Выбрать главу

Como reponer mis existencias de alimentos para gatos, café y Grey Goose. Y echar un vistazo a la nueva línea de lápiz de labios en el expositor de MAC. Me acordé incluso de comprar una estantería barata y fácil de montar para el peligro de incendio que eran los libros amontonados en mi salón.

Mi productividad no conocía límites.

Para cenar, me hice de algo de comida india y conseguí llegar al Key Arena a las seis y media clavadas. No vi a Seth por ninguna parte, pero me resistí a sucumbir al pánico todavía. No era fácil orientarse en el centro de Seattle; seguro que aún estaba dando vueltas alrededor de la Needle, intentando encontrar el camino.

Compré las entradas y me senté en uno de los grandes escalones de cemento. El aire había enfriado, y me arrebujé en mi grueso jersey de lana, cambiándolo de forma para que fuera un poco más cálido. Mientras esperaba, observé a la gente. Parejas, grupos de jóvenes y niños entusiasmados confluían para animar al modesto pero valiente equipo de Seattle. El espectáculo era interesante.

Cuando dieron las siete menos diez empecé a ponerme nerviosa. Faltaban diez minutos, y me preocupaba que Seth pudiera haberse perdido de veras. Saqué el teléfono y marqué el número de la tienda, preguntándome si estaría allí. No, me dijeron, pero Paige tenía su móvil. Cuando lo probé, me respondió el buzón de voz.

Enfadada, cerré el teléfono de golpe y me abracé con más fuerza, aterida. Aún teníamos tiempo. Además, el que Seth no estuviera en la librería era buena señal. Significaba que estaba en camino.

Sin embargo, cuando dieron las siete y empezó el partido, seguía sin dar señales de vida. Probé su móvil de nuevo, con la mirada anhelante fija en las puertas. Quería ver el principio del encuentro. A lo mejor Seth nunca había estado en un partido, pero yo sí y me gustaba. El movimiento y la energía constantes retenían mi atención más que ningún otro deporte, aunque las peleas me dieran repelús a veces. No quería perderme esto, pero tampoco quería que Seth apareciera sin saber qué hacer si yo no estaba donde le había prometido.

Esperé quince minutos más, escuchando los ecos del partido a mi espalda, antes de afrontar por fin la verdad.

Me habían dado plantón.

Era algo sin precedentes. Algo que no ocurría… desde hacía más de un siglo. La revelación me hizo sentir más atónita que azorada o furiosa. Todo aquello era sencillamente demasiado raro como para asimilarlo.

No, decidí un momento después, me equivocaba. Seth se había mostrado remiso, sí, pero no se negaría a venir sin más, no sin avisar antes. A lo mejor… a lo mejor le había pasado algo malo. Podría haberlo atropellado un coche, que yo supiera. Tras la muerte de Duane, resultaba imposible predecir cuándo golpearía la tragedia.

No obstante, mientras no tuviera más información, la única tragedia a la que me enfrentaba ahora era perderme el partido. Llamé otra vez a su móvil y le dejé un mensaje con mi número y mi paradero. Saldría a buscarlo si era preciso. Entré en el estadio.

Estar sentada a solas me hacía sentir extraña; acentuaba lo lamentable de mi situación. Había otras parejas cerca, y un grupo de chicos no dejaba de mirarme, dándole codazos de vez en cuando a uno de ellos que quería venir a hablar conmigo. No me asustaba que me tiraran los tejos, pero sí que pareciera que lo necesitaba. A lo mejor había elegido no salir con nadie, pero eso no quería decir que no pudiera hacerlo cuando quisiera. No me gustaba que la gente me percibiera como una persona sola y desesperada. Ya me sentía así suficientes veces sin que tuviera que confirmármelo nadie.

En el primer descanso, me compré una mazorca a modo de consolación. Mientras rebuscaba en mi cartera para pagar, encontré la hoja con el número de teléfono de Román. La contemplé fijamente mientras comía, recordando su insistencia y lo mal que me había sentido dándole largas. Mi inesperado y doloroso abandono había detonado la necesidad de estar con alguien, de recordarme que realmente podía tener vida social si lo deseaba.

El sentido común me dejó paralizada temporalmente cuando me disponía a marcar, advirtiéndome de que estaba a punto de romper las décadas de juramento de no salir con hombres buenos. Había formas más prudentes de despachar una entrada sin usar para el hockey, me recordó esa sensata voz interior. Como Hugh, o los vampiros. Llamar a cualquiera de ellos supondría una solución más segura.

Pero… pero me trataban como si fuera su hermana, y aunque yo también los consideraba mi familia, no me apetecía ser una hermana precisamente ahora. Además, tampoco es que esto fuera una cita de verdad. Sería una simple cuestión de compañerismo. Y las mismas precauciones que se habrían aplicado en el caso de Seth, la falta de interacción, valdrían también para Román. Sería perfectamente seguro. Marqué el número.

– ¿Diga?

– Ya me he aburrido de guardarte el abrigo. Pude oír su sonrisa al otro lado de la línea.

– Pensaba que lo habrías tirado a la basura a estas alturas.

– ¿Estás loco? Es un Kenneth Colé. Además, en realidad no te llamaba por eso.

– Ya, me lo figuraba.

– ¿Te apetece ver un partido de hockey esta noche?

– ¿Cuándo empieza?

– Pues… hace cuarenta minutos. Se produjo una pausa digna de Seth.

– ¿Y hasta ahora no se te había ocurrido invitarme?

– Bueno… es que la persona con la que iba a venir no ha hecho precisamente acto de presencia.

– ¿Así que recurres a mí?

– Hombre, como estabas tan empeñado en salir conmigo.

– Sí, pero… espera un momento. ¿Soy tu segunda elección?

– No te lo tomes así. Tómatelo más bien como, no sé, como si tuvieras la oportunidad de satisfacer las expectativas que otro no pudo.

– ¿Como la sub-campeona de Miss América?

– Mira, ¿Vienes o no?

– Me tienta mucho, pero estoy liado ahora mismo. Y no lo digo por decir. -Otra pausa-. Me puedo pasar por tu casa después del partido.

No, esto no entraba en los planes.

– Estoy ocupada después del partido.

– ¿Cómo, tú y tu amigo invisible tenéis otros planes?

– Yo… no. Tengo que… montar una estantería. Me llevará tiempo. Trabajo duro, ¿sabes?

– Soy un manitas de primera. Te veo dentro de un par de horas.

– Espera, no puedes… -La conexión se cortó.

Cerré los ojos en un momento de exasperación, los abrí y volví a concentrarme en la acción sobre el hielo. ¿Qué acababa de hacer?

Después del partido, regresé a casa echando chispas. La alegría de la victoria no lograba eclipsar la ansiedad que me producía tener a Román en mi apartamento.

– Aubrey -dije al entrar-, ¿qué voy a hacer?

La gata bostezó, revelando sus diminutos colmillos domesticados. Sacudí la cabeza.

– No puedo esconderme debajo de la cama igual que tú. No se lo tragaría.

Las dos dimos un respingo cuando sonaron unos golpes en la puerta. Durante medio segundo, consideré seriamente la cama antes de dignarme franquearle el paso a Román. Aubrey lo estudió un momento, antes (aparentemente abrumada a la vista de un dios del sexo en nuestro seno) de salir disparada en dirección a mi dormitorio.

Román, vestido de modo informal, sostenía un pack de Mountain Dew y dos bolsas de Doritos. Y una caja de cereales.

– ¿Amuletos de la suerte? -pregunté.

– Mágicamente deliciosos -me explicó-. Requisito indispensable para cualquier proyecto de ingeniería.

Zangoloteé la cabeza, maravillada aún por la manera en que había conseguido colarse en mi casa.

– Esto no es una cita.

Me lanzó una mirada escandalizada.

– Evidentemente. En ese caso traería Count Chocula.

– Lo digo en serio. No es una cita -insistí.

– Vale, vale. Ya lo pillo. -Dejó sus cosas en la encimera y se volvió hacia mí-. Bueno, ¿dónde está? Manos a la obra.

Expulsé el aliento contenido, nerviosa y aliviada a un tiempo por su actitud despreocupada. Ni flirteos ni insinuaciones descaradas. Únicamente un amigo sincero con ganas de ayudar. Montaría la estantería, y se iría.