer junto a alguien aunque…

—¿Aunque qué, Diane?

—Aunque duela. No creo que ninguno de los dos necesite examinar con más detenimiento las vidas que podríamos haber tenido.

—No he venido aquí para hacerte infeliz.

—No, pero estás teniendo ese efecto.

—Entonces no me quedaré.

—Te quedarás para la cena, es lo educado. —Puso las manos a los lados y se quedó mirando al suelo—. Déjame decirte algo mientras aún tenemos algo de intimidad. Si te sirve de consuelo, no comparto todas las convicciones de Simon. No puedo decir con sinceridad que creo que el mundo terminará y que los creyentes ascenderán a los cielos. Que Dios me perdone, pero no me parece plausible. Pero sí que creo que el mundo se acabará. Se está acabando. Lleva acabándose durante todas nuestras vidas. Y…