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– Es sólo que en estos momentos no me interesa empezar algo serio con nadie, nada más.

– Guau, ¿«empezar algo serio»? Frena el carro, bonita. Que no te estoy pidiendo que te cases conmigo ni nada por el estilo. Sólo quiero salir contigo alguna vez, a lo mejor ir al cine, cenar y tomar algo, eso es todo. Un beso al final de la velada si tengo suerte. Qué leches, si hasta eso te parece demasiado fuerte, nos damos la mano y tan amigos.

Eché la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared, y permanecimos así un momento, tomándonos la medida mutuamente. Sabía que era perfectamente posible que un hombre y una mujer salieran juntos sin que la cita desembocara en sexo de forma automática, pero en mi caso no funcionaba así. Mi instinto me llevaba a buscar el sexo, y al mirarlo, comprendí que ese impulso sería irresistible con independencia de mi necesidad de alimentarme como súcubo. Me gustaba su físico, su atuendo y su olor. Me gustaban especialmente sus bufonescos intentos de cortejarme. Por desgracia, no podía desactivar la destructiva absorción de mi naturaleza, aunque quisiera. Ocurriría por sí sola, probablemente de manera intensa con él. Incluso el beso con el que bromeaba le robaría una parte de su vitalidad.

– No sé nada de ti -dije al final, sabedora de que llevaba demasiado tiempo callada. Sonrió lánguidamente.

– ¿Qué quieres saber?

– Bueno… no sé. ¿Qué cosas te gustan? ¿Tienes trabajo? Tu horario debe de ser muy flexible para permitirte merodear a mí alrededor todo el tiempo.

– Todo el tiempo, ¿eh? Pecas de presuntuosa otra vez, pero sí, tengo trabajo. Doy un par de clases de lingüística en la universidad. Cuando no estoy ahí, puedo disponer de mi tiempo como quiera para corregir exámenes y cosas así.

– Vale. ¿Cómo te apellidas?

– Smith.

– No me lo creo.

– Pues créetelo.

– No le pega nada al duque Román. -Intenté pensar en la manera más apropiada de continuar con el interrogatorio-. ¿Cuánto hace que vives en Seattle?

– Algunos años.

– ¿Aficiones?

– Algunas. -Hizo una pausa y ladeó la cabeza hacia mí cuando se agotaron las preguntas-. ¿No quieres saber nada más? ¿No vas a pedirme mis apuntes de clase? ¿Mi curriculum vitae detallado con referencias sobre mi pasado?

Descarté la idea con un ademán.

– La información inconsecuente de ese tipo no me interesa. Sólo necesito saber las cosas realmente importantes.

– ¿Como por ejemplo?

– Por ejemplo… ¿cuál es tu canción favorita?

La pregunta evidentemente lo pilló por sorpresa, pero se recuperó al instante, igual que la noche anterior. Me encantaba eso.

– La última mitad del Abbey road de los Beatles.

– ¿La última mitad de Abbey road?

– Sí, son un puñado de canciones, pero es como si se fundieran en un solo tema…

Lo atajé con un rápido gesto.

– Ya, ya, conozco el álbum.

– ¿Y?

– Y, es una respuesta excelente. -Me tiré de la coleta, preguntándome cuál sería la mejor manera de salir de ésta. Casi me tenía-. Yo… no. Lo siento. No puedo. Es demasiado complicado. Ni siquiera una cita. Daría paso a una segunda, y después a otra, y después…

– Cómo te gusta adelantar acontecimientos. ¿Y si te hiciera la supe secreta promesa de boy-scout de no volver a molestarte nunca más después de una cita?

– ¿Estarías dispuesto a hacer eso? -pregunté con escepticismo.

– Claro, si eso es lo que quieres. Aunque no creo que quieras después de haber pasado una velada conmigo.

La sugerente entonación de su voz hizo con mi estómago algo que no sentía en mucho tiempo. Antes de que pudiera procesarlo, sonó mi móvil.

– Disculpa -dije, escarbando en mi bolso. Al mirar de reojo la identidad de la llamada, reconocí el número de Cody-. ¿Diga?

– Hey, Georgina. Ha pasado algo extraño esta noche…

Dios. Eso podía significar cualquier cosa, desde otra muerte a que Peter se había afeitado la cabeza.

– Espera un momento.

Me incorporé y miré a Román, haciendo equilibrios con el jarrón de flores. Se levantó conmigo, preocupado.

– ¿Va todo bien?

– Sí, quiero decir, no. O sea, no lo sé. Mira Román, tengo que ir arriba y atender esta llamada. Te agradezco las flores, pero no puedo implicarme ahora mismo. Lo siento. No es culpa tuya, sino mía. En serio.

Avanzó unos pasos hacia mí cuando me disponía a marcharme.

– Espera. -Rebuscó en sus bolsillos y sacó un bolígrafo y una hoja de papel. Se apresuró a garabatear algo y me la entregó. Al bajar la mirada vi su número de teléfono.

– Para cuando cambies de opinión.

– No cambiaré.

Se limitó a sonreír, inclinó la cabeza ligeramente y salió del vestíbulo. Me quedé observándolo sólo un momento antes de correr escaleras arriba, ansiosa por escuchar las noticias de Cody. Una vez dentro, dejé las flores encima del mueble y volví a acercarme el teléfono a la oreja.

– ¿Sigues ahí?

– Sí. ¿Quién es Román, y por qué has usado la vieja frase de «no es culpa tuya, sino mía» con él?

– Da igual. ¿Qué ocurre? ¿Ha muerto alguien más?

– No… No. Es sólo que, ha pasado algo, y Peter no cree que sea para tanto. Hugh dijo que tú pensarías que se trata de algo más de lo que nosotros creemos.

– Dime qué ha sucedido.

– Creo que nos siguieron anoche.

Cody relató cómo, no mucho después de salir de mi casa, no había dejado de oír pasos tras Peter y él en la calle. Cuando se daba la vuelta, no había nadie. Peter no le había dado importancia al asunto, puesto que no habían presentido la proximidad de ningún otro ser.

– A lo mejor es que no sabéis qué impresión da un caza vampiros.

– Aun así habría sentido algo. Y Peter, seguro. Puede que tenga razón y estuviera imaginándome cosas. O puede que fuese un mortal normal, acechándonos para atracarnos o algo.

Lo dudaba. No podíamos sentir a los mortales como ocurría con los inmortales, pero uno lo tendría difícil para acercarse a un vampiro sin ser detectado.

– Gracias por avisarme. Has hecho bien.

– ¿Qué debería hacer ahora?

Una extraña sensación de ansiedad se apoderó de mí mientras pensaba en algún chiflado acosando a Peter y a Cody. Por disfuncionales que fueran, los quería. Eran lo más parecido a una familia que tenía. No podía permitir que les sucediera nada.

– Lo que dijo Jerome. Andaos con cuidado. Quedaos con más gente. Avisadme inmediatamente si ocurre algo más.

– ¿Qué hay de ti?

Pensé en Erik.

– Voy a aclarar las cosas, de una vez por todas.

Capítulo 8

Paige era toda sonrisas cuando llegué para cubrir el turno de la mañana al día siguiente.

– Buen trabajo con Seth Mortensen -me felicitó, levantando la mirada del montón de papeles cuidadosamente ordenados que había encima de su mesa. El escritorio que compartíamos Doug y yo en la trastienda de la librería acostumbraba a parecer el escenario de un apocalipsis bélico.

– ¿Por qué lo dices?

– Por convencerlo para que trabaje aquí.

Parpadeé. En el transcurso de nuestras peripecias en el Distrito U y Krystal Starz no le había dicho ni una palabra de convertirse en nuestro escritor residente.

– ¿Oh?

– Acabo de verlo arriba, en la cafetería. Dice que ayer se lo pasó bomba.

Salí de su despacho, perpleja, preguntándome si se me habría escapado algo el día antes. La excursión no me había parecido tan espectacular, pero supuse que Seth debía de estar contento y agradecido por los libros rebajados. ¿Había ocurrido algo digno de mención?

Sin previo aviso, me asaltó el recuerdo del contacto de la mano de Seth, la curiosa oleada de familiaridad que me había recorrido. No, decidí, aquello no había sido nada. Imaginaciones mías.