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Susana sentía como las rodillas ya no eran capaces de sostenerla. Cayó al suelo, con un insoportable dolor en el pecho. Sentía el corazón bombear inútil, su sangre debía estar llena de burbujas de gas expandido. La visión se volvió una niebla roja inundada de sangre.

Sabía que tenía menos de quince segundos…

No había aire. No había presión…

Se levantó como pudo e intentó gritar, pero no había aire que pudiese transmitir la vibración de sus cuerdas vocales.

Corrió hacia el exobiólogo que se retorcía en el suelo. Lo agarró de un brazo e intentó arrastrarlo fuera de allí.

Pero no pudo. Era inútil, pesaba demasiado y ella no tenía ya fuerzas.

¡Ambos se estaban muriendo!

Al fin un rayo de lucidez le hizo correr hacia atrás, hacia el camino que ya había recorrido. En pocos pasos sintió que volvía el aire.

Se derrumbó en el suelo, jadeando. Miles de agujas le recorrían la piel y gruesas gotas de sangre caían sobre el polvo marciano.

Bajo el diafragma, el horrible dolor de su intestino distendido parecía calmarse. Pensó que no iba a poder ni moverse, sin embargo logró ponerse en pie y empezó a correr chocando locamente contra las paredes.

Quince segundos, es todo lo que tenía.

Al fin retrocedió hasta dónde habían dejado los trajes. Con movimientos rápidos y precisos se colocó la mochila de soporte vital, su escafandra y sus guantes.

Luego tomó los de Fidel y corrió de regreso.

Quince segundos tan solo…

Fidel aún estaba en el suelo, avanzó hasta él y)le colocó el casco y los guantes. Con dedos seguros y rápidos conectó la toma de aire auxiliar de su mochila al traje de Fidel. El ordenador del traje le mostraba que la presión se recuperaba rápidamente.

Arrastró a Fidel hasta la zona segura rodeando el pecho del hombre con sus brazos y tirando de él.

En cuanto el traje le indicó que había presión se quitó la escafandra y libró de ella también a Fidel.

El rostro del exobiólogo estaba ensangrentado. Le corrían regueros sanguinolentos desde los oídos, la nariz y los ojos. La piel era casi de color azul a causa de los derrames.

No respiraba, el corazón no latía.

Con rapidez lo tumbó en el suelo. Acopló un respirador a su cara y activó una función de respiración artificial que el ordenador del traje traía como medida de urgencia. El pecho de Fidel se hinchaba y distendía con un remedo de respiración.

Susana se subió a horcajadas sobre él y comenzó a masajearle el corazón con fuertes golpes sobre el pecho dados con las dos manos.

– Fidel, maldita sea, ¡respira!

¿Quince segundos? ¿Quizá habían sido más? Por encima de ese tiempo los daños cerebrales eran graves. Susana prosiguió el tratamiento durante casi medio minuto. Sintió calambres que le corrían de los hombros hasta los dedos, pero no dejó de masajear el corazón.

Al fin Fidel tosió sangre y se agitó.

Se arrancó el respirador y se quejó sordamente mientras intentaba aferrarse el pecho con las manos. Susana se apartó.

– ¿Fidel?

– ¿Cómo… puede ser… posible? -susurró entrecortadamente.

– Fidel…

– El… corredor estaba… varío…

Fidel tosió y escupió sangre sobre la mano.

– Intenta incorporarte… -le dijo Susana.

– No, Susana… Creo que… estoy… muy… cansado…

Fidel hablaba en un susurro y tosía abundantemente. Susana le tomó una mano. La piel estaba muy fría.

– Fidel, tenemos que seguir juntos… tenemos…

Fidel se soltó de Susana y luchó por incorporarse.

Al fin, sólo logró apoyarse contra la pared. Desde allí miró a Susana.

Su cara era una terrible máscara azul y roja.

Susana lo ayudó a mantenerse erguido. Estaban muy cerca y ella sintió en el rostro su aliento, el último. Luego, la cabeza del biólogo quedó floja y se ladeó. Todo el peso del cuerpo recayó sobre Susana.

Lo soltó y el cadáver de Fidel resbaló hasta el suelo polvoriento donde quedó de medio lado, mirando hacia el túnel con una estrella grabada en su entrada.

– ¡Fidel! -sollozó Susana.

Se tapó la cara con las manos. Las sentía húmedas, embarradas de polvo y sangre. Cuando liberó el rostro, largos surcos de humedad habían limpiado parte de las mejillas y ojos.

Susana se levantó vacilando. Se agarró a una esquina, mirando hacia el fondo de túnel.

Se caló el casco y los guantes y siguió caminando.

32

En la Belos, Jenny y Luca permanecían con los brazos cruzados y recostados, mirando las cifras de la pantallas de análisis biológico.

– Espera, espera… ¿Has encontrado ese… liquen creciendo sobre la tumba de André?

– ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? Sí.

– Pero…

– Vida marciana… ¡Por fin! Debe estar en forma de esporas ahí afuera, quizá en el interior de las piedras, para protegerse de la radiación. La humedad del cuerpo del comandante las ha hecho germinar.

– ¿Y cómo es posible que no la hayamos detectado hasta ahora?

– ¿Qué…? No lo entiendo, pero ¿qué importa? Aquí debe haber una ecología que haga crecer esos… bueno, aún no sabemos que son… pero habrá que buscar y…

– Asombroso. En la Tierra se van a volver locos de contento. Después de todo esta misión ha sido un verdadero éxito para ellos… ¿Por qué yo no me siento tan feliz?

– Espera, Luca ¡Esto es materia orgánica! ¡Podemos alimentar con ella a los cultivos y a los recicladores y obtener así comida sin límite!

Luca torció el gesto.

– Una vez más olvidas que nuestro principal problema es la falta de energía y esa fuga por la que estamos perdiendo el aire de la reserva.

La sonrisa en el rostro de Jenny se borró.

– Pero es una esperanza… Debemos seguir luchando, debemos…

– No hay esperanza, Jenny, en unas horas estaremos muertos. -Luca aumentó el volumen de su voz y golpeó el panel de biología con la palma abierta-. Acéptalo, maldita sea, acéptalo o déjame en paz.

Se levantó y caminó hasta la escotilla. Permaneció allí, mirando al exterior con los brazos cruzados.

Jenny le miraba a la espalda, luego otra vez a los resultados de los análisis, hasta que las lágrimas le impidieron enfocar bien las cifras.

– No quiero morir… -musitó.

Luca, sin darse la vuelta, la habló con rabia:

– Oh, por Dios, Jenny, ahórrame eso ¿vale?

Al fin Luca se tendió sobre su saco térmico con las manos sujetándose la cabeza.

Jenny dejó de llorar y siguió mirando los análisis, completándolos, viendo la mejor manera de aprovechar aquella materia orgánica. No iba a rendirse. Cuanto más cerca veía la muerte, más furia sentía.

Miró de reojo a Luca. El lo había aceptado, en su sencillo universo de causas y consecuencias no había ya más opciones, pero Jenny sabía que estaba equivocado, lo sentía muy dentro y le daba igual si se engañaba, si era una estúpida que iba a morir de todos modos.

Los túneles eran su universo.

Susana ya había perdido noción de Marte, del viaje, de todo lo que había en su mente desde un año atrás. Sólo quedaban memorias antiguas que retrocedían y aquel mundo de semipenumbra polvorienta, de tallas incomprensibles y signos labrados en la piedra.

Quizá seguía andando por costumbre, ya no esperaba nada, no había esperanza, casi no había ya deseo de sobrevivir, sólo el cansancio como una hiedra que se enredaba en brazos y piernas y la sed como un fuego que le ardía en la boca.

Recordó su primer vuelo en solitario, en la academia, su bautismo. Y también recordó lo que pensaba, nítido y claro como aquel día. El avión estaba listo, un veterano pero fiable C-101 con más de treinta años de servicio. Le esperaba en la pista. Los mecánicos dejaron de trabajar en cuanto llegó y la saludaron con la mano. Sabían que un primer vuelo era algo muy especial. Por mucho entrenamiento en biplaza y simulador que se hiciera, ese momento era decisivo; el piloto solo en el aire por primera vez en un reactor de reacciones rapidísimas y alta velocidad.