– Está bien, dime.
– Jerome me pidió que tuviera cuidado, dijo que podrían confundirme con un vampiro.
– A mí me ha dicho lo mismo.
– Pero Peter dice que los caza vampiros no pueden matarnos.
– ¿Te han clavado una estaca en el corazón alguna vez? Quizá no acabe contigo, pero seguro que tampoco te haría ninguna gracia.
– Vale. Pero Jerome dijo que los caza vampiros encontraban a otros vampiros rastreando a sus presas. Eso es una chorrada. Cody y Peter son la excepción. Ya sabes cómo son casi todos los vampiros… no les gusta mezclarse entre ellos. Seguir a uno generalmente no te conducirá a otro.
– Ya, pero también dijo que éste era novato.
– Jerome no dijo eso. Ésa era la teoría de Peter, basada en la estaca.
Hugh profirió un gruñido conciliador.
– Está bien. Entonces, ¿qué crees tú que está pasando?
– No lo sé. Sólo sé que estas teorías se contradicen mutuamente. Y Cárter parecía tremendamente implicado, como si compartiera un secreto con Jerome. ¿Por qué debería importarle siquiera a Cárter? Técnicamente su bando debería alegrarse de que haya alguien cargándose a los nuestros.
– Es un ángel. ¿No se supone que debe amar a todo el mundo, incluso a los condenados? Sobre todo si dichos condenados son sus compañeros de copas.
– No sé. Aquí hay algo que no nos están contando… y Jerome parecía tan empeñado en que me anduviera con cuidado. Tú también, aparentemente.
Guardó silencio unos instantes antes de responder:
– Eres muy guapa, Georgina.
Me lo quedé mirando fijamente. Vivan las conversaciones serias.
– ¿Has bebido algo más que cerveza?
– Sin embargo, a veces se me olvida -continuó, ignorando mi pregunta- que también eres lista. Me paso tanto tiempo rodeado de mujeres superficiales… amas de casa de clase acomodada que sólo sueñan con tener la piel tersa y las tetas más grandes… que sólo se preocupaban de su aspecto. Es fácil dejarse llevar por los estereotipos y olvidar que también hay un cerebro ahí dentro, detrás de tu cara bonita. Ves las cosas de forma distinta al resto de nosotros… más claras, supongo. Como si pensaras siempre en términos generales. Tal vez sea tu edad… no te ofendas.
– Has bebido demasiado. Además, no soy lo bastante lista como para adivinar qué nos oculta Jerome a menos que… ¿no habrá cazadores de súcubos o diablillos sueltos por ahí, verdad?
– ¿Has oído hablar de alguno?
– No.
– Yo tampoco. Pero sí que he oído hablar de los cazadores de vampiros… al margen de la cultura popular. -Hugh buscó su tabaco pero cambió de opinión al recordar que no me gustaba que se fumara en mi apartamento-. No creo que nadie vaya a atravesarnos el corazón con una estaca en un futuro cercano, si es eso lo que te preocupa.
– ¿Pero estás de acuerdo en que no nos están contando toda la verdad?
– ¿Qué podría esperarse de Jerome?
– Me parece… me parece que voy a ir a ver a Erik.
– ¿Todavía está vivo?
– Que yo sepa.
– Buena idea. Sabe más cosas sobre nosotros que nosotros mismos.
– Te haré saber lo que averigüe.
– Nah. Creo que prefiero seguir en la ignorancia.
– Como quieras. ¿A dónde vas ahora?
– Tengo que echar algunas horas extra con una de las nuevas secretarias, si sabes lo que quiero decir. -Esbozó una sonrisa, por así decirlo, de auténtico diablillo-. Veinte años y unos pechos que desafían la gravedad. Hazme caso. Ayudé a instalarlos.
No pude contener la risa, pese a lo sombrío de la situación. Hugh, como el resto de nosotros, tenía un trabajo de día cuando no estaba perpetuando la causa del mal y el caos. En su caso, la línea divisoria entre ambas ocupaciones era muy delgada: era cirujano plástico.
– No puedo competir con eso.
– Falso. La ciencia no puede duplicar tus pechos.
– Bonito piropo viniendo de un auténtico experto. Que te diviertas.
– Lo haré. Guárdate las espaldas, encanto.
– Tú también.
Me dio un beso rápido en la frente y se fue. Yo me quedé allí de pie, sola por fin, contemplando distraídamente la puerta y preguntándome qué significaba todo aquello. El aviso de Jerome probablemente había sido una exageración, decidí. Tal y como había dicho Hugh, nadie había oído hablar nunca de cazadores de súcubos o diablillos.
Así y todo, corrí el cerrojo y eché la cadena a la puerta antes de acostarme. Podía ser inmortal, pero no imprudente. Bueno, por lo menos no siempre.
Capítulo 6
Al día siguiente me desperté decidida a ir a ver a Erik y descubrir la verdad sobre los cazadores de vampiros. Entonces, mientras me cepillaba los dientes, recordé la otra crisis del día anterior.
Seth Mortensen.
Terminé en el cuarto de baño con una sarta de blasfemias, ganándome una mirada de reproche de Aubrey por mi vulgaridad. No había manera de saber cuánto tiempo duraría esta visita turística con él. Quizá debiera esperar hasta mañana para ver a Erik, y para entonces, este caza vampiros o lo que fuera podría haber actuado de nuevo.
Me dirigí a Emerald City vestida con el conjunto menos atractivo que pude encontrar: vaqueros y jersey de cuello alto, con el pelo severamente recogido en la nuca. Paige, toda sonrisas, se acercó a mí mientras esperaba a Seth en la cafetería.
– Deberías enseñarle Audiolibros de Foster y Puget cuando salgáis -me dijo en tono conspirador.
Despertándome todavía, probé un sorbo del moca que acababa de prepararme Bruce e intenté encontrarle sentido a su lógica. Audiolibros de Foster y Puget pertenecía a la competencia, aunque no era de las más importantes.
– Ese sitio es un antro.
– Precisamente -su sonrisa dejaba al descubierto sus dientes, blancos e iguales-. Enséñaselo, y se convencerá de que nuestra librería es la más adecuada para escribir.
La estudié, sintiéndome seriamente descolocada. O puede que siguiera distraída por el asunto de Duane. A uno no le revocaban la inmortalidad todos los días.
– ¿Por qué… querría escribir aquí?
– Porque le gusta coger el portátil y escribir en cafeterías.
– Ya, pero vive en Chicago.
Paige sacudió la cabeza.
– Ya no. ¿Dónde estabas anoche? Piensa trasladarse aquí para estar más cerca de su familia.
Recordé que Seth había mencionado a su hermano, pero yo estaba demasiado absorta en mi mortificación como para prestarle mucha atención.
– ¿Cuándo?
– Ahora, que yo sepa. Porque ésta era la última parada de su gira. Va a quedarse con su hermano pero planea instalarse pronto por su cuenta. -Se agachó sobre mí con un brillo depredador en la mirada-. Georgina, un escritor famoso que se deje caer por aquí con regularidad nos dará buena prensa.
Sinceramente, mi preocupación más inmediata no era dónde iba a escribir Seth. Lo que me sacaba de quicio era que no pensara largarse a otra franja horaria a corto plazo, una franja horaria donde podría olvidarse de mí y dejar que los dos siguiéramos con nuestras vidas. Ahora podría tropezarme con él cualquier día. Literalmente, si se cumplían los deseos de Paige.
– ¿No será una distracción para él si todo el mundo sabe dónde escribe? ¿Fans entrometidos y tal?
– No permitiremos que eso sea un problema. Le sacaremos el máximo partido sin dejar de respetar su intimidad. Cuidado, que viene.
Bebí un poco más de moca, maravillándome por el modo en que funcionaba la mente de Paige. Se le ocurrían ideas promocionales que a mí jamás me habrían pasado por la cabeza. Puede que Warren fuera el que invertía su capital en este sitio, pero su éxito se debía al genio mercadotécnico de Paige.
– Buenos días -nos saludó Seth. Llevaba puestos unos vaqueros, una camiseta de Def Leppard y una chaqueta de pana marrón. La pinta de su pelo no me convenció de que se hubiera peinado esa mañana.