Empero, siguiendo esa misma lógica, era posible que un ángel renegado que creyera estar haciendo el bien no entrara en el reino de lo pecaminoso. Si no había pecado, no podía haber caída en desgracia. ¿O sí? Tanta teoría ponía a prueba la mente, y aparentemente Peter pensaba lo mismo.
– ¿Entonces qué diferencia hay? ¿Qué hace que un ángel caiga en desgracia? Nos lo estamos jugando todo con formalismos.
Le habría dado la razón si no se me hubiera ocurrido otra cosa.
– La nota.
– ¿Qué nota? -preguntó Cody.
– La nota que había en mi puerta. Decía que mi belleza podría tentar a caer a los mismos ángeles.
– Bueno, lo cierto es que eres muy mona. -Al verme enarcar una ceja, Peter añadió a regañadientes-: Vale, algo sospechoso sí que es… demasiado sospechoso, casi. ¿Por qué querría nadie dejar una tarjeta de visita?
Cody saltó casi de su asiento.
– Será algún tipo de ángel psicópata al que le van los juegos. Como en esas películas donde los asesinos tatúan pistas en sus víctimas, para ver cómo la policía se vuelve loca.
La imagen me hizo estremecer mientras repasaba lo que sabía sobre los ángeles en general, lo cual en realidad no era nada. Al contrario que nuestro bando, las fuerzas del bien no tienen la misma jerarquía críptica de supervisores y redes geográficas, da igual cuántas historias haya sobre querubines y serafines. Después de todo, éramos nosotros los que habíamos inventado los mandos medios, no ellos. Siempre había tenido la impresión de que la mayoría de los ángeles y pobladores del bien operan como investigadores privados o agentes de campo, completando distintas misiones angelicales de forma muy poco organizada. Semejante modus operandi le daría a cualquiera un amplio margen de maniobra para llevar a cabo sus propios planes.
La implicación angelical explicaría asimismo el subterfugio, reflexionó. Su bando era vergonzoso. Típico de ellos, en realidad. Pocas cosas turbaban a los de nuestro bando a estas alturas. Ellos, sin embargo, sufrirían lo indecible si tuvieran que admitir que uno de ellos se había vuelto loco, y Cárter, con lo embobado que estaba con Jerome, habría convencido al demonio para que guardara silencio sobre todo el asunto. Su sarcasmo y sus intentos de burla eran una mera estrategia para guardar las apariencias.
Cuanto más consideraba esta disparatada teoría, más me gustaba. Algún ángel frustrado, deseoso de heroicidades, había decidido tomarse la justicia por su mano y vengarse de las fuerzas del mal. La teoría del ángel renegado explicaría por qué cualquiera de nosotros podía ser el siguiente objetivo, además de arrojar luz sobre por qué nadie podía presentir a este ser, ya que ahora sabíamos que los inmortales superiores pueden disimular su presencia.
Lo que hizo que me preguntara exactamente por qué estaban enmascarando su presencia también Cárter y Jerome. ¿Esperaban pillar por sorpresa a este ángel? Eso, y…
– Entonces, ¿por qué dejó con vida a Hugh esta persona? -miré de un vampiro a otro-. Un ángel podría eliminarnos a cualquiera de nosotros. Hugh dijo que no llevaba las de ganar, y nadie los interrumpió. El agresor se aburrió y se largó. ¿Por qué? ¿Por qué matar a Duane pero no a Hugh? O a mí, ya puestos, dado que esta persona sabe dónde vivo.
– ¿Porque Duane era un gilipollas? -sugirió Peter.
– Cuestiones de personalidad al margen, todos pesamos lo mismo en la balanza del mal. Quizá Hugh más incluso.
Lo cierto era que Hugh estaba en la flor de la vida, inmortalmente hablando. Ya había dejado atrás la inexperiencia de un novicio como Cody, pero el diablillo aún no se había encallecido y aburrido del mundo como Peter y yo. Hugh sabía lo suficiente como para hacer bien su trabajo, y además le gustaba. Debería haber sido un blanco suculento para cualquier justiciero angelical deseoso de hacer del mundo un sitio mejor.
Cody le dio la razón a Peter.
– Eso. Malvados o no, algunos de nosotros caemos mejor que otros. Quizá un ángel supiera respetar eso.
– Dudo que le caigamos bien a ningún ángel…
Me interrumpí. Había un ángel al que le caíamos bien. Había un ángel que salía mucho con nosotros. Había un ángel que últimamente parecía estar donde estuviera Jerome siempre que se producía un ataque. Había un ángel que nos conocía personalmente, que conocía todas nuestras costumbres y debilidades. ¿Qué mejor manera de seguirnos la pista y estudiarnos que infiltrarse en nuestro grupo de copas y hacerse pasar por un amigo?
La idea era tan peligrosa, tan explosiva, que el mero hecho de dar forma al pensamiento me ponía enferma. Sin duda no podía expresar nada de todo aquello en voz alta. Todavía no. Cody y Peter creían en la teoría del ángel a duras penas. Me extrañaría que se subieran al carro si empezaba a lanzar acusaciones contra Cárter.
– ¿Estás bien, Georgina? -preguntó Cody cuando me quedé callada.
– Sí… sí… bien. -Vi la hora de reojo encima de la estufa y salté de mi silla, con la cabeza aún dándome vueltas-. Mierda. Tengo que volver a Queen Anne.
– ¿Para qué? -preguntó Peter.
– Tengo una cita.
– ¿Con quién? -Cody me dirigió una sonrisa maliciosa que me sacó los colores.
– Con Román.
Peter se volvió hacia su aprendiz.
– ¿Ése quién es?
– El macizo bailarín. Georgina por poco se lo come.
– Mentira. Me gusta demasiado para eso.
Se rieron. Mientras recogía el abrigo, Peter preguntó:
– Oye, ¿podrías hacerme un favor cuando tengas tiempo?
– ¿Qué? -Mi mente seguía enredada en el misterio que nos envolvía. Eso, y Román. Habíamos hablado por teléfono unas cuantas veces desde la última cita, y no dejaba de asombrarme lo bien que nos entendíamos.
– Bueno, ¿conoces esos programas de ordenador que tienen en los salones de belleza, donde te enseñan qué pinta tendrías con distintos colores y peinados? Estaba pensando que podrías ser uno viviente. Podrías transformarte en mí y mostrarme cuál sería mi aspecto con distintos cortes de pelo.
El silencio flotó en la habitación durante un minuto completo mientras Cody y yo lo mirábamos fijamente.
– Peter -le dije, al cabo-, ésa es la idea más estúpida que he oído en mi vida.
– No sé yo. -Cody se rascó la barbilla-. Tratándose de él, no está tan mal.
– En estos momentos tenemos otros asuntos de los que ocuparnos -advertí, sin paciencia ni humor para seguirle la corriente a Peter-. No pienso malgastar energías en tu vanidad.
– Venga -imploró Peter-. Todavía estás pletórica por lo del virgen aquel. Puedes permitirte el lujo.
Sacudí la cabeza y me colgué el bolso del hombro.
– Súcubo 101. Cuanto más se aleje una transformación de mi forma natural, más energía necesitará. Los cambios de género son un grano en el culo; los cambios de especie, peor todavía. Jugar a las muñecas contigo agotaría casi todas mis reservas, y tengo cosas mejores en que emplearlas. -Le lancé una mirada amenazadora-. Amigo, necesitas ayuda profesional con tu imagen física y tus problemas de inseguridad.
Cody me observaba con interés renovado.
– ¿Cambios de especie? ¿Podrías, no sé, transformarte en un monstruo de Gila o… o… un erizo de mar o algo?
– Buenas noches, chicos. Me piro.