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—Que alguien traiga aquí a Hek y a Shanu Azmi —dijo Keith.

—Voy —dijo Lianne, y al cabo de un momento—: Ya vienen.

El campo estelar de babor se dividió y el especialista waldahud en comunicación alienígena anadeó hasta el puente. Casi a la vez, se abrió la puerta tras la galería de observadores, y entró Shahinshah Azmi. Llevaba zapatillas de tenis y una raqueta. Keith hizo un gesto hacia la imagen ampliada.

—Miren quién ha vuelto a casa —dijo.

Los cuatro ojos de Hek se abrieron mucho.

—¡Es… es maravilloso!

—Rombo —dijo Keith—, busque cualquier cosa sospechosa. Si está limpia, use un rayo tractor para llevarla al hangar seis.

—Escaneando… No hay problemas obvios. Lanzando el rayo tractor.

—Una vez a bordo, manténgalo aislado en un campo de fuerza.

—Así lo haré, respetuosamente.

—Ojalá hubiera llegado la semana pasada —dijo Azmi.

—¿Por qué? —preguntó Rissa.

—Nos hubiera ahorrado el trabajo de construirla.

Rissa rió.

—Shanu, Hek, ¿vamos al hangar seis? —dijo Keith.

—Quisiera echar un vistazo yo también —dijo Rissa.

Keith sonrió.

—Por supuesto.

Los cuatro fueron al hangar. Allí se dispusieron tras una pantalla de fuerza, Hek unos dos metros a la derecha de Keith, Azmi justo detrás, y Rissa a la izquierda de su marido, tan cerca que sus codos se tocaban ligeramente. Una serie de rayos invisibles maniobraron el cubo hasta depositarlo en el hangar. Una vez allí, se creó una burbuja de fuerza a su alrededor, y la puerta espacial se cerró. Esperaron hasta que el hangar quedó presurizado y fueron a ver el cubo.

Había soportado bien los eones. Su superficie parecía haber sido frotada a conciencia con un estropajo de metal, pero todas las marcas grabadas que mostraban las preguntas seguían siendo legibles. Rombo había hecho maniobrar el cubo de tal manera que la cara con la respuesta era la cara sobre la que descansaba el cubo.

—PHANTOM —dijo Keith—, dale un cuarto de vuelta al cubo para que la cara inferior quede visible.

Los rayos tractores manipularon la cápsula del tiempo. En el espacio que había quedado en blanco para la respuesta, destacaban símbolos negros sobre un fondo blanco que había sido fusionado de algún modo a la superficie del cubo.

—Dioses —dijo Hek.

Rissa quedó boquiabierta.

Keith se quedó muy quieto.

En la parte superior del espacio para la respuesta había una serie de números arábigos:

10-646-397-281

Y bajo ellos, en inglés, se leía: «Enviar las estrellas es necesario, y no una amenaza. Nos beneficiará a todos. No tengan miedo». Debajo del todo, en letras algo más pequeñas, se leía: «Keith Lansing».

—No me lo creo —dijo Keith.

—Hey, mirad esto —ladró Hek, acercándose—. Así no es cómo se hace esa letra, ¿verdad?

Keith miró. La cerifa de la u minúscula estaba a la izquierda de la letra en vez de a la derecha.

—Y la tilde de la a está al revés —dijo Keith.

—¿Y qué es esa serie de números arriba? —preguntó Rissa.

—Parece un número de ciudadano —dijo Keith.

—No, una expresión matemática —dijo Keith—. Es… Es… ¿Ordenador Central?

—Menos mil trescientos catorce —dijo la voz de PHANTOM.

—No, no es eso —dijo Rissa, negando despacio con la cabeza—. Cuando los humanos escriben una carta, ahí es donde ponen la fecha.

—¿Entonces cuál es el formato? —preguntó Hek—. ¿Hora, luego día, luego mes, luego año? Así no sale. ¿Y al revés? El décimo año, el día seiscientos cuarenta y seis. Así tampoco tiene sentido, ya que sólo hay cuatrocientos días o por ahí en el año terrano.

—No —dijo Rissa—. No, no es eso. Es el año; todo es el año. Diez mil seiscientos cuarenta y seis millones trescientos noventa y siete mil doscientos ochenta y uno.

—¿El año? —dijo Hek.

—El año —dijo Rissa—. El año de la Tierra. Anno Domini… Después del nacimiento de Cristo, un profeta.

—Pero he visto muchos números humanos antes —dijo Hek—. Sí, ustedes separan los números por grupos de mil; mi gente lo hace en grupos de diez mil. Pero pensé que usaban… ¿cómo llaman a esos círculos pequeñitos?

—Puntos —dijo Rissa—. Usamos puntos, y a veces comas —parecía tener problemas para mantener el equilibrio; fue hacia el muro del hangar y se apoyó en él—. Pero… imaginen un tiempo tan lejano en el futuro que el inglés ya no se usa, una época en que han pasado millones, o miles de millones de años, desde que —señaló a Keith—… Desde que alguien ha usado el inglés. Podrían no recordar la convención para escribir números grandes, o cómo escribir una tilde, o dónde va el rabito de la u.

—Tiene que ser una falsificación —dijo Keith, moviendo la cabeza.

—Si lo es, es perfecta —dijo Azmi, pasando un escáner manual—. Construimos el cubo con algunos elementos radiactivos de vida media muy larga. El cubo tiene ahora diez mil millones de años terrestres, más menos novecientos millones. La única forma de falsificar este tipo de datación sería manufacturar un cubo falso usando la proporción correcta de isótopos para dar esa edad aparente. Pero incluso el detalle más pequeño de éste concuerda con el original, excepto por la degradación radiactiva y la abrasión en la superficie.

—Pero firmar con mi nombre —dijo Keith—. ¿Eso no es claramente un error?

—Quizá de algún modo su nombre haya quedado asociado a Starplex —dijo Hek—. Es usted su primer director, después de todo, y, francamente, nosotros los waldahudin siempre pensamos que se llevaba usted demasiado crédito. Quizá no era una firma. Quizá fuera la dirección, o la salutación, o…

—No —dijo Rissa, abriendo mucho los ojos. Su voz temblaba de excitación—. No, el mensaje es tuyo.

—Pero… Pero eso es una locura —dijo Keith—. No hay manera de que esté vivo dentro de diez mil millones de años.

—A menos que sea un efecto relativista —dijo Hek—, o quizá animación suspendida.

—O… —dijo Rissa, con la voz todavía temblando.

Keith la miró.

—¿Sí?

Ella salió corriendo del hangar.

—¿Adónde va? —ladró Hek.

—A buscar a Vagón —gritó ella—. Quiero decirle que nuestros experimentos de prolongación de vida van a tener éxito más allá de nuestros sueños más desquiciados.

Zeta Draconis

Cristal se levantó del suelo cubierto de trébol.

—Quizá necesites un descanso —dijo—. Volveré dentro de un rato.

—Espera —dijo Keith—. Quiero saber quién eres. Quién eres de verdad.

Cristal inclinó la cabeza hacia un lado y no respondió.

Keith se levantó también.

—Tengo derecho a saberlo. He contestado a todas tus preguntas. Ahora, por favor, contéstame a ésta.

—Muy bien, Keith —Cristal abrió los brazos—. Soy tú, Gilbert Keith Lansing, pero tú en el futuro. No tienes idea de cuánto tiempo he estado rompiéndome la cabeza intentando recordar qué significaba la condenada G.

Keith había quedado boquiabierto.

—No puede… no puede ser. No puedes ser yo.

—Oh, si que lo soy —dijo Cristal—. Claro que yo soy algo más viejo —se tocó el lado de su lisa y transparente cabeza, y luego emitió la risa como de campanillas de viento—. ¿Ves? Me he quedado calvo del todo.

Keith entrecerró los ojos.

—¿De cuándo en el futuro eres?