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– No sé si quiero volver a ser secretaria de dirección -le confesó a su tía.

– Harías bien cualquier cosa que te propusieras.

– Vaya, siempre me levantas la autoestima.

– ¡Con motivo! ¿Te acuerdas del trabajo de camarera que me hiciste cuando estabas en la universidad? Te habrían contratado permanentemente si hubieras querido.

Ese comentario hizo que su angustiada sobrina sonriera.

– A lo mejor vuelvo a contratarme de camarera -Taryn lo dijo con tono desenfadado-. Bueno, ya te he robado demasiado tiempo. Será mejor que me vaya a casa.

– Tengo entendido que la señora Jennings se ha marchado bastante bruscamente -comentó Hilary refiriéndose a la marcha del ama de llaves.

– Has hablado con mi padre.

– Esta noche te toca ser cocinera…

Taryn sabía que lo sería. A su madrastra no le interesaba mucho la comida y, aunque en un momento dado fue el ama de llaves, los asuntos domésticos le interesaban menos todavía. Si su padre tenía que comer, y él no sabía ni cocerse un huevo, era evidente que la elegida era su hija.

– Pronto encontraremos otra ama de llaves.

Taryn lo dijo con esperanza y agradeció que su tía no dijera que su madrastra perdería el tiempo si recurría a ella para encontrar a alguien.

– ¿Cuándo vas a marcharte de esa casa? -preguntó Hilary-. Llevas años diciéndolo.

– Lo sé y me encantaría hacerlo, pero cada vez que saco el tema, pasa algo horrible.

– ¿Como cuando tu madrastra se cayó la noche anterior a tu marcha? ¿Como la otra vez que te la encontraste con un pie vendado y sin poder moverse? Por no mencionar la vez que creyó que tenían que operarla hasta que sus males se curaron milagrosamente.

– Tienes buena memoria.

– Eva Webster será tu madrastra, pero yo la conozco desde hace mucho tiempo.

La conocía desde mucho antes de que la madre de Taryn abandonara a su marido y le dijera, al día siguiente del décimo quinto cumpleaños de Taryn, que se había enamorado de otro hombre. Ella se marchó y Eva Brown, una viuda en situación precaria, entró como ama de llaves. Sin embargo, el día que se casó con Horace Webster decidió que también habían terminado sus obligaciones domésticas.

– Esa mujer te tiene de criada -siguió Hilary-. Además, espera que estés agradecida por vivir bajo su mismo techo.

Taryn, aunque sabía que su tía decía la verdad, no contestó.

– ¿Qué tal está mi primo favorito? -preguntó para cambiar de tema-. ¿Has sabido algo de Matt?

– Está muy ocupado, pero me llama de vez en cuando.

– Dale un abrazo de mi parte la próxima vez que hables con él. Ya te he entretenido bastante tiempo -añadió Taryn mientras se levantaba.

– ¿Te encuentras mejor? -le preguntó su tía de camino hacia la puerta.

– Mucho mejor -contestó Taryn por educación más que por otra cosa.

– Dentro de veinticuatro horas lo verás de otra manera -la tranquilizó Hilary.

Taryn se montó en el coche y fue hasta su casa con la esperanza de que fuera verdad, pero, de momento, sólo se encontró con el saludo de su madrastra.

– ¿Qué está pasando? -le preguntó Eva-. Brian Mellor ha llamado dos veces para hablar contigo. También te ha llamado al móvil, pero lo tienes apagado.

– Ya…

Taryn se acordó vagamente de que lo había apagado poco después de llamar a su tía. No quería hablar con Brian.

– Llámalo. ¿Qué puede querer?

– No tengo ni idea. ¿Has hecho algo para cenar?

– Tenía una migraña.

Taryn le preguntó si ya estaba mejor y se fue a la cocina.

Esa noche, le costó dormirse. Le había encantado ese trabajo. Se sentía cómoda con la ingeniería y los términos técnicos, tenía destreza con el ordenador y era buena mecanógrafa y, además, como aprendía con facilidad, acometía con entusiasmo todo lo que pasaba por su mesa. ¿Qué carrera profesional tenía en ese momento? ¿Acaso quería una carrera profesional? Volvió a recordar el beso que le había dado Brian. No tenía mucha experiencia en ese terreno, pero podía distinguir entre un beso de amistad y el que había compartido con él. Ella se había espantado y se había ido, se había montado en el ascensor y… Se acordó de que había sido muy grosera con aquel hombre. Curiosamente, podía recordarlo con claridad. Era alto y sus ojos grises reflejaron algo cuando le dijo que parecía disgustada y luego le preguntó si podía ayudarla. Ella le contestó que lo dudaba mucho y, dado que él sólo quería ayudarla, no había sido una contestación muy considerada.

Taryn desterró de su cabeza la imagen del ejecutivo apuesto y triunfador. No sabía quién era y, en caso de que llegara a saberlo, cosa que no haría porque no pensaba volver a pisar aquel edificio, no quería revivir todo lo pasado sólo por disculparse con él.

Al día siguiente, durante el desayuno, se preguntó qué podría contarles a su padre y a su madrastra. Afortunadamente, su padre tenía un experimento entre manos en uno de sus talleres y parecía haberse olvidado de la necesidad de desayunar, como solía ocurrirle cuando se concentraba. Taryn pensó que podría llevarle una bandeja más tarde. Su madrastra no bajó hasta después de las nueve.

– ¿Sigues por aquí? -exclamó Eva cuando se chocaron en el vestíbulo justo en el momento en que sonó el teléfono y su madrastra lo contestó-. ¿Dígame? ¡Brian! ¿No te ha llamado esa hijastra perversa que tengo? -Taryn le hizo todo tipo de gestos para explicarle que no quería hablar con él y Eva dudó-. Lo siento, Taryn no está por aquí. ¿Quieres que le dé algún mensaje?

Brian no dejó ningún mensaje y, en cuanto colgó, Eva quiso saber, con todo lujo de detalles, por qué la llamaba a casa cuando tendría que estar en la oficina.

– Ha habido… He dimitido -declaró Taryn.

– ¡Es una pena que no se lo hayas dicho a él!

– Le mandaré una nota.

– ¡Te has largado! -el tono fue de acusación.

– Yo… no sabía si quería seguir siendo secretaria de dirección.

Taryn se sonrojó por lo descarado de la mentira, pero como no sabía qué quería hacer, quizá no fuera tan descarada. Eva, por su parte, vio ante sí una oportunidad que no quiso desaprovechar.

– Vaya, ¿no te parece increíble? Podrías quedarte con el trabajo de la señora Jennings.

– Yo… no estoy segura de querer ser vuestra sirvienta -replicó Taryn.

– No pensarás quedarte todo el día en casa sin hacer nada -le reprochó quien dominaba el arte de no hacer nada.

Como no quería pasarse la semana siguiente sin contestar el teléfono, Taryn redactó su dimisión formal y esgrimió circunstancias imprevistas como excusa para haberse marchado. Él le mandó una nota manuscrita en la que se disculpaba por haber traspasado la línea entre el jefe y su secretaria de dirección. Además, declaraba que su única excusa era considerarla más como a una amiga que como a una empleada. Le prometía que no volvería a pasar, pero aceptaba su dimisión si no le quedaba otro remedio. Aun así, si ella cambiaba de idea alguna vez, siempre encontraría un trabajo en Mellor Engineering.

A Taryn le costó contener las lágrimas cuando leyó aquello. Le pareció que nunca lo había amado tanto como en ese momento. Sin embargo, no podía volver.

Taryn llevaba dos semanas cocinando, limpiando y añorando ir a trabajar a Mellor Engineering.

– ¿Qué exquisitos sándwiches vas a preparar para esta tarde? -le preguntó Eva al entrar en la habitación.

– ¿Sándwiches?

– Tengo partida de bridge.

– Bueno, puedo hacerlos de salmón y pepino y poner pastelillos después.

– ¿Con pan blanco e integral? -le preguntó Eva con retintín.

– Claro -contestó Taryn.