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Sintió un cosquilleo en el estómago mientras iba hacia las oficinas de Nash Corporation. Quería el trabajo y esperaba tener la suerte de conseguirlo. Se recordó que tenía una formación muy completa como secretaria de dirección y que le habían dicho que sabía tratar a la gente con eficiencia, pero afablemente.

Se bajó del coche con la esperanza de gustar a Kate Lambert y de que la considerara apta para el puesto. Sabía que eso era imprescindible para que Jake Nash la entrevistara. Él tenía la última palabra.

Kate era baja, morena y de treinta y tantos años.

– Pasa -la invitó amablemente antes de darle la mano-. ¿Quieres un café?

– Sí, gracias -contestó Taryn con una sonrisa.

Kate, efectivamente, tenía un aspecto enfermizo y habría preferido hacer ella el café.

– Jake… el señor Nash te ha explicado las… circunstancias confidenciales de mi estado -empezó a decir Kate.

Estaba claro que al cabo de unos meses no podría disimular su estado, pero, por el momento, no se le notaba.

– Sí, me lo ha contado. Enhorabuena.

Kate sonrió y pasó a preguntarle por los trabajos que había hecho hasta entonces y a informarle sobre lo que suponía ser la secretaria personal de un ejecutivo con tanto poder. Cuanto más hablaba, más desataba las ganas de Taryn por conseguir ese trabajo. En definitiva, cuando Kate estuviera de baja, ella llevaría la oficina del máximo directivo. Trataría con gente de todo el mundo y asistiría a reuniones «en la cumbre». Además, iban a pagarle muy bien, pero no se hacía ilusiones. Kate le había explicado que se ganaría cada centavo de su fabuloso sueldo. Sería una experiencia maravillosa, se dijo Taryn con un estremecimiento.

– ¿Qué te parece? ¿Te he quitado las ganas? -le preguntó Kate.

– ¡En absoluto! Me parece el tipo de trabajo que me encantaría hacer.

– ¿Sabes que sólo durará un año aproximadamente?

– Sí. Hasta que vuelvas después de tener a tu hijo.

– Muy bien -eso hizo que Taryn pensara que iba a recomendarla-. Iré a comprobar si el señor Nash puede recibirte.

Taryn comprendió que si pensara que no era apta para el puesto, le habría dado alguna excusa, como que ya la llamarían, y la habría despachado. Sólo le quedaba esperar que la entrevista con Jake Nash saliera igual de bien.

– El señor Nash dice que te recibirá dentro de cinco minutos -le comunicó Kate después de colgar el teléfono-. ¿Quieres preguntarme algo más?

Ella le contestó que creía que lo habían comentado todo muy minuciosamente y Kate tuvo que atender una llamada. Taryn se quedó a solas con los nervios. Pronto estaría con un hombre que hasta el momento sólo había visto la peor parte de ella. Sin embargo, esa vez, si quería ese puesto que anhelaba, tendría que contener esos impulsos para deslumbrarlo.

Se abrió la puerta y apareció Jake Nash; alto, moreno y con traje, tal como lo recordaba.

– Siento haberte hecho esperar -se disculpó amablemente-. Pasa, Taryn.

Taryn se levantó y el corazón le dio un ligero vuelco. Entró en el despacho. Era espacioso y luminoso y tenía dos puertas; supuso que una daría al pasillo y la otra a un cuarto de baño o algo parecido. Al fondo de la habitación había un sofá con dos butacas a los lados, pero Jake Nash le señaló una silla de respaldo alto que había junto a la mesa.

– Siéntate -se sentó al otro lado de la mesa-. ¿Te ha explicado Kate lo que quiero?

– Parece muy interesante.

Taryn se dio cuenta de que tenía unos ojos muy bonitos y de que su boca no estaba nada mal. Pero, ¿en qué estaba pensando…?

– ¿Y a ti qué te parece?

Taryn volvió a sentirse desquiciada. Si estaba allí, él debería haber comprendido que estaba interesada.

– Creo que puedo hacer el trabajo.

– ¿Te das cuenta de que parte del trabajo es confidencial? -preguntó él.

– Creo que a una secretaria de dirección se le supone la confidencialidad.

Jake Nash no pareció impresionado y ella habría dado cualquier cosa por saber qué se ocultaba detrás de esa fachada tan fría.

– Naturalmente, podrás darme referencias.

– Yo… -Taryn vaciló.

– No pareces muy segura.

Jake no se anduvo con rodeos y ella volvió a sentir antipatía por él.

– No es que…

Se sentía incómoda por tener que pedir referencias a Brian Mellor, aunque estaba segura de que le daría unas muy buenas.

– Sólo he tenido un puesto fijo -siguió ella con toda la tranquilidad que pudo.

– Y lo dejaste bastante precipitadamente -afirmó él sin una sonrisa o un gesto de ánimo-. ¿Por qué?

Taryn hizo un esfuerzo por contener la indignación que le había producido su tono cortante. Si él quería confidencialidad, ¿por qué no se la concedía a ella?

– Es algo confidencial -replicó Taryn tajantemente.

– Acepto la confidencialidad en asuntos de trabajo, pero tu motivo para marcharte fue personal.

– ¿De dónde ha sacado eso? -preguntó ella airadamente.

– ¡Me parece evidente! -contestó él-. ¿Por qué discutisteis Brian Mellor y tú?

– ¡No discutimos!

Taryn se dio cuenta de que el trabajo que tanto anhelaba se alejaba de ella, pero no pudo hacer nada por impedirlo.

– Vamos… -Jake pareció impaciente-. ¿Estuviste dos años con él y te marchaste de un día para otro? Según tú, no te despidió, de modo que tuvo que ser algo personal.

– ¡No me despidió! -insistió ella con acaloramiento.

– Entonces, ¿por qué te fuiste sin darle por lo menos un mes antes de dimitir?

Taryn supuso que Jake tenía razón. Él no querría formarla para que llevara su oficina y que se marchara de pronto por un antojo, pero no iba a decirle que Brian la había besado. No sólo le parecía una traición para Brian y su matrimonio, sino creía que ese hombre sofisticado que tenía los ojos grises clavados en ella se moriría de risa.

– Si tengo que decirlo…

Estaba en un punto crítico si quería conseguir ese trabajo. Le diría la verdad y que se fuera al infierno.

– Si tengo que decirlo -repitió ella con tono ofendido-, ¡me enamoré de él!

Lo había dicho. Estaba roja como un tomate, pero lo había dicho.

– Vaya… -Jake Nash se dejó caer contra el respaldo de la butaca-. ¿A su mujer no le importó?

– Su mujer no se enteró. Él tampoco -contestó ella con hastío.

Jake la miró en silencio durante unos segundos interminables.

– Estoy seguro de que hay algo más -afirmó él despreocupadamente y sin dejar de mirarla-. Dígame, señorita Webster, ¿tiene por costumbre enamorarse de todos los hombres que la contratan?

¡Era un mal nacido sarcástico! Evidentemente, se había dado cuenta del afecto que sentía por su tío abuelo. Encima, le había confesado haberse enamorado de su jefe. Taryn se levantó. Supo, sin asomo de duda, que no le daría el trabajo.

– Siempre -contestó ella cuando él también se levantó-. Aunque en su caso, me habría resultado muy fácil hacer una excepción.

A Taryn le pareció una despedida muy buena, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Jake Nash, ante su asombro más absoluto, soltó una carcajada. Fue tan inesperado que ella se quedó mirándolo, mirándole la boca que mostraba unos dientes blanquísimos.

– Taryn Webster… -Jake Nash sacudió la cabeza-. Seamos un poco indulgentes -ella seguía mirándolo cuando él extendió la mano derecha-. Te quiero aquí el lunes a las nueve en punto.

Estaba tan atónita que le estrechó la mano y notó, con un leve estremecimiento, la calidez de su piel.

– ¿Quiere decir que… me da el trabajo?

– Tienes el trabajo -confirmó él-. Esperemos que ninguno de los dos nos arrepintamos.