Llegamos a la casa en los suburbios donde había dejado a Seth hacía unas semanas. Un racimo de globos rosas ondeaba en el buzón, y una madre vestida con vaqueros y una sudadera le decía adiós con la mano a una niña pequeña mientras ésta entraba en el edificio. Dicha madre regresó a continuación al gigantesco vehículo, capaz de transportar a un equipo de fútbol entero, que aguardaba con el motor encendido en el camino de entrada.
– Guau -dije, contemplándolo todo-. Nunca había estado en un sitio así.
– Seguro que sí, cuando eras pequeña -repuso Seth mientras aparcaba al otro lado de la calle.
– Bueno, ya -mentí-. Pero a esta edad es una experiencia distinta.
Nos acercamos a la puerta principal y pasamos sin llamar. Cuatro figuritas rubias se abalanzaron sobre él de inmediato, abrazándose a sus piernas y amenazando con derribarlo.
– ¡Tío Seth! ¡Tío Seth!
– ¡Ha llegado el tío Seth!
– ¿Eso es para mí? ¿Eso es para mí?
– Desistid, antes de que saque el gas lacrimógeno -las regañó Seth, sonriendo; aflojó la presa de una que amenazaba con arrancarle el brazo izquierdo de cuajo.
Otra de ellas, toda rizos amarillos y gigantescos ojos azules como las demás, se fijó en mí.
– Hola -dijo sin rodeos-, ¿y tú quién eres? -Sin darme tiempo a responder, salió disparada del recibidor, gritando-: ¡El tío Seth ha traído una chica!
Seth hizo una mueca.
– Ésa es Morgan. Tiene seis años. -Apuntó con el dedo a un clon suyo-. Ésta es McKenna, su hermana gemela. Ahí está Kayla, cuatro. Ésta de aquí -levantó del suelo a la más alta de todas, arrancándole una carcajada- es Kendall, la cumpleañera. Y supongo que Brandy andará por alguna parte, pero es demasiado civilizada como para asaltarme igual que el resto.
Al otro lado del recibidor se extendía un salón, donde otra niña rubia, algunos años mayor que Kendall, nos observaba tras el respaldo de un diván. Detrás de ella correteaban y gritaban una hueste de críos; los invitados a la fiesta, supuse.
– Estoy aquí, tío Seth.
Seth dejó a Kendall en el suelo y le alborotó el pelo a Brandy, para fastidio de ésta, que puso la cara de orgullo herido que sólo pueden poner quienes se encuentran al filo de la adolescencia. Morgan regresó poco después, seguida de una mujer alta y rubia.
– ¿Lo ves? ¿Lo ves? -Exclamó la pequeña-. Te lo dije.
– ¿Siempre causas tanto alboroto? -preguntó la mujer, dándole un rápido abrazo a Seth. Parecía feliz pero extenuada. Entendía por qué.
– Ojalá. Mis fans no son ni la mitad de entusiastas. Andrea, ésta es Georgina. Georgina, Andrea. -Le di la mano mientras una versión ligeramente más baja y joven de Seth entraba en la sala-. Y ése es mi hermano, Terry.
– Bienvenida al caos, Georgina -me dijo Terry tras las presentaciones. Miró de reojo a todos los niños, propios y ajenos, que corrían por toda la casa-. No sé si Seth habrá obrado bien trayéndote aquí. No saldrás nunca.
– Oye -exclamó Kendall-, ¿ésa no es la camisa que le regalamos al tío Seth por Navidad?
Un silencio embarazoso se abatió sobre los adultos mientras todos intentábamos mirar a otro lado. Al cabo, Andrea carraspeó y dijo:
– Vale, chicos, todos a sus puestos y que comiencen los juegos.
Me esperaba que una fiesta de cumpleaños infantil fuera salvaje, pero lo que aconteció aquella tarde superó todas mis expectativas. Igualmente impresionante era el modo en que el hermano y la cuñada de Seth conseguían controlar al rebaño de vociferantes y saltarinas criaturas que de alguna manera parecían estar en todos los rincones de la casa a la vez. Terry y Andrea los trataban a todos con paciente eficiencia, mientras Seth y yo hacíamos poco más que mirar y eludir las ocasionales preguntas al azar lanzadas contra nosotros. Como observadora, toda aquella experiencia me aturdía; no lograba imaginarme lo que sería enfrentarse a algo así todos los días. Era fascinante.
En cierta ocasión, mientras recuperaba el aliento, Terry me vio sola y entabló conversación.
– Me alegra que hayas venido -dijo-. No sabía que Seth estuviera saliendo con alguien.
– Sólo somos amigos -rectifiqué.
– Aun así. Es agradable verlo con alguien de carne y hueso. No imaginario.
– ¿Es cierto que estuvo a punto de perderse tu boda?
Terry hizo una mueca a modo de confirmación.
– Mi padrino, si te lo puedes creer. Se presentó dos minutos antes de que empezara la ceremonia. Ya nos disponíamos a comenzar sin él.
Sólo pude reírme.
Sacudió la cabeza.
– Si sigues saliendo con él, asegúrate de meterlo en vereda. Mi hermano será un genio, pero Dios, a veces necesita que lo lleven de la mano.
Tras las partidas de cartas vino la tarta, y después de la tarta llegaron los regalos. Kendall levantó el paquete de Seth con gesto experto y lo agitó.
– Libros -declaró.
Brandy, la más adulta y por consiguiente más callada del grupo, me miró de reojo y explicó:
– El tío Seth siempre nos regala libros.
Esto no pareció desmoralizar a Kendall. Rasgó el envoltorio y chilló de júbilo ante las tres recopilaciones de historias de piratas que contenía.
– Piratas, ¿eh? -le dije a Seth-. ¿Eso es políticamente correcto?
Le brillaban los ojos.
– Es lo que quiere ser de mayor.
Mientras la fiesta se prolongaba y los invitados eran finalmente recogidos por sus padres, Kendall acosó a Seth para que le leyera algún cuento, y lo seguí, junto con las sobrinas y otros rezagados, al salón mientras los padres de las niñas intentaban fregarlo todo en la cocina. Seth leyó con la misma pasión de la que hiciera gala durante su sesión de firmas, y yo me acurruqué en un sillón, conformándome con escuchar y observar. Me llevé un susto cuando la figurita de Kayla se encaramó y se sentó en mi regazo.
Era la más pequeña de todas, capaz de chillar como la que más pero poco dispuesta a hablar. Me estudió con los soles que tenía por ojos, me tocó la trenza con interés, y se ovilló contra mí para escuchar a Seth. Me pregunté si comprendería algo de lo que él decía. En cualquier caso, era suave, cálida y olía como huelen las niñas pequeñas. Inconscientemente, pasé los dedos por las finas y sedosas hebras de cabello dorado y pronto empecé a tejerlas en una trenza parecida a la mía.
Cuando Seth terminó la historia, McKenna vio lo que yo estaba haciendo.
– Luego yo.
– No, yo -ordenó con vehemencia Kendall-. Es mi cumpleaños.
Terminé haciéndoles trenzas a las cuatro chiquillas más jóvenes. Brandy se hizo tímidamente la remolona. Puesto que no quería cuatro copias mías, elegí otros estilos para las niñas, espiguillas y trenzas agrupadas que hicieron las delicias de mis modelos. Seth siguió leyendo, levantando ocasionalmente la cabeza hacia mí y mi trabajo.
Cuando llegó la hora de irse, me sentía física y emocionalmente agotada. Los niños siempre me inspiraban un sentimiento de añoranza; estar tan cerca de ellos me entristecía directamente de una forma que no podía explicar.
Seth se despidió de su hermano mientras yo esperaba junto a la puerta. Mientras lo hacía, reparé en una pequeña estantería que había a mi lado. Tras estudiar los títulos, seleccioné la Nueva Biblia anotada de Burberry: Viejo y Nuevo Testamento. Recordando lo que había dicho Román sobre lo mala que era la traducción en la versión del Rey James, abrí el libro y busqué el Génesis 6.
El enunciado era prácticamente idéntico, un poco más depurado y moderno en algunas partes, pero inalterado en su mayor parte. Con una excepción. En el versículo 4, la versión del Rey James decía: «En aquel entonces había gigantes en la Tierra (y también después), cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres…» En esta versión, sin embargo, ponía: «En aquellos días los nefilim caminaban sobre la Tierra, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres…»