Выбрать главу

Los demás me miraron de forma rara, o eso me pareció a mí.

– Allí atrás -apuntó Casey; su voz sonaba muy lejos pese a tenerla tan cerca-. ¿Estás bien?

– Sí. -Me levanté un tirante-. Sólo tengo que usar el baño. -Y alejarme de Román, añadí para mis adentros, para poder pensar con claridad. Como si tal proeza fuera posible en mi estado.

Román empezó a levantarse, tan borracho y bamboleante como yo.

– Te acompaño…

– Ya voy yo -se ofreció apresuradamente Doug-. Tengo que volver a subir para el próximo set de todas formas.

Me cogió del brazo y se abrió camino entre la gente hacia un pasillo menos poblado al fondo. Trastabillé ligeramente sobre la marcha, y aminoró el paso para ayudarme.

– ¿Cuánto has bebido?

– ¿Antes o después de llegar aquí?

– Joder. Estás ida.

– ¿Algún problema?

– En absoluto. ¿Cómo te crees que me paso yo la mayoría de mis noches libres?

Nos detuvimos frente al aseo de señoras. -Seguro que Seth piensa que soy una golfa.

– ¿Por qué iba a pensar algo así?

– A él no lo verás bebiendo. Purista de los cojones. Él y sus estúpidas gilipolleces sobre la cafeína y el alcohol.

Mis palabrotas encendieron una chispa de sorpresa en los ojos de Doug.

– No todos los abstemios desprecian a los bebedores, ¿sabes? Además, Seth no me preocupa. El que me molesta es el Don Manos Largas de ahí fuera.

Pestañeé, desconcertada.

– ¿Te refieres a Román?

– Menudo cambio has pegado, prácticamente de no aceptar citas a darte el lote en público.

– ¿Y? -repuse, ofuscada-. ¿Es que no puedo estar con nadie? ¿No tengo derecho a hacer algo que quiero realmente, para variar, en vez de por deber? -Mis palabras resonaron con más verdad amarga, y volumen, de lo pretendido.

– Por supuesto -me aplacó-, pero esta noche no eres tú. Como no tengas cuidado vas a hacer algo estúpido. Algo de lo que te arrepentirás luego. Deberías pedirles a Casey o a Beth que te lleven a casa…

– ¡Ja, menudo elemento estás hecho! -exclamé. Sabía que estaba siendo irracional, que jamás hubiera atacado así a Doug estando sobria, pero no podía parar-. Sólo porque no quiero salir contigo, sólo porque prefiero follar con Warren o con cualquier otro, tienes que entrometerte e intentar mantenerme pura e inmaculada. O tuya o de nadie, ¿no es eso?

Doug palideció; unos pocos curiosos se nos quedaron mirando.

– Dios, Georgina, no…

– ¡Eres un hipócrita de mierda! -le grité-. ¡No tienes derecho a decirme lo que tengo que hacer! Ningún derecho, joder.

– No es eso, me…

No escuché el resto de lo que tuviera que decir. Me di la vuelta e irrumpí en el aseo de señoras, el único lugar donde podía refugiarme de estos hombres. Cuando hube terminado y fui a lavarme las manos, me miré en el espejo. ¿Tenía pinta de borracha? Mis mejillas se veían rosadas, algunas de las ondas de mi cabello un poco más lacias que al comenzar la velada. Y estaba sudando. No muy borracha, decidí. Podría ser mucho peor.

Me imponía respeto salir del aseo, temía que Doug estuviera esperándome. No quería hablar con él. Entró una mujer con un cigarro encendido, y le robé uno, que me fumé en su totalidad acuclillada en un rincón para matar el tiempo. Cuando oí que la banda atacaba de nuevo, supe que estaba a salvo.

Salí del lavabo, y choqué de bruces con Román.

– ¿Estás bien? -preguntó, apoyando las manos en mi cintura para estabilizarme-. Me preocupé al ver que no volvías.

– Sí… estoy bien… esto, no, no lo sé -reconocí, apoyándome en él, envolviéndolo con mis brazos-. No sé qué me pasa. Me siento muy rara.

– Está bien -me dijo, dándome unas palmaditas en la espalda-. No pasa nada. ¿Tienes que irte? ¿Puedo hacer algo?

– No… No lo sé… -Me aparté ligeramente y me asomé a sus ojos. Aquellos estanques verdeazulados amenazaban con ahogarme, y de repente no me importaba.

No sé quién empezó (podría haber sido cualquiera de los dos) pero de improviso estábamos besándonos, allí en medio del pasillo, apretando nuestro abrazo, trabajando furiosamente nuestros labios y nuestras lenguas. El alcohol aumentaba mi respuesta física básica, pero atenuaba mi consciencia de la absorción de energía de súcubo. Debía de estar funcionando pese a mi incapacidad para sentirla, sin embargo, porque Román se apartó de mí de repente, desconcertado.

– Qué extraño… -Se llevó una mano a la frente-. Me siento… mareado de golpe. -Vaciló un momento antes de recuperarse y volver a atraerme. Igual que todos los demás. Nunca se percataban de que era yo la responsable, yo la que les hacía daño, así que seguían volviendo a por más.

Su pausa era lo que necesitaba para recuperar un resquicio de sensatez en medio de mi aturdimiento etílico. ¿Qué había hecho? ¿Qué había permitido que me ocurriera esa noche? Cada una de mis interacciones con Román me había hecho traspasar un nuevo límite. Primero había dicho que no aceptaba citas. Luego había accedido sólo a un número limitado de ellas. Esta noche me había jurado que no iba a beber, y ahora apenas si podía mantenerme en pie por culpa del alcohol. Besarnos era otro tabú que acababa de romper. Y no haría sino desembocar en lo inevitable…

En mi imaginación, podía vernos después del sexo. Román despatarrado, pálido y extenuado, drenado de vitalidad. Esa energía crepitaría en mi interior como una corriente eléctrica, y él me miraría fijamente, débil y confuso, incapaz de comprender lo que acababa de perder. Dependiendo de cuánto le robara, podría perder años de su vida. Algunos súcubos poco rigurosos habían llegado incluso a matar a sus víctimas bebiéndoles la vida demasiado rápido.

– No… No… No lo hagas.

Lo aparté de mí, negándome a ver aquel futuro hecho realidad, pero su brazo siguió reteniéndome. Al mirar detrás de él, vi de pronto a Seth, que venía por el pasillo. Se quedó helado al descubrirnos, pero estaba demasiado preocupada como para fijarme en el escritor.

Me faltaba el canto de una moneda para volver a besar a Román, para llevarlo a algún lugar… cualquier lugar… donde pudiéramos estar desnudos y a solas, donde poder hacer todas las cosas con las que fantaseaba. Otro beso… otro beso, y no podría detenerme. Lo deseaba demasiado. Quería estar con alguien de mi elección. Siquiera una vez después de tantos años.

Y por eso precisamente no podía hacerlo.

– Georgina… -empezó Román, desconcertado, sin quitarme aún las manos de encima.

– Por favor -imploré, susurrando-, suéltame. Por favor. Tienes que soltarme.

– ¿Qué sucede? No lo entiendo.

– Por favor, suéltame -repetí-. ¡Que me sueltes! -El inesperado volumen de mi voz me sobresaltó incluso a mí, proporcionándome así la pequeña inyección de energía que necesitaba para liberarme de su presa. Extendió los brazos hacia mí, pronunciando mi nombre, pero retrocedí. Sonaba histérica, desquiciada, y así era como me miraba Román-. No me toques. ¡No! ¡Me! ¡Toques!

Estaba más furiosa conmigo misma, con mi vida, que con él. Me invadían la rabia y la frustración, amplificadas por el alcohol, dirigidas contra el universo. El mundo no era justo. No era justo que algunas personas pudieran tener vidas perfectas. Que civilizaciones hermosas tuvieran que convertirse en polvo. Que nacieran bebés con los alientos contados. Que yo estuviera atrapada en este cruel remedo de existencia. Una eternidad para hacer el amor sin amor.

– Georgina…

– No me toques. Nunca jamás. Por favor -susurré con voz ronca, y entonces, hice lo único que me quedaba por hacer. Escapar. Correr. Le di la espalda y corrí por el pasillo, alejándome de Román, de Seth, de la zona de mesas. No sabía adónde iba, pero estaría a salvo. Román estaría a salvo. Quizá fuera incapaz de restañar mis heridas, pero podía evitar que él sufriera ninguna.