—Dijo que sólo vendrían sus amigos más íntimos.
—Bueno —dijo Keith, entrando en la sala—, Vagón es muy sociable. Imagino que todos los ibs a bordo la consideran una amiga íntima.
Había otros seis humanos presentes, todos ellos miembros del personal de Rissa en ciencias biológicas. También había un solitario waldahud que Keith no pudo situar. Keith miró su reloj: 13.59,47. Sin duda lo que fuera a ocurrir lo haría a tiempo.
—Gracias a todos por venir —dijo la voz de Vagón por el implante de Keith.
Era fácil localizarla: la suya era la única red que destellaba. En cierto modo resultaba fantasmagórico. La traducción de PHANTOM entraba por su oído izquierdo; el otro oído no captaba nada. Incluso una habitación tan grande, llena de ibs vociferantes, estaría silenciosa.
Vagón estaba a quince metros de Keith y Rissa. Frente a la puerta espacial reforzada, PHANTOM proyectaba un holograma gigante de Vagón, de manera que todos los ibs pudieran ver su centelleante red. Había algo raro: las hebras de su red eran de color verde brillante. Keith nunca había visto ese color en un ib antes.
Se volvió hacia Rissa, pero ella había adivinado su pregunta.
—Representa un estado altamente emocional —dijo—. Vagón está emocionada por la muestra de apoyo de su gente.
La red de Vagón volvió a destellar. La traducción dijo:
—El todo y las partes, de uno, y de todos. La gestalt resuena en la macro y en la microescala. Une.
Obviamente, Vagón se estaba dirigiendo a sus compañeros ibs. Keith pensó que captaba lo esencial de lo que estaba diciendo, algo sobre que ser parte de la comunidad ib había significado tanto para ella como ser una comunidad de partes en sí misma. Keith se enorgullecía de su aceptación de los aliens, descontando sus encontronazos con Jag. Pero esto era un poco demasiado surrealista para él; sabía que estaba a punto de ver morir a alguien, pero las emociones que debería estar sintiendo no habían asomado aún a la superficie. Rissa, por otra parte, tenía esa expresión que se le ponía cuando intentaba no llorar. Keith se dio cuenta de que ella y Vagón habían estado más unidas de lo que había creído.
—El camino está claro —concluyó Vagón.
Rodó unas docenas de metros alejándose de los otros, hacia el centro del hangar.
—¿Por qué hace eso?
Rissa se encogió de hombros, pero PHANTOM respondió por los implantes de los dos:
—Durante la descorporeización, los componentes, especialmente las ruedas, pueden asustarse, y tratar de unirse a cualquier otro ib en la zona. La costumbre es alejarse de manera que si intentan algo así, haya mucho tiempo para reaccionar.
Keith asintió ligeramente.
Y entonces empezó. En mitad del hangar había un montículo de descanso estándar. Vagón rodó sobre él de manera que la elevación soportara su marco desde abajo. Su red (visible en el holograma gigante de PHANTOM) se volvió casi de color púrpura eléctrico, otro color que Keith nunca había visto antes. Los puntos de luz en las incontables intersecciones de la red se hicieron más y más brillantes, una densa constelación con cada estrella hecha una nova. Entonces, una por una, las luces desaparecieron. Pasaron quizá dos minutos hasta que todas las luces se apagaron.
El marco de Vagón cayó hacia delante y su red se deslizó hacia el suelo del hangar, acabando en una fofa pila. Keith había pensado que la red estaba ya muerta, pero se arqueó repentinamente, como si un puño la estuviera empujando desde abajo. Las hebras habían perdido todo su color; parecían hilo de pescar grueso.
Sin embargo, tras un momento, la red expiró por fin, desplomándose en un montón. Vagón estaba ahora ciega y sorda (una vez tuvo también sentido magnético, pero había sido neutralizado con nanocirugía cuando salió de su mundo natal; causaba desorientación severa a bordo de naves estelares).
Luego, las ruedas se desprendieron de los ejes del marco. Que las ruedas se desacoplaran no era raro de por sí. El sistema que permitía a los nutrientes pasar del eje a cada rueda no suplía de suficiente alimento a las ruedas, y en su entorno nativo se separaban periódicamente del resto de la gestalt para alimentarse. Gruesos zarcillos, parecidos al manojo de cuerdas manipuladoras de los ibs, salieron de los lados de las ruedas, evitando que cayeran de lado (o enderezándolas si lo hacían).
Casi inmediatamente después de separarse, la rueda izquierda trató de reunirse con el marco. Justo como PHANTOM dijo que haría, se asustó cuando se dio cuenta de que habían aparecido pequeñas protuberancias alrededor de la circunferencia del eje, evitando que se reconectara. Rodó por el hangar, con las proyecciones prensiles de su periferia extendiéndose y retrayéndose rápidamente. La rueda tenía algunos sensores visuales propios, y en cuanto vio la enorme reunión de ibs, fue en línea recta al más cercano. El ib se alejó, evitando la rueda. Uno de los otros (Mariposa, supuso Keith, el único médico ib a bordo) avanzó con una cuerda manipuladora extendida, y un aturdidor médico negro y plateado sujeto en la punta. El aturdidor tocó la rueda, que dejó de moverse. Se quedó erguida algunos segundos, y luego los apéndices como raicillas que salían de sus lados parecieron ablandarse, y la rueda cayó de lado.
Keith volvió su atención al centro del hangar. El manojo de cuerdas de Vagón se había deslizado hasta el suelo, cerca de la desechada red sensora. Estaban desconectando la bomba azul de la vaina central verde, y llevando suavemente la bomba hasta el suelo. Keith podía ver el gran respiradero central de la bomba pasar por su normal secuencia de abrirse, expandirse, comprimirse y cerrarse. Sin embargo, después de unos cuarenta segundos, la secuencia pareció alterarse cuando la bomba pareció perder la noción de lo que estaba haciendo. Los movimientos del orificio se volvieron confusos, abriéndose, y comprimiéndose de inmediato; intentando expandirse después de cerrarse. Hubo un pequeño jadeo, el único sonido en todo el hangar. Finalmente la bomba dejó de moverse.
Todo lo que quedó fue la vaina, descansando sobre el marco en forma de silla de montar.
Keith susurró a Rissa:
—¿Cuánto tiempo puede sobrevivir la vaina sin la bomba?
Rissa se volvió hacia él, con los ojos húmedos. Parpadeó varias veces, dejando caer algunas lágrimas.
—Un minuto —dijo—. Quizá dos.
Keith le cogió la mano y se la estrechó.
Todo quedó en silencio durante unos tres minutos. La vaina expiró tranquilamente, sin movimiento ni sonido alguno, aunque, aparentemente, los ibs supieron cuándo murió, y empezaron a salir todos a una del hangar. Todas sus redes estaban oscuras; no intercambiaban ni una palabra. Keith y Rissa fueron los últimos en salir. Keith sabía que Mariposa volvería en breve para ocuparse de lanzar los restos de Vagón al espacio.
Mientras salían del hangar, Keith pensó en su propio futuro. Iba a vivir mucho, mucho tiempo, aparentemente. Se preguntó si dentro de miles de millones de años sería capaz de escapar de los errores de su pasado.
No pudieron dormir esa noche, por supuesto. La muerte de Vagón había afectado a Rissa, y Keith luchaba con sus propios demonios. Yacían lado a lado en la cama, desvelados, Rissa mirando el oscuro techo, Keith mirando el tenue punto rojo que la luz del reloj escapándose por los bordes de la tarjeta de plástico creaba en la pared.
Rissa habló, sólo una palabra:
—Si…
Keith rodó hasta quedar boca arriba.
—¿Perdón?
Ella se mantuvo un rato en silencio. Keith estaba a punto de animarle a que siguiera, cuando ella dijo, muy bajito:
—Si no recuerdas cómo hacer una u o una tilde, ¿me recordarás a mí… a nosotros? —Se dio la vuelta, le miró—. Vas a vivir otros diez mil millones de años. No puedo empezar a comprenderlo.
—Es… te obnubila —dijo Keith, moviendo la cabeza. También él guardó silencio un rato. Y luego—: La gente siempre fantasea acerca de vivir para siempre. De algún modo, «para siempre» parece menos sobrecogedor que ponerle una fecha específica. Podría manejar la inmortalidad, pero contemplar la noción específica de estar vivo dentro de diez mil millones de años… No le puedo encontrar sentido.