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– Oh-ho, ahora sí que te estás pasando de la raya. ¿Crees que hay algún demonio vengativo suelto por ahí?

– Sin duda serían capaces.

– Ya, pero no tienen ningún motivo.

– No hace.

De repente se apoderó de mí un presentimiento extraño, hormigueante y argénteo, delicado. Me trajo a la mente el perfume de las lilas, el tintineo de cascabeles. Miré a los otros de golpe.

– ¿Qué dé…? -empezó Cody, pero Peter ya estaba dirigiéndose a la puerta. La firma que sentíamos todos era parecida a la de Cárter en cierto modo, aunque más dulce y ligera. Menos poderosa.

Un ángel de la guarda.

Peter abrió la puerta y allí apareció Lucinda, primorosa, con los brazos firmemente cruzados alrededor de un libro.

Estuve a punto de atragantarme. Menuda sorpresa. Por norma general, no interactuaba con muchos ángeles de la zona; Cárter constituía una excepción debido a su relación con Jerome. Aun así, sabía quiénes eran los habituales, y conocía a Lucinda. No era un ángel de verdad como Cárter. Los de la guarda eran más bien el equivalente celestial de Hugh: antiguos mortales que servían y hacían recados toda la eternidad.

No me cabía la menor duda de que Lucinda hacía todo tipo de buenas acciones a diario. Seguramente trabajaba en cocinas económicas y leía para los huérfanos en su tiempo libre. Cuando estaba cerca de nosotros, en cambio, se convertía en una zorra engreída. Peter compartía mi opinión.

– ¿Sí? -preguntó con voz glacial.

– Hola, Peter. Tu pelo es muy… interesante hoy -observó ella diplomáticamente, sin moverse del umbral-. ¿Puedo pasar?

Peter frunció el ceño ante el comentario sobre su peinado, pero le habían inculcado demasiados instintos de anfitrión como para no invitarla a entrar. Aunque me tomara el pelo con mis aficiones mortales, el vampiro poseía un meticuloso sentido de la propiedad y la etiqueta que rayaba en el trastorno obsesivo-compulsivo.

El ángel entró, modosita con su falda de espiguilla hasta los tobillos y su jersey de cuello alto. Su cabello rubio y corto se curvaba abajo a lo garçon.

Yo era otra historia. Entre mi vertiginoso escote, mis vaqueros ultra ceñidos y mis tacones de aguja, me sentía como si nadie pudiera extrañarse si me tumbaba de espaldas en el suelo y me abría de piernas. El recatado vistazo que me dedicó implicaba a todas luces que ella opinaba lo mismo.

– Qué encantador volver a verte. -Su tono era seco, formal-. Vengo a entregarte algo de parte del señor Cárter.

– ¿El «señor» Cárter? -Dijo Cody-. ¿Ése es su apellido? Siempre pensé que sería su nombre.

– Me parece que sólo tiene un nombre -especulé-. Como Cher o Madonna.

Lucinda no respondió a nuestra cháchara. En vez de eso, me entregó un libro. Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus: Guía clásica para entender al sexo opuesto.

– ¿Qué diablos es esto? -Exclamó Peter-. Me parece que lo he visto en algún programa de la tele.

Recordé de pronto haber salido del hospital con Cárter, y cómo había afirmado poseer un libro que podría ayudarme con Seth. Lo tiré desinteresadamente encima de la barra.

– El puto sentido del humor de Cárter en acción. Lucinda se puso roja como un tomate.

– ¿Cómo puedes ser tan malhablada? Como si estuvieras… ¡en un vestuario!

Me alisé el top.

– Ni hablar. Nunca llevaría esto puesto en un vestuario.

– Eso, si ni siquiera tiene colores universitarios -dijo Peter. No pude resistirme a jugar con el ángel de la guarda.

– Si estuviera en un vestuario, lo más probable es que llevara puesta una minifalda de animadora. Sin ropa interior. Peter me siguió la corriente.

– Seguro que animabas los ánimos con tu movimiento especial, ¿a que sí? Las manos contra la pared de la ducha y el culo hacia fuera.

– Ésa soy yo -asentí-. Siempre dispuesta a darlo todo por el equipo.

Hasta Cody se ruborizó ante nuestra impudicia. Lucinda estaba prácticamente granate.

– ¡Vosotros… vosotros dos no tenéis ningún sentido de la decencia! ¡Ninguno!

– Lo que tú digas -repuse-. En el club de campo, o dondequiera que os lo montéis tú y el resto de tu pandilla, seguro que os ponéis una versión más corta de esa falda todo el tiempo. Con calcetines hasta la rodilla. Apuesto a que a los demás ángeles les va el rollo colegiala.

Si Lucinda fuese cualquiera de mis amigos, un comentario como ése sólo habría conseguido degenerar en más sarcasmos y comentarios jocosos. El ángel guardián, sin embargo, se limitó a enderezar la espalda y eligió responder esgrimiendo la espada de la moralidad.

– Nosotros -declaró- no nos comportamos de manera tan inapropiada unos con otros. Actuamos con decoro. Nos tratamos con respeto. No nos echamos encima unos de otros.

Esto último vino acompañado de una fugaz mirada de reojo hacia mí.

– ¿A qué viene eso?

Se sacudió la melena, la poca que tenía.

– Creo que ya lo sabes. Todos hemos oído hablar de tus logros como justiciera. Primero ese vampiro, ahora el diablillo. Nada de lo que hagáis me sorprende ya.

Ahora me tocó a mí sonrojarme.

– ¡Chorradas! Hace tiempo que quedé libre de toda sospecha por lo de Duane. Y Hugh… qué estupidez. Es mi amigo.

– ¿Qué significa la amistad para los de tu clase? Él tampoco se salva. Según tengo entendido, se lo pasó bomba contándole a quien quisiera escuchar lo de tu disfraz con el látigo y las alas. Ah, y por cierto, si no te importa que te lo diga, creo que eso debe de ser lo más degradante que he oído en mi vida. Hasta para un súcubo. -Lanzó una mirada de soslayo al libro que yo había dejado en la encimera-. Le diré al señor Cárter que has, eh, recibido el paquete.

Tras lo cual, giró rápidamente sobre los talones y se fue, cerrando la puerta tras ella.

– Zorra santurrona -mascullé-. A ver, ¿pero cuánta gente sabe lo del disfraz de demonio?

– Olvídalo -dijo Peter-. Es una cualquiera. Y un ángel. Son capaces de cualquier cosa.

Fruncí el ceño. Y entonces, se me ocurrió. Era increíble que no lo hubiera pensado antes. A lo mejor Lucinda no era tan mala.

– ¡Ya está!

– ¿Qué está? -farfulló Cody, con la boca llena de pizza ya fría.

– ¡Un ángel mató a Duane y agredió a Hugh! Es perfecto. Teníais razón al decir que un demonio no tendría ningún motivo para eliminar a los de nuestro bando. ¿Pero un ángel? ¿Por qué no? Me refiero a uno de verdad, no uno de la guarda como Lucinda.

Peter sacudió la cabeza.

– Un ángel podría hacer algo así, pero sería demasiado insignificante. La batalla cósmica entre el bien y el mal no se resuelve en combates de uno contra uno. Y tú lo sabes. Eliminar a los agentes del mal de uno en uno sería un desperdicio de recursos.

Cody reflexionó.

– ¿Y si se tratara de un ángel renegado? Alguien que no sigue las reglas del juego.

Peter y yo nos volvimos hacia el más joven de los vampiros, sorprendidos. Se había pasado toda la velada rehuyendo más o menos nuestras especulaciones.

– No existe tal cosa -contrarrestó su mentor-. ¿Verdad, Georgina?

Sentía los ojos de ambos vampiros clavados en mí, aguardando mi opinión.

– Jerome dice que no hay ángeles malos. Una vez se vuelven malos, son demonios, dejan de ser ángeles.

– Bueno, en tal caso eso anula tu teoría. Un ángel que hiciera algo malo caería en desgracia y dejaría de ser un ángel. En tal caso Jerome lo conocería.

Fruncí el ceño, intrigada aún por el uso de la palabra «renegado» en vez de «caído» por parte de Cody.

– A lo mejor los pecados de los ángeles son como los de los humanos… no siempre son «malos» si quien los comete cree estar haciendo algo «bueno». Esto no ha terminado todavía.

Todos nos quedamos pensativos por un momento. Los seres humanos continuamente actúan bajo la falsa premisa de que existe un juego exacto de reglas sobre qué es pecado y qué no, reglas que uno podría romper sin darse cuenta siquiera. En realidad, la mayoría de la gente sabe cuándo hace algo malo. Lo siente. La naturaleza del pecado es más subjetiva que objetiva. En tiempos de los puritanos, corromper almas no suponía ningún problema para un súcubo porque casi todo lo sexual y deseable era inadecuado para aquellas personas. Hoy en día, el sexo antes del matrimonio no tiene nada de malo para muchas personas, por lo que no se considera pecado. Los súcubos nos hemos visto obligados a volvernos más creativos con el tiempo para obtener nuestros chutes de energía y corromper las almas.