– ¿Y las cosas que dijo?
– ¿Pero qué dijo realmente? -Preguntó Peter-. ¿Fue en plan, «Oye, Georgina, espero que recibieras mi nota»? Todo esto está traído por los pelos.
– Mirad, no digo que tenga pruebas sólidas, sólo que circunstancialmente…
– Me tengo que ir -me interrumpió Cody, levantándose. Lo miré con frialdad. ¿Tanto me había pasado de la raya? -Lo entenderé si no estás de acuerdo conmigo, pero no hace falta que te marches.
– No, tengo que hacer una cosa. Peter puso los ojos en blanco.
– No eres la única que sale con alguien ahora, Georgina. Cody no quiere admitirlo, pero creo que tiene una mujer escondida en alguna parte.
– ¿Viva? -preguntó Hugh, impresionado.
Cody se puso el abrigo.
– Tíos, no tenéis ni idea.
– Bueno, ve con cuidado -le advertí de forma automática.
La tensión se disipó de repente, ya nadie parecía enfadado conmigo por haber sospechado de Cárter. Estaba claro, sin embargo, que nadie me creía al respecto. Estaban descartando mis ideas como haría alguien con los miedos irracionales o los amigos imaginarios de una niña pequeña.
Los vampiros salieron juntos, y Hugh los siguió poco después. Me dirigí a la cama, intentando todavía reconstruir las piezas de este rompecabezas. El autor de la nota había hecho una referencia a la caída en desgracia de los ángeles por culpa de las mujeres hermosas; eso debía de significar algo. Sin embargo, sencillamente no podía conectarlo con este extraño par de ataques contra Duane y Hugh, los cuales tenían que ver más con la violencia y la brutalidad que con la belleza o la pasión.
Cuando llegué al trabajo a la mañana siguiente, mi bandeja de entrada reveló un nuevo mensaje de Seth, y me temí algún tipo de continuación de su petición de salir del día anterior. En vez de eso, se limitaba a responder a mi último correo, parte de una conversación sobre sus observaciones del Noroeste. El estilo y la voz del email eran tan entretenidos como siempre, y parecía a todas luces que no le importara, que ni siquiera se hubiera fijado en mi torpe rechazo de ayer.
Verifiqué este hecho más tarde, cuando subí en busca de café. Seth estaba sentado en su rincón de costumbre, tecleando, ajeno al hecho de que fuera sábado. Me detuve y le dije hola, obteniendo una respuesta típicamente distraída a cambio. No mencionó haberme pedido que fuera a la fiesta con él, ni pareciera molesto; de hecho, daba la impresión de no importarle en absoluto. Supongo que debería haberme sentido agradecida por su pronta recuperación, porque no estuviera suspirando con el corazón roto por mí, pero mi egoísmo no pudo por menos que sentirse un poco decepcionado. No me hubiera importado dejar una huella ligeramente más profunda en él, algo que lo impulsara a lamentar ni negativa. Doug y Román, por ejemplo, no se habían dejado amilanar por un no. Qué vanidosa era.
Pensar en los dos me recordó que iba a reunirme con Román más tarde para acudir al concierto de Doug. La perspectiva de volver a ver a Román era embriagadora, aunque la sensación estaba teñida de aprensión. No me gustaba que surtiera este efecto sobre mí, y hasta la fecha no había demostrado la menor aptitud para rechazar sus insinuaciones. Vamos a alcanzar el punto crítico uno de estos días, y temía cuál pudiera ser el resultado. Sospechaba que cuando ocurriera, desearía que Román hubiera desistido de su empeño con la misma facilidad que Seth.
Todas las preocupaciones se evaporaron de mi mente esa noche, cuando dejé entrar a Román en mi apartamento. El atuendo que había elegido era todo en elegantes tonos de azul y gris plateado, hasta el último cabello y pliegue perfectamente en su sitio. Me dedicó una de aquellas sonrisas devastadoras, y hube de cerciorarme de que no empezaran a temblarme las rodillas como si fuera una colegiala.
– Espero que sepas que éste es un concierto de ska con mezcla de punk postgrunge. La mayoría de la gente irá en vaqueros y camisetas. A lo mejor algo de cuero aquí y allá.
– La mayoría de las citas decentes terminan con cuero. -Su mirada recorrió el apartamento, deteniéndose brevemente en la estantería-. ¿Pero no habías dicho que el espectáculo empezaba tarde?
– Sí. A las once.
– Eso nos deja cuatro horas que matar, encanto. Te vas a tener que cambiar.
Miré mis téjanos negros y mi top rojo. -¿No vale así?
– Realza admirablemente tus piernas, lo reconozco, pero creo que te hará falta una falda o un vestido. Algo como lo que llevabas puesto el día de las clases de swing, sólo que tal vez… más sugerente.
– Me parece que es la primera vez que escucho la palabra «sugerente» aplicada a mi guardarropa.
– Y yo me lo creo. -Señaló al pasillo-. Venga. El tiempo es oro.
Diez minutos más tarde regresé con un ceñido vestido de tela georgette azul marino. Tenía los tirantes muy finos y un dobladillo asimétrico, aserrado y fruncido, que subía a lo largo de mi pierna izquierda. Me había soltado la coleta y la melena caía ahora sobre mis hombros.
Román levantó la cabeza de donde estaba enfrascado en trascendental comunicación cara a cara con Aubrey.
– Sugerente. -Indicó la Biblia del Rey James que descansaba en mi mesita. Estaba abierta, como si hubiera estado hojeándola-. No te tenía por feligresa.
Tanto Seth como Warren habían hecho chistes parecidos. Ese mamotreto estaba echando a perder mi reputación.
– Estoy investigando una cosa, nada más. Hasta ahora está resultando sólo moderadamente útil.
Román se puso de pie y se estiró.
– Probablemente debido a que es una de las peores traducciones que existen.
Recordé la plétora de biblias que había visto.
– ¿Me recomendarías alguna mejor? Se encogió de hombros.
– No soy ningún experto, pero lo mejor para documentarse, no por devoción, sería tener más de una. Anotadas. Como las que se usan en la universidad.
Archivé la información, preguntándome si los misteriosos versículos aún podrían desvelar algo más. Por el momento, tenía una cita con la que lidiar.
Terminamos en un pequeño restaurante mejicano escondido en el que no había estado nunca. Los camareros hablaban español (al igual que Román, así las cosas), y la comida no estaba rebajada al gusto estadounidense. Cuando aparecieron dos margaritas en la mesa, comprendí que Román había pedido por mí.
– No quiero beber esta noche. -Recordaba lo aturdida que había acabado la última vez que salimos.
Se me quedó mirando como si acabara de declarar que pensaba dejar de respirar un rato, para variar.
– No lo dirás en serio. En este sitio preparan los mejores margaritas al norte del Río Grande.
– Quiero estar sobria esta noche.
– Uno no te va a matar. Tómatelo con la comida y no te darás ni cuenta. -Me quedé callada-. Por el amor de Dios, Georgina, por lo menos prueba la sal. Un sorbito y estarás enganchada.
A regañadientes, pasé la lengua por el borde. Desencadenó un deseo de beber tequila que rivalizaba con mi instinto sexual de súcubo. Cedí contra mi voluntad y probé un sorbo. Era fantástico.
El menú también, lo que no tenía nada de sorprendente, y terminé tomando dos margaritas en vez de sólo uno. Román resultó tener razón en lo de beber mientras comía, por suerte; sólo me sentía ligeramente achispada, no fuera de control, y sabía que podría manejar la situación hasta que se me pasara el mareo.
– Dos horas más -le dije mientras salíamos del restaurante-. ¿Tienes alguna cosa más en mente?
– Claro. -Inclinó la cabeza en dirección al final de la calle, y seguí el movimiento con la mirada. Miguel `s.
Escarbé en mi memoria.
– He oído hablar de este sitio… espera, ahí se baila salsa, ¿verdad?
– En efecto. ¿Lo has probado alguna vez?
– No.