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– Mi… ¿Qué?

– El tipo ése -me explicó Doug-. El cirujano plástico que sale con Cody y contigo. ¿Hugh?

– Sí, ése. Ha llamado, no sé, como cien veces, dejando mensajes. Estaba preocupado por ti. -Su expresión se volvió blanda y recelosa al mismo tiempo mientras reparaba en mi conjunto de vestido y camisa de franela-. Igual que yo.

Fruncí el ceño, extrañada por el apremio de Hugh.

– Bueno. Le llamaré ahora. ¿Hablamos más tarde?

Doug asintió con la cabeza, y yo empecé a sacar mi móvil hasta que recordé que lo había roto la noche anterior. Me retiré a la oficina de la parte de atrás, me senté en la mesa y llamé a Hugh.

– ¿Diga?

– ¿Hugh?

– Dios santo, Georgina. ¿Dónde diablos te habías metido?

– Esto, er, en ninguna parte…

– Llevamos toda la noche y toda la mañana intentando localizarte.

– No estaba en casa -expliqué-. Y se me ha estropeado el móvil. ¿Por qué? ¿Qué sucede? No me digas que ha habido otro.

– Eso me temo. Otro asesinato esta vez, nada de palizas amistosas. Al no dar contigo, los vampiros y yo pensamos que te habría encontrado también, aunque Jerome dijo que podía sentir que estabas bien.

Tragué saliva.

– ¿Quién… quién ha sido?

– ¿Estás sentada?

– Más o menos.

Me preparé para escuchar cualquier cosa. Demonio. Diablillo. Vampiro. Súcubo.

– Lucinda.

Parpadeé.

– ¿Cómo? -Todas mis teorías sobre justicieros contra el mal saltaron por los aires-. No es posible. Pero si es… es… Hugh terminó la frase por mí:

– Un ángel.

Capítulo 16

– ¿Georgina?

– Sigo aquí.

– Menudo embrollo, ¿verdad? Supongo que esto anula tu teoría sobre ángeles vengadores.

– No estoy tan segura.

Mi desolación inicial se había sustituido por una idea nueva, una idea que llevaba filtrándose en mi subconsciente desde que leí el pasaje bíblico en casa de Terry y Andrea. Me preguntaba… me preguntaba exactamente a qué estábamos enfrentándonos, si sería un ángel después de todo. Recordé las palabras del Génesis: En aquel entonces había gigantes en la Tierra… Éstos son los héroes de antaño, hombres famosos…

– ¿Qué opina Jerome de todo esto?

– Nada. ¿Qué esperabas?

– ¿Pero todo el mundo está bien?

– Bien, que yo sepa. ¿Qué vas a hacer? Ninguna estupidez, espero.

– Tengo que comprobar una cosa.

– Georgina… -me advirtió Hugh.

– ¿Sí?

– Ten cuidado. Jerome está de un humor de perros por culpa de todo esto.

Me reí secamente.

– Me lo imagino.

Un silencio azorado se apoderó de la línea.

– ¿Qué me estás ocultando?

Vaciló un momento más.

– Esto… esto te pilla por sorpresa, ¿verdad? ¿Lo de Lucinda?

– Desde luego. ¿Por qué no iba a hacerlo? Otra pausa.

– Es sólo que… en fin, tienes que reconocer que es un poco raro, primero Duane…

– ¡Hugh!

– Y luego, quiero decir, como nadie podía localizarte…

– Ya te lo he dicho, se me ha estropeado el móvil. No hablarás en serio.

– No, no. Es sólo… no sé. Luego hablamos. Colgué.

¿Lucinda muerta? ¿Lucinda, con su falda de espiguilla y su pelo a lo garçon. Era imposible. Me sentía fatal; acababa de verla el otro día. Vale, la había llamado zorra santurrona, pero no le deseaba esto. Como tampoco deseaba la muerte de Duane.

Sin embargo, las conexiones que había trazado Hugh eran extrañas, demasiado para mi gusto. Había discutido tanto con Duane como con Lucinda, y los dos habían fallecido poco después. Pero Hugh… ¿dónde encajaba él? Recordé la pulla de Lucinda: ¿Qué significa la amistad para los de tu clase?… Según tengo entendido, se lo pasó bomba contándole a quien quisiera escuchar lo de tu disfraz con el látigo y las alas. Era cierto que había tenido un pequeño encontronazo con el diablillo justo antes de su agresión. Agresión tan ligera como nuestra discusión, habida cuenta de que había sobrevivido.

Me estremecí, preguntándome qué significaría todo aquello. En ese momento entró Doug.

– ¿Todo aclarado?

– Sí. Gracias. -Nos quedamos callados unos instantes incómodos, hasta que me decidí a abrir las compuertas de mi culpa-. Doug, me…

– Olvídalo, Kincaid. No tiene importancia.

– No debería haberte dicho lo que te dije. Estaba…

– Borracha. Mamada. Hasta las patas. Suele ocurrir.

– Aun así, no tenía derecho. Sólo intentabas ser amable, y me puse como una perra psicópata contigo.

– Tampoco te pusiste tan psicópata.

– ¿Pero perra sí?

– Bueno… -Disimuló la sonrisa, sin mirarme a los ojos.

– Lo siento, Doug. Lo siento de veras.

– Para. Tanto sentimentalismo me va a matar.

Me incliné hacia él y le di un apretón en el brazo, apoyando la cabeza ligeramente en su hombro.

– Eres buena persona, Doug. Realmente buena. Y buen amigo. Siento… siento todas las cosas que han pasado… o que no han pasado… entre nosotros.

– Oye, olvídalo. Para eso están los amigos, Kincaid. -Se hizo un silencio violento entre nosotros; era evidente que esta conversación le hacía sentir incómodo-. ¿Te… te fue todo bien? Te perdí la pista después del concierto. El conjunto que llevas puesto no me tranquiliza ni un pelo.

– No te creerías de quién es esta camisa -bromeé con él, antes de contarle toda la historia de mis vómitos en casa de Seth y la consiguiente fiesta de cumpleaños.

Doug estaba tronchándose de risa cuando terminé, aunque aliviado.

– Mortensen es buen tipo -dijo al final, riéndose todavía.

– Él piensa lo mismo de ti. Doug sonrió.

– Ya sabes cómo es… ay, la leche. Se me olvidaba, con tantas llamadas. -Se dirigió a la mesa, revolvió entre los papeles y libros, y sacó por fin un sobrecito blanco-. Tienes una nota. Paige dice que la encontró anoche. Espero que sean buenas noticias.

– Sí, yo también.

Pero me asaltó la duda en cuanto la vi. La cogí con cuidado, como si pudiera quemarme. El papel y la caligrafía eran idénticos a los de la anterior. Una vez abierto el sobre, leí:

Así que te interesan los ángeles caídos, ¿eh? Bueno, pues esta noche vas a tener una demostración práctica. Seguro que resulta más informativa que tus actuales pesquisas, y no requerirá que te tires al jefe para obtener ayuda con las extrapolaciones… aunque reconozco que ver cómo te prostituyes tiene sus momentos.

Levanté la cabeza y miré a los curiosos ojos de Doug.

– Nada grave -le dije como si tal cosa, doblando la nota y guardándola en mi bolso-. Agua pasada.

El informe de Hugh implicaba que habían asesinado a Lucinda la noche anterior, y según Doug esta nota me la habían pasado antes. El aviso había caído en oídos sordos. Aparentemente esta persona no conocía mis movimientos a la perfección, o no había querido que actuara a tiempo. Se trataba más bien de un truco para asustarme.

Cualquiera que fuesen sus intenciones para advertirme sobre lo de Lucinda, no eran nada en comparación con la otra referencia que había en la nota. La idea de que alguien me hubiera visto practicando el sexo con Warren me ponía los pelos de punta.

– ¿Adonde vas ahora? -preguntó Doug.

– Aunque no te lo creas, tengo que encontrar un libro.

– Estás en el lugar adecuado.

Regresamos al mostrador de información, donde estaba Tammi. Me complacía ver que Doug estuviera entrenándola para este puesto; necesitábamos gente disponible para todas las tareas cuando llegaran las vacaciones.

– Hora de prácticas -le dije-. Dime dónde tenemos este libro.

Le di el nombre, lo buscó en el ordenador, y observó los resultados con el ceño fruncido.