Keith guardó silencio unos momentos.
—Oh.
—No pareces sorprendido —dijo Rissa.
—Bueno, he oído hablar del procedimiento. Nunca tuvo mucho sentido para mí, esa manera que tienen los ibs de obsesionarse con el tiempo perdido. Quiero decir, viven durante siglos.
—Para ellos es una vida normal. No piensan en ella como desmesuradamente larga, como es natural —una pausa—. No puedes dejar que lo haga.
Keith abrió los brazos.
—No sé si tengo opción.
—Maldición, Keith. La ejecución tendrá lugar aquí, a bordo de Starplex. Tienes jurisdicción.
—Sobre asuntos de la nave, sí. Para esto, pues… —miró al techo—. PHANTOM, ¿qué potestades tengo en ese área?
—Bajo los Artículos de Jurisprudencia de la Commonwealth, está obligado a reconocer todas las sentencias impuestas por los gobiernos individuales de los miembros —dijo PHANTOM—. La costumbre ib de imponer sentencias de una porción de la vida estándar está específicamente excluida de la sección de los artículos que trata de castigos crueles y excepcionales. Dado esto, no tiene usted derecho a interferir.
Keith abrió los brazos y miró a Rissa.
—Lo siento.
—Pero lo que hizo fue tan leve, tan insignificante.
—¿Dices que trampeó con unos datos?
—Sí, pero cuando era estudiante. Una estupidez, de acuerdo, pero…
—Ya sabes cómo se sienten los ibs respecto a perder tiempo, Rissa. Me imagino que otros se fiaron de sus resultados, ¿verdad?
—Sí, pero…
—Mira, los ibs vienen de un planeta que está perpetuamente rodeado de nubes. No pueden ver sus estrellas ni lunas desde la superficie, y su sol no es más que una mancha brillante tras las nubes. A pesar de eso, estudiando las mareas en esos charcos poco profundos que allí pasan por océanos se las arreglaron para deducir la existencia de lunas. Incluso consiguieron deducir la existencia de otras estrellas y planetas, todo antes de que cualquiera de ellos hubiera viajado más allá de su atmósfera. Apuesto a que las cosas que pudieron averiguar hubieran sido imposibles para los humanos. Y sólo pudieron hacerlo porque viven todo ese tiempo; una especie menos longeva en ese tipo de mundo probablemente nunca se hubiera dado cuenta de que existía un universo ahí fuera. Pero para conseguir lo que han conseguido, tienen que ser capaces de confiar en las observaciones y resultados entre ellos. Todo se desmonta si alguien se pone a jugar con los datos.
—Pero no puede ser que a nadie le importe aún lo que hizo tras todo este tiempo. Y… yo la necesito. Es un miembro importante de mi personal. Y es mi amiga.
Keith abrió los brazos.
—¿Qué quieres que haga?
—Habla con ella. Dile que no tiene que hacer esto.
Keith se rascó la oreja izquierda.
—Muy bien —dijo al fin—. De acuerdo.
Rissa le sonrió.
—Gracias. Seguro que se…
El intercomunicador tintineó.
—Colorosso a Lansing —dijo una voz femenina.
Franca Colorosso era la oficial de OpIn del turno delta.
Keith levantó la cabeza.
—Abre. Aquí Keith. ¿Qué pasa, Franca?
—Ha llegado un watson de Tau Ceti, con noticias que debería ver. En cierto sentido son noticias viejas, enviadas desde Sol a Tau Ceti por radio hiperespacial hace dieciséis días. En cuanto Grand Central las recibió nos las reenvió.
—Gracias. Páselas a mi monitor mural, por favor.
—Ejecutando. Cierra.
Keith y Rissa se volvieron cara a la pared. Era un locutor de la BBC World Service, un hombre de las Indias Occidentales con pelo color gris acero.
—La tensión —dijo— continúa entre dos de los gobiernos de la Commonwealth. En un lado, las Naciones Unidas de Sol, Epsilon Indi, y Tau Ceti. En el otro, el Real Gobierno de Rehbollo. Los rumores de deterioro de las relaciones aumentaron hoy con el lacónico anuncio de que Rehbollo está cerrando tres embajadas más: New York, París y Tokio. Junto con los otros cuatro cierres de hace una semana, esto deja abiertas sólo las embajadas de Ottawa y Bruselas en todo el sistema Sol. Los empleados de los consulados de las embajadas cerradas hoy han partido ya en naves waldahud hacia el atajo de Tau Ceti.
El plano pasó a una carnosa cara waldahud. La sobreimposición en el borde inferior de la pantalla la identificaba como el Plenipotenciario Daht Lasko em-Wooth. Habló en inglés, sin traductor; una rara hazaña para su especie.
—La necesidad económica nos ha impulsado a dar este paso, que lamentamos profundamente. Como saben, las economías de todas las especies de la Commonwealth se han visto afectadas por el inesperado desarrollo del comercio interestelar. La reducción del número de nuestras embajadas en la Tierra no es más que un reajuste a los tiempos que vivimos.
La pantalla cambió para mostrar a una mujer africana de mediana edad, identificada como Rita Negesh, Ciencias Políticas Tierra-Wald, Universidad de Leeds.
—No me lo creo. Ni por un minuto —dijo—. A mí lo que me parece es que Rehbollo está llamando de vuelta a sus embajadores.
—¿Como preludio a qué? —preguntó una voz en off masculina.
Negesh abrió los brazos.
—Mire, cuando la humanidad fue al espacio por primera vez, todos los gurús decían que el universo es tan grande y rico que no había posibilidad de conflicto material entre mundos separados. Pero la red de atajos lo cambió todo; nos empujó a acercarnos a las otras especies, quizá antes de que ellas o nosotros estuviésemos preparados.
—¿Y entonces? —dijo el invisible entrevistador.
—Y entonces —dijo Negesh—, si estamos aproximándonos a un… un incidente, puede que no sea sólo por asuntos económicos. Podría ser sobre algo más básico: el simple hecho de que humanos y waldahudin se caen mal mutuamente.
El monitor mural cambió de nuevo al holograma del lago Louise. Keith miró a Rissa y dejó escapar un largo suspiro.
—Un «incidente» —dijo, repitiendo la palabra—. Bueno, al menos ambos somos demasiado viejos para que nos recluten.
Rissa le miró durante un largo momento.
—Creo que eso no supone ninguna diferencia —dijo por fin—. Creo que ya estamos en el frente.
XIV
A Keith siempre le gustaba tomar el ascensor hacia los muelles de carga. La cabina bajó hasta el puente treinta y uno, el último de los diez puentes que formaban el disco central. Luego empezó un viaje horizontal a lo largo de uno de los cuatro radios que partían desde allí hasta el borde exterior del disco. Pero los radios eran transparentes, al igual que las paredes y suelo de la cabina del ascensor, de modo que a los pasajeros se les ofrecía una magnífica vista del vasto océano circular. Keith podía ver las aletas dorsales de tres delfines nadando justo bajo la superficie. Agitadores en los muros del océano y en el eje central producían respetables olas de medio metro; los delfines las preferían a un mar en calma. El radio del puente océano era de noventa y cinco metros; a Keith siempre le impresionaba la cantidad de agua que contenía. El techo era un holograma en tiempo real del cielo de la Tierra, con altas nubes blancas moviéndose contra un fondo de ese tono especial de azul que siempre tiraba del corazón de Keith.
El ascensor alcanzó finalmente el borde del océano y pasó a través de los más prosaicos túneles del toroide de ingeniería. Cuando llegó al borde externo del toroide, descendió los nueve niveles que había hasta el piso de los muelles de atraque. Keith desembarcó y caminó la corta distancia hasta la entrada del muelle nueve. En cuanto entró vio a Hek, el especialista en comunicación simbólica, y a un humano esbelto llamado Shahinshah Azmi, el director del departamento de ciencias materiales. Entre ellos había un cubo de un metro de lado. El cubo descansaba sobre un pedestal que lo ponía a la altura de los ojos. Keith caminó hacia ellos.