Seguí leyendo, incapaz de dejar la trama a medias. Y cuanto más leía, más me costaba parar. Pronto se apoderó de mí una satisfacción secreta e irracional por haber infringido la regla de las cinco páginas. Como si de alguna manera estuviera vengándome de Seth.
Transcurría la noche. Cady se acostó con el tipo, y O'Neill se puso inusitadamente celoso y puso el grito en el cielo, pese a su habitual fachada de serenidad. La leche. Me aparté del diván, me puse el pijama y me acurruqué en la cama. Aubrey me siguió. Continué leyendo.
Terminé la novela a las cuatro de la mañana, legañosa y agotada. Cady se vio con el tipo unas pocas veces más mientras O'Neill y ella resolvían su misterio (tan apasionante como siempre, aunque menos interesante que los inesperados desarrollos interpersonales), tras lo que su camino y el del escocés se separaron. Regresó a Washington D.C. con O'Neill, y el estatus quo se restauró.
Resoplé y dejé el libro en el suelo, sin saber qué pensar, básicamente por lo cansada que estaba. Así y todo, haciendo de tripas corazón, salí de la cama, busqué el portátil y entré en mi cuenta de correo de Emerald City. Le envié un mensaje sucinto a Seth: Cady ha mojado. Quién lo hubiera dicho. A continuación, se me ocurrió añadir: Por cierto, el partido de hockey estuvo muy bien.
Satisfecha por haber dejado patente mi opinión, no tardé en quedarme dormida… tan sólo para que la alarma me despertara poco después.
Capítulo 10
Jesús. ¿En qué estaría pensando? Hoy tenía que trabajar. No sólo eso, debía presentarme dentro de diez minutos. No había tiempo para vestirme ni maquillarme «de verdad». Con un suspiro, cambié de forma; mi bata dio paso a unos pantalones grises y una camisa marfil, y mi pelo y maquillaje adoptaron repentinamente su inmaculada perfección de costumbre. Cepillarse los dientes y ponerse perfume eran dos acciones imposibles de falsificar, por lo que tras realizar esas tareas, agarré el bolso y salí pitando.
Cuando llegué al vestíbulo, el portero me llamó:
– Tengo algo para usted -y me entregó un paquete plano. Preocupada aún por la hora, me apresuré a rasgar el envoltorio. Lo que vi me hizo contener un jadeo. Kit de terciopelo negro para colorear, ponía en la caja. El subtítulo rezaba: ¡Crea tu propia obra maestra! ¡Contiene todo lo necesario para pintar como un verdadero artista! La «obra maestra» que se podía crear era un paisaje desértico con un cactus gigante a un lado y un coyote aullando en el otro. Un águila flotaba en el cielo, cerca de la cual flotaba la espectral cabeza incorpórea de un nativo americano. Terriblemente cutre y estereotipado.
Había una nota pegada. Empieza poco a poco, decía. Con cariño, Román. La caligrafía era tan perfecta que no parecía real.
Seguía riéndome por lo bajo cuando llegué a la librería. Una vez en mi despacho, me instalé delante del ordenador y descubrí la segunda sorpresa de la mañana: otro e-mail de Seth. Lo había mandado a las cinco de la mañana.
Georgina,
Hace unos años, mientras escribía Dioses de oro, conocí a una mujer en las clases de arqueología sudamericana que estaba tomando. No sé cómo es para las mujeres; probablemente ni siquiera es siempre igual para los hombres. Pero para mí, cuando conozco a alguien que me atrae, el tiempo se detiene. Los planetas se alinean, y dejo de respirar. Los mismos ángeles bajan a posarse en mis hombros, susurrando promesas de amor y devoción mientras otras criaturas menos celestiales me susurran promesas de carácter más básico y terrenal. Supongo que eso forma parte de ser hombre.
En cualquier caso, eso fue lo que ocurrió con esta mujer. Nos encaprichamos perdidamente el uno del otro y estuvimos mucho tiempo saliendo de forma esporádica. Había días en que no éramos capaces de pasar ni un minuto separados, y luego, meses durante los cuales no establecíamos el menor contacto. Debo confesar que esto último era más culpa mía que suya. Ya he mencionado antes que Cady y O'Neill son muy exigentes. Durante las fases en que estaba absorto en mi escritura, no era capaz de pensar ni hacer nada que no estuviera relacionado con la novela. Sabía que eso le dolía… sabía que era la clase de persona que quería sentar la cabeza y empezar una familia, llevar una vida tranquila y entregada. Yo no era esa clase de persona… ni siquiera estoy seguro de serlo ahora… pero me gustaba la idea de tener a alguien cerca, alguien de confianza a quien poder recurrir cuando por fin estuviera dispuesto a dedicarle tiempo. La verdad, no era justo hacerle eso, dejarla siempre colgada de esa manera. Debería haberle puesto fin antes, pero era demasiado egoísta y me sentía demasiado cómodo.
Un día, cuando hacía meses que no hablaba con ella, la llamé y me sorprendió que fuera un hombre quien respondió al teléfono. Cuando ella se puso, me contó que había conocido a alguien y que no íbamos a poder seguir viéndonos. Decir que aquello me pilló por sorpresa sería quedarse corto. Empecé a despotricar, insistiendo en lo mucho que me importaba, diciéndole que no podía tirar por la borda lo que teníamos. Lo encajó todo bastante bien, habida cuenta de que yo debía de sonar como un psicópata, pero al final zanjó el asunto diciendo que no debería haber esperado que ella fuera a esperarme eternamente. Tenía que vivir su propia vida.
El motivo de que comparta esta bochornosa lacra en el historial de Seth Mortensen es doble. Primero, necesito disculparme contigo por lo ocurrido esta noche. Aunque refunfuñara, lo cierto es que pretendía acudir a la cita. Un par de horas antes del partido, fui a casa corriendo para recoger algo y de pronto se me ocurrió una solución para el atolladero en el que llevaba metido todo el día. Me puse a escribir, planeando dedicarle sólo una hora o así. Como ya habrás deducido, me llevó bastante más. Estaba tan absorto que me olvidé por completo del partido… y de ti. No oí el teléfono. No era consciente de nada más que de la historia que estaba plasmando sobre el papel (o sobre la pantalla, mejor dicho).
Me temo que este problema no es nuevo. Me pasaba con mi ex, me pasa con mi familia y, lamentablemente, me ha pasado contigo. No le preguntes a mi hermano cómo estuve a punto de perderme su boda. Los mundos y las personas que hay en mi cabeza están tan vivos que a veces pierdo de vista la vida real. A veces ni siquiera estoy seguro que el mundo de Cady y O'Neill no sea el real. Nunca he querido hacerle daño a nadie, y me siento espantosamente después, pero es un defecto que no me veo capaz de superar.
Nada de todo esto justifica que te abandonara anoche, pero espero al menos que esto te dé una pista sobre mi desequilibrada relación con el mundo. Por favor, entiende lo mucho que lo siento.
La segunda razón de ser de esta memoria es responder a tu «Cady ha mojado». Pensando en ella y O'Neill, decidí que Cady no era el tipo de persona que se quedaría esperando eternamente. No me malinterpretes: No creo que Cady y mi antigua novia tengan mucho en común. Cady no aspira a instalarse en los suburbios y elegir cortinas con O'Neill. Pero sí que es una mujer brillante y apasionada que ama la vida y quiere vivirla. A mucha gente le molestó ver cómo rompía con su papel de casta y pura comparsa devota de O'Neill, pero creo que tenía que hacerlo. Afrontémoslo: O'Neill no la valora como se merece, y le hacía falta un toque de atención. Ahora bien, ¿significa esto que se están dando los pasos necesarios para que terminen juntos por fin, como me han preguntado tantos lectores? Naturalmente, como creador suyo que soy, mis labios están sellados al respecto, pero sí puedo decir una cosa: Tengo pensados muchos más libros con ellos, y los lectores suelen perder interés cuando los protagonistas se lían.