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Pero a pesar de la actitud de Thor, había motivos para preocuparse. Hacía diez años, un bumerang lanzado desde Tau Ceti había alcanzado su objetivo, un atajo inactivo cerca de la estrella clase M3 Tejat Posterior, en la constelación de Gemini. Ese bumerang nunca volvió a Tau Ceti. En su lugar, más o menos cuando se suponía que tenía que haber vuelto, una esfera lisa de metal salió disparada desde el atajo de Rehbollo. Los análisis determinaron que la bola era los restos de la sonda, después de que algún tipo de proceso rompiera brevemente todos los enlaces moleculares en su estructura.

La palabra «proceso» había sido elegida deliberadamente para los informes públicos, pero muchos creían que ninguna actividad natural había podido hacer eso, ni siquiera si el atajo de la salida de Tejat Posterior hubiera estado en el núcleo de una estrella. Los hipotéticos seres responsables habían sido llamados «Estampadores», porque aparentemente habían estampado la puerta interestelar en las narices colectivas de la Commonwealth.

Otras sondas hiperespaciales con potentes escudos habían sido enviadas a Tejat Posterior (desde puntos de lanzamiento bien alejados de cualquiera de los mundos de la Commonwealth), pero aún pasarían otros dos años hasta que llegaran. Hasta que lo hicieran, el misterio de los Estampadores seguía sin ser resuelto; pero siempre existía el miedo de que acecharan tras otros atajos.

—Con alivio, informo de un pulso de taquiones —anunció Rombo.

Keith dejó escapar el aliento; no había sido consciente de estar reteniéndolo hasta ahora. El pulso quería decir que algo estaba pasando a través del atajo; la sonda regresaba. Miraron mientras el atajo crecía desde un punto infinitesimal hasta alcanzar un metro de diámetro, con la periferia violeta. El cilindro apareció. Keith asintió ligeramente; la sonda parecía intacta. Maniobró de vuelta a Starplex bajo su propio impulso, lo que quería decir que su electrónica interna también estaba intacta, y se deslizó por el tubo de lanzamiento hasta su atraque. Los umbilicales se conectaron, y descargaron su almacén de datos en PHANTOM, el ordenador central de Starplex.

—Veámoslo —dijo Keith, y Rombo obedeció, reemplazando el holograma esférico del espacio en el exterior de Starplex con lo que la sonda había visto al otro lado del atajo.

Al principio sólo parecía más espacio, con diferentes constelaciones envolviéndolos. Hubo murmullos de decepción. Uno siempre esperaba ver una nave, un vehículo de la raza que hubiera activado el atajo.

Jag se levantó de su asiento y caminó hasta quedar frente a las dos filas de estaciones de trabajo. Giró sobre sus cascos, mirando a distintos puntos del holograma, y luego empezó a interpretar lo que era visible para los demás.

—Bien —dijo el traducido acento de Brooklyn por encima de sus ladridos caninos—, parece espacio interestelar ordinario. Lo que se esperaría para el Brazo de Perseo: muchas estrellas azules, no mucha densidad —se detuvo y señaló—. ¿Ven esa banda de luz? Estamos en el borde interno del Brazo de Perseo, mirando hacia el Brazo de Orión. Ni Galath ni Hotspot serían visibles desde aquí, pero podríamos encontrar Sol con un telescopio.

Empezó a recorrer el perímetro del puente, con los cascos resonando contra el suelo invisible.

—Lo único que parece lo bastante brillante como para ser una estrella cercana de la secuencia principal es esa de ahí —indicó un punto blanco azulado que era en verdad más brillante que los otros—. Aun así, no muestra indicios de un disco visible, así que como mínimo estamos a varios miles de millones de kilómetros de ella. Por supuesto podemos usar un par de sondas para hacer pruebas de paralaje, para ver lo cerca que está en cuanto atravesemos el atajo. Normalmente no considero que las estrellas de clase A tengan planetas habitables, pero parece un lugar tan bueno como otro cualquiera para empezar a buscar a quien haya activado esta salida.

—¿De modo que piensa que es seguro que lo atravesemos? —preguntó Keith.

El waldahud se volvió para mirar a Keith, y su par izquierdo de ojos parpadeó.

—No parece haber riesgo inminente —dijo—. Tendré que revisar el resto de los datos de la sonda, pero parece ser, bueno, espacio.

—Vale. En ese caso, probemos a…

—Un segundo —dijo Jag, al parecer reparando en un área del holograma por detrás del hombro de Keith.

Caminó hacia el director y luego continuó, dejando atrás la galería de observadores que había detrás de su puesto.

—Un segundo —dijo de nuevo—. Rombo, ¿cuánto holograma de tiempo real queda?

—Me mortifica admitir que agotamos la proyección en tiempo real hace dos minutos —dijo el ib desde la consola de OpEx—. He puesto la filmación en bucle.

Jag caminó hacia la pared del puente, lo cual era un poco como dar unos pasos hacia una montaña distante esperando con ello verla mejor. Atisbo la oscuridad.

—Ese área de ahí —dijo, moviendo su brazo superior izquierdo en un círculo para indicar una amplia porción del campo estelar—. Hay algo raro… Rombo, acelere la reproducción. Diez veces la velocidad normal, y en bucle continuo.

—Hecho, sin rencor —dijo Rombo, chasqueando los tentáculos.

—No puede ser —dijo Thor, que se había dado la vuelta para mirar también.

Se medio incorporó de su asiento en la consola del timonel.

—Pero lo es —dijo Jag.

—¿Qué pasa? —preguntó Keith.

—Lo está viendo —dijo Jag—. Mire.

—Todo lo que veo es un puñado de estrellas que parpadean.

Jag alzó los hombros superiores, el equivalente waldahud a un asentimiento de cabeza.

—Exacto. Igual que una clara noche de invierno allá en su magnífica Tierra, sin duda. Salvo que —dijo— las estrellas vistas desde el espacio no parpadean.

Gamma Draconis

Posees, había dicho el hombre de cristal, no sólo la clave del futuro, sino también la del pasado. Las palabras del hombre de cristal resonaban en la mente de Keith. Miró los árboles, el lago, el cielo azul. Vale, vale, Cristal había dicho que no era una jaula, ni un zoo, que podía irse cuando quisiera. Aun así, le daba vueltas la cabeza. Quizá porque todo esto era demasiado para asimilarlo de una vez, a pesar del intento de Cristal de proporcionarle un entorno familiar. O quizá la sensación era un efecto secundario de la sonda mental de Cristal; Keith todavía sospechaba que se trataba de algo parecido. Fuera como fuese, se sintió mareado, y decidió echarse en la hierba. Al principio se arrodilló, pero luego adoptó una posición más cómoda, con las piernas a un lado. Le asombró ver una mancha de hierba en una rodillera del pantalón.

El hombre de cristal fluyó hasta la posición del loto a un par de metros de Keith.

—Te has presentado como G.K. Lansing.

Keith asintió.

—¿Qué significa la G?

—Gilbert.

—Gilbert —dijo Cristal, asintiendo con la cabeza como si eso fuera importante.

Keith estaba perplejo.

—De hecho uso mi segundo nombre, Keith —soltó una risita avergonzada—. Tú también lo harías, si te llamaras Gilbert.