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—Estamos comparando civilizaciones, imagino —dijo Keith—, de modo que la comparación sería la de la más vieja de las especies de la Commonwealth —miró al pequeño holograma de Rombo—. Ésos son los ibs, que han existido como especie desde hace cosa de un millón de años, ¿cierto?

La red de Rombo onduló indicando que estaba de acuerdo.

Rissa asintió y activó su micro.

—Nosotros duración tiempo que llevamos hablando cien veces cien veces cien veces cien. Éste uno duración tiempo que llevamos hablando cien veces más cien —desactivó el micro—. Le he dicho que como civilización tenemos un millón de años, pero que Starplex en sí tiene dos años de edad.

Ojo de Gato replicó repitiendo el número de su propia edad, seguido por la palabra para «menos», y luego repitiendo la ecuación para la corta edad de Starplex, añadiendo la palabra para «igual que», y reiterando la secuencia que había usado para expresar su propia edad.

—En traducción muy libre —dijo Rissa—, creo que está diciendo que nuestra edad no es nada comparada con la suya.

—Bueno, en eso tiene razón —dijo Keith, riendo—. Me pregunto qué se sentirá al ser tan viejo.

XV

Keith entraba raras veces en cualquiera de las áreas Ibesas de la nave. La gravedad allí era 1,41 veces la de la Tierra (y 1,72 veces la gravedad estándar de la nave); Keith se sentía como si pesara 115 kilogramos, en vez de sus normales 82. Podía aguantarlo durante cortos períodos de tiempo, pero no era agradable.

Los pasillos aquí eran mucho más anchos que en cualquier otro lado a bordo de Starplex, y las áreas entre los puentes eran más gruesas, lo que hacía que los techos fueran más bajos. Keith no tenía que agacharse, pero se encontró haciéndolo de todos modos. El aire era seco y cálido.

Keith entró en la habitación que buscaba, marcada en la puerta con una matriz de luces amarillas formando un rectángulo con un pequeño círculo a cada extremo de la base. Keith nunca había visto un tren con ruedas, excepto en un museo, pero el pictograma se parecía efectivamente a un vagón.

Keith habló al aire.

—Dile que estoy aquí, por favor, PHANTOM.

PHANTOM trinó, y un momento más tarde, presumiblemente tras haber recibido permiso de Vagón, la puerta se abrió.

Los alojamientos ib eran extraños para los estándares humanos. Al principio parecían lujosamente grandes; la habitación en la que Keith acababa de entrar medía ocho por diez metros. Pero entonces uno se daba cuenta de que eran del mismo tamaño que los otros apartamentos de la nave, sólo que no estaban divididos en áreas para dormir, bañarse y descansar. No había sillas ni sofás, por supuesto. Tampoco había moqueta; el piso estaba cubierto de goma dura. En su mundo natal, en épocas preindustriales, los ibs levantaban montículos de tierra de la anchura justa del espacio entre sus ruedas, de modo que el marco y los otros componentes pudieran apoyarse cuando las ruedas se separaban temporalmente del cuerpo. Vagón tenía el equivalente de uno de esos montículos en una esquina de su habitación, pero ése era todo su mobiliario.

A Keith el arte de las paredes le resultaba extraño y desconcertante: imágenes en forma de cacahuete que consistían en múltiples vistas del mismo objeto, a menudo distorsionadas, desde diferentes ángulos, superpuestas unas sobre otras. No podía distinguir qué mostraban las del muro opuesto, pero le sorprendió darse cuenta de que las más cercanas a él eran estudios de bebés humanos y waldahud gravemente prematuros, con miembros romos y extrañas cabezas translúcidas. Vagón era bióloga, después de todo, y la vida alienígena debía resultarle fascinante, pero la elección de tema era inquietante como poco.

Vagón rodó hacia Keith desde el otro extremo de la habitación. Ponía muy nervioso ver acercarse a un ib desde una cierta distancia. Les gustaba acelerar y detenerse con una sacudida apenas a uno o dos metros. Keith nunca había oído hablar de que le hubieran pasado por encima a un humano, pero siempre temía ser el primero.

Las luces del ib destellaron.

—Doctor Lansing —dijo—. Un placer inesperado. Por favor, por favor, no tengo asiento que ofrecerle, pero sé que la gravedad es demasiado grande. Siéntase libre de reposar en mi montículo de descanso —una cuerda se sacudió en dirección al artefacto en forma de cuña en un lado de la habitación.

Keith pensó primero en rechazar la oferta, pero, maldición, era desagradable estar de pie en esta gravedad. Fue hacia el montículo y se sentó en él.

—Gracias —dijo. No sabía cómo empezar, pero sabía que ofendería al ib si perdía tiempo en ir al grano—. Rissa me pidió que viniera a verla. Dice que va usted a descorporeizarse pronto.

—Querida, dulce Rissa —dijo Vagón—. Su preocupación es conmovedora.

Keith miró en torno a la habitación, pensando.

—Quiero que sepa —dijo al fin— que no tiene que llevar a cabo la descorporeización, al menos no mientras siga a bordo de Starplex. Todo el personal a bordo de esta nave es considerado personal de embajada de facto; puedo intentar conseguirle inmunidad —miró al ser; deseó que tuviera cara, que tuviera ojos normales, ojos que pudiera intentar leer—. Su servicio ha sido ejemplar; no hay razón por la que no pueda seguir sirviendo a bordo de Starplex durante el resto de su vida natural.

—Es usted amable, doctor Lansing. Muy amable. Pero debo ser sincera conmigo misma. Entienda que aunque no he mencionado a nadie mi inminente descorporeización, me he estado preparando mental y físicamente para ello desde hace siglos. He organizado los eventos de mi vida de modo que concluyan ahora; no sabría qué hacer con los cincuenta años adicionales.

—Podría seguir con su investigación. ¿Quién sabe? Con otro medio siglo de trabajo en el problema de la senescencia, podría resolverlo. Quizá nunca tuviera que morir.

—¿Una eternidad de vergüenza, doctor Lansing? ¿Una eternidad de culpa? No, gracias. Estoy irrevocablemente decidida al curso de acción que he indicado.

Keith guardó silencio durante un momento, pensando. Argumentos y contraargumentos pasaron por su cabeza; nuevas ideas, nuevas aproximaciones. Pero las descartó todas. No era asunto suyo, ni era su lugar. Finalmente, asintió.

—¿Hay algo que pueda hacer para que le resulte más fácil? ¿Necesita equipo o instalaciones especiales?

—Hay una ceremonia. Normalmente la mayoría de ibs no asistirían; hacerlo querría decir que el culpable les haría perder todavía más tiempo. Imagino que sólo mis amigos ibs más íntimos vendrán. De modo que, en este caso, no necesito nada especial. Pero, ya que se ofrece, solicitaría, de ser posible, que se me permitiera usar uno de los hangares, y que una vez la ceremonia haya tenido lugar, mis componentes sean expulsados al espacio.

—Si eso es lo que desea, por supuesto tiene mi permiso.

—Gracias, doctor Lansing. Muchísimas gracias.

Keith asintió, y salió al cálido pasillo, volviendo a las condiciones CAGE del eje central. Normalmente, cuando salía de un área Ibesa a la gravedad más ligera del resto de la nave, se sentía leve, ligero como una pluma.

Esta vez no.

—¡Pulso de taquiones! —anunció Rombo desde la estación de OpEx—. Algo está saliendo por el atajo. Un objeto pequeño, de cosa de un metro de diámetro.

Probablemente un watson, pensó Keith.

—Echémosle un vistazo, Rombo.

Parte del holograma esférico quedó separado por un borde azul, y dentro del marco apareció una vista telescópica del objeto que había aparecido por el atajo.

—¡Bienvenido a casa! —dijo Thor Magnor con una amplia sonrisa.