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– ¿Tan previsible soy? Me han dejado en la estacada.

Su tía le explicó que uno de sus clientes más importantes le había confiado un informe muy complicado para que lo mecanografiara y ella se había comprometido a hacerlo.

– Pero Lucy -siguió su tía-, mi mejor chica, contrajo un virus y sigue de baja. Se lo di a otra chica y la verdad es que ha hecho un auténtico desastre.

– Lo haré encantada -se ofreció Taryn.

– ¿De verdad? -su tía sonrió de oreja a oreja-. ¡Qué alivio! Esa estúpida borró el original del ordenador. Aunque conservo su copia, tendrás que seguir el manuscrito para no caer en los mismos errores.

– No importa -aseguró Taryn-. ¿Para cuándo lo quieres?

– Le prometí al cliente que podría recogerlo mañana, en cuanto abriera la oficina.

– ¿Quieres tenerlo mañana a las nueve de la mañana?

Taryn comprendió que no podría dormir en toda la noche y empezó a arrepentirse de haberse ofrecido.

– Me odias, ¿verdad?

La verdad era que no podría meterse en el despacho hasta que los invitados se hubieran ido y encima su padre los invitó a tomar el té. Para colmo, unos amigos de su padre, a los que no veía desde hacía siglos, pasaron por su casa y todo empezó a escapársele de las manos. Taryn estaba ansiosa por ponerse con el informe, pero sabía que su madrastra no se lo permitiría hasta que ordenara la cocina después de que se hubieran ido los amigos de su padre.

Entonces, cuando todos se hubieron ido, su padre insinuó que tenía cierto apetito. Como no sabía ni cortar el pan, Taryn tuvo que prepararle algo de cena, y a Eva, claro.

Por fin, con más ganas de meterse en la cama que de ponerse a trabajar, Taryn pudo echar una ojeada al informe. Era monumental y la letra, casi indescifrable, llenaba todas las páginas de principio a fin.

Hacia las tres de la mañana, Taryn consiguió acostarse. Se levantó al cabo de unas horas y se duchó y vistió antes de estar completamente despierta.

Al llegar a la oficina vio que Kate no estaba y supuso que se encontraría mal. Ella tampoco estaba en su mejor momento cuando Jake entró en su despacho y comprobó, con gesto hosco, que tenía ojeras y estaba pálida.

– ¡Parece que te lo has pasado muy bien durante el fin de semana!

A ella le molestó la insinuación de que hubiera estado con Matt.

– No puedes imaginártelo -contestó ella mientras esbozaba una sonrisa.

– Bien… -gruñó él-. No has tardado mucho en olvidar a Brian Mellor, ¿eh?

Taryn sintió que, si hubiera tenido fuerzas, se habría marchado en ese instante.

– ¿Quién ha dicho que lo haya olvidado? -soltó ella aunque él tuviera razón.

– Ya… -farfulló Jake antes de pedirle unos documentos.

Kate llegó sobre las diez y parecía tan agotada como Taryn. Aunque su jefe estuvo más compasivo con ella. A Taryn también le pareció que estaba siendo intencionadamente incordiante, que había dejado abierta la puerta entre los despachos para mirarla mientras trabajaba, algo que ella detestaba.

***

Taryn recuperó el equilibrio a lo largo de la semana y le alegró comprobar que su jefe parecía haber encontrado su lado más resplandeciente. Estaba claro que la atención que le prestaba Sophie Austin tenía algo que ver. Taryn se dio cuenta de que no paraba de llamarlo y no le hizo demasiada gracia; aunque también estaba segura de que le importaban un comino las Sophies o Lousies que lo llamaran.

Había sido una semana espantosa y se alegró de que hubiera llegado el viernes. Kate se fue de compras a la hora de comer y ella fue a la cafetería, donde compró un sándwich para seguir trabajando mientras comía. Iba de camino a su mesa cuando vio que Kenton Harris, otro de los directores, se dirigía hacia ella. Rondaba los cuarenta y ya iba por su segundo matrimonio. Según los rumores, ese matrimonio también hacía aguas. Taryn, sin embargo, creía que era inofensivo.

– ¿Qué tal todo? -preguntó él.

– Me gusta mucho el trabajo.

Taryn se habría apartado, pero él estiró un brazo y lo apoyó en la pared delante de ella.

– Bien, bien… -comentó él-. Tengo dos entradas para ir mañana al teatro. Me encantaría que me acompañaras. Podríamos…

– ¿Estás casado? -preguntó ella sin rodeos.

Él se quedó algo desconcertado, pero contestó con sinceridad.

– A punto de divorciarme.

– Propónmelo cuando te hayas divorciado.

Él pareció más desconcertado todavía.

– ¡Eso es una cita! -exclamó con una sonrisa.

Sin motivo alguno, toda la situación se convirtió en cómica y Taryn se encontró sonriéndole. Había sido un momento gracioso, pero quería volver a su mesa. Entonces se dio cuenta de que no estaban solos en el pasillo. Jake estaba detrás de Kenton Harris y no parecía muy contento de que su secretaria personal estuviera riéndose con uno de sus directores. Aun así, decidió que no tenía por qué salir corriendo a su mesa. Podía pensar lo que quisiera. Fue al cuarto de baño y cinco minutos después salió más tranquila. Sin embargo, en cuanto se sentó, Jake Nash apareció como caído del cielo.

– No puedes evitarlo, ¿verdad?

– ¿El qué? -preguntó ella sin alterarse.

– Coquetear con hombres casados. Le diré, señorita Webster, que no le pago para que coquetee en el tiempo que me corresponde.

– ¡Es muy discutible que mi tiempo para comer sea el tiempo que te corresponde!

– ¿Sabes que está casado? -le preguntó él con acritud.

– Me he ocupado de enterarme, naturalmente -respondió ella.

– ¡Estoy seguro! ¿Qué te pasa con los hombres casados?

– ¡Preferiría que no aprovecharas una confidencia para echarme una bronca sin motivo!

Taryn lo miró con rabia, pero Kate entró cargada con paquetes de compras y los miró con un gesto de haber captado las malas vibraciones.

– ¿Puedo ayudarte? -le preguntó Taryn con una sonrisa para disimular.

– Te juro que sólo quería comprar un par de cosas.

Jake, que no tenía interés por cuestiones domésticas, se fue a su despacho y cerró la puerta. Salió a las cuatro para ir a una reunión y le recordó a Kate que quería que se marchara a las cinco en punto.

A las cinco menos cuarto, Kate empezó a ordenar su mesa.

– ¿Quieres algo? -preguntó a Taryn antes de recoger las compras.

– Nada, gracias. Que pases un buen fin de semana.

Su fin de semana no era muy prometedor. Quizá llamara a Matt, pero lo más importante era encontrar un alojamiento. Sin embargo, todavía era más importante recoger su mesa antes de que Jake volviera de la reunión. Le faltó un minuto. Ya tenía el bolso colgado del hombro cuando Jake apareció por la puerta.

– Iba a marcharme -comentó ella intencionadamente.

Ante su sorpresa, Jake se quedó mirándola con una expresión seria en los ojos.

– Te debo una disculpa.

– ¿Te has dado cuenta de tus errores? -Taryn no estaba dispuesta a ponérselo fácil.

– Hablé con Kenton Harris después de la reunión.

– Evidentemente, te habrá contado algo de nuestra conversación.

– Me contó que, más o menos, lo mandaste a paseo hasta que esté soltero -Jake hizo una pausa-. Te he ofendido, ¿verdad?

Ella no quería un tono amable de él, la debilitaba. Cuando era arisco, ella también podía serlo, pero ese aspecto sensible la desarmaba.

– A veces puedes ser muy ofensivo -Taryn tragó saliva para contener las lágrimas-. Pero, por favor, no te pongas delicado conmigo, vas a hacerme llorar.

– Lo siento muchísimo, Taryn -como si no pudiera evitarlo le acarició la mejilla-. No llores, por favor, no llores.

La firmeza de Taryn se evaporó ante el tono de arrepentimiento sincero y la caricia de sus dedos.

– No pensaba llorar por ti -replicó con una sonrisa vacilante.