Ocho horas. Luego el cielo volvió a quedar en blanco, el sol brillando como la puntilla de un chiste malo.
Volvió a ocurrir un año y medio después.
—Pareces un hombre que hubiera perdido su fe —me dijo una vez Hakkim.
—O que nunca tuvo una.
—No quiero decir fe en Dios. De ese cargo pareces genuinamente inocente. Fe en otra cosa. No sé el qué.
Lo que parecía críptico. Pero lo entendí con más claridad a la siguiente ocasión que hablé con Jason.
Me llamó a casa. (A mi móvil normal, no al huérfano que llevaba como un amuleto sin suerte.) Dije «Hola» y el dijo: «Deberías ver eso en la tele».
—¿Ver el qué?
—Pon uno de los canales de noticias. ¿Estás solo?
La respuesta era sí. Por elección propia. Ninguna Molly Seagram para complicarme el fin de los tiempos. El mando de la tele estaba sobre la mesita de café donde lo había dejado. Donde siempre lo dejaba.
El canal de noticias mostraba un gráfico multicolor acompañado de una monótona voz de narrador. Quité el sonido.
—¿Qué es lo que estoy viendo, Jase?
—Una conferencia del JPL. La información recuperada del último satélite receptor.
Datos de los replicadores, en otras palabras.
—¿Y?
—Tenemos trabajo —dijo. Prácticamente podía oír su sonrisa.
El satélite había detectado múltiples señales de radio emitidas en haz estrecho desde los límites del sistema solar. Lo que significaba que más de una colonia había llegado a la madurez. Y la información era compleja, dijo Jason, no simple. Según envejecían las colonias de replicadores, su crecimiento se detenía pero sus funciones se hacían más refinadas y deliberadas. Ya no se contentaban con simplemente orientarse hacia el sol para tener energía gratis, analizaban la luz de las estrellas, calculando órbitas planetarias en redes neuronales hechas de silicio y fibra de carbono, comparándolas con plantillas grabadas en su código genético. No menos de una docena de colonias completamente adultas habían enviado de vuelta precisamente el tipo de información que estaban diseñadas para recopilar, cuatro flujos de datos declarando:
1. Éste era un sistema planetario con una estrella con una masa solar de 1,0;
2. El sistema poseía ocho grandes cuerpos planetarios (Plutón estaba por debajo del mínimo de masa detectable);
3. Dos de esos planetas eran vacíos ópticos, rodeados por membranas de Spin; y
4. Las colonias de replicadores emisoras habían entrado en modo reproductivo, desprendiéndose de células-semilla y lanzándolas con chorros de vapores cometarios hacia las estrellas vecinas.
El mismo mensaje, dijo Jase, había sido emitido hacia otras colonias locales, menos maduras, que responderían desactivando funciones redundantes y dirigiendo su energía hacia comportamientos puramente reproductivos.
En otras palabras, habíamos tenido éxito en infectar el sistema solar exterior con los sistemas cuasibiológicos de Wun.
Que ahora estaban esporulando.
—Esto no nos dice nada acerca del Spin —dije.
—Por supuesto que no. Todavía no. Pero este pequeño goteo de información será un torrente antes de no mucho tiempo. En su momento podremos trazar un mapa de Spins de las estrellas cercanas, puede que de toda la galaxia. A partir de ahí seremos capaces de deducir de dónde vienen los Hipotéticos, dónde han creado sus Spins y qué es lo que le ocurre en definitiva a los mundos con Spin cuando sus estrellas se expanden y se queman.
—Pero eso no arregla nada, ¿no?
Suspiró como si le hubiera decepcionado haciendo una pregunta estúpida.
—Probablemente no. Pero ¿no es mejor saber que especular? Puede que descubramos que estamos condenados, o puede que descubramos que tenemos más tiempo del que esperábamos. Recuerda, Tyler, también estamos trabajando en otros frentes. Estamos rebuscando en los archivos de física teórica de Wun. Si modelas la membrana del Spin como un agujero de gusano que envuelve a un objeto que acelera a velocidades cercanas a la de la luz…
—Pero no estamos acelerando. No vamos a ninguna parte. —Excepto de cabeza hacia el futuro.
—No, pero si haces los cálculos da resultados que encajan con nuestras observaciones del Spin. Lo que puede darnos una pista sobre las fuerzas que manipulan los Hipotéticos.
—¿Con qué fin, Jase?
—Es demasiado pronto para decirlo. Pero no creo que el conocimiento sea algo inútil.
—¿Aunque nos muramos?
—Todos morimos.
—Como especie, quiero decir.
—Eso está por ver. Sea lo que sea el Spin, tiene que ser algo más que una especie de complicada eutanasia global. Los Hipotéticos deben actuar con un propósito.
Puede que sí. Pero ésa, según me percaté, era la fe que había perdido. La fe en la gran salvación.
Hay todo tipo de colores y sabores de gran salvación. En el último minuto desarrollaríamos una solución tecnológica y nos salvaríamos nosotros mismos. O: los Hipotéticos serían seres benévolos que convertirían nuestro planeta en un reino de paz. O: Dios nos rescataría a todos, o al menos a los verdaderos creyentes que hay entre nosotros. O esto. O lo otro. O aquello.
La gran salvación. Era una mentira edulcorada. Un salvavidas de papel, aunque nos matáramos por aferramos a él. No era el Spin lo que había mutilado a mi generación. Era el atractivo y el precio a pagar por la gran salvación.
La fluctuación volvió al siguiente invierno, persistió durante cuarenta y cuatro horas, y luego volvió a desaparecer. Muchos de nosotros empezamos a verlo como una especie de fenómeno meteorológico celestiaclass="underline" impredecible, pero en general inofensivo.
Los pesimistas señalaron que los intervalos entre episodios se hacían cada vez más cortos, y que la duración de los episodios aumentaba más y más.
En abril hubo una fluctuación que duró tres días e interfirió con las transmisiones de señales aerostáticas. Esto provocó otra (aunque más pequeña) oleada de suicidios: personas presas del pánico no tanto por lo que veían en el cielo como por el fallo de sus teléfonos y televisores.
Había dejado de prestar atención a las noticias, pero determinados sucesos eran imposibles de ignorar: los reveses militares en el norte de África y en Europa del Este, el golpe de Estado a manos de una secta en Zimbabue, los suicidios en masa en Corea del Norte. Los representantes del Islam apocalíptico que ganaban las elecciones en Argelia y Egipto. Una secta filipina que veneraba el recuerdo de Wun Ngo Wen, a quien concebían como un santo bucólico y una especie de Gandhi agrario, lograron convocar una huelga general con éxito y paralizar Manila.
Y recibí unas cuantas llamadas más de Jason. Me envió por paquete postal un teléfono con una especie de encriptación incorporada, que según dijo nos darían una buena protección frente a los «cazadores de palabras clave», fuera lo que fuese lo que quería decir.
—Suena un pelín paranoico —dije.
—Esta paranoia es útil, creo yo.
Quizá, si hubiésemos querido discutir asuntos de seguridad nacional. Cosa que no hicimos, al menos al principio. En vez de eso Jason me preguntó por mi trabajo, mi vida, la música que escuchaba. Entendí que intentaba crear el tipo de conversación que podríamos haber tenido hacía veinte o treinta años… antes de Perihelio, si no antes del Spin mismo. Carol seguía contando sus días con ayuda de los relojes y las botellas. Nada había cambiado. Carol había insistido en ello. El personal de la casa lo mantenía todo limpio, todo en orden. La Gran Casa era una cápsula del tiempo, dijo Jason, como si la hubieran sellado herméticamente la noche del Spin. Era un poco inquietante.