– No lo tenemos. Te lo puedo pedir.
Imité su gesto, comprendiendo de repente por qué la gente parecía tan cabreada cuando le decía eso.
– Genial -mascullé-. ¿Dónde voy a conseguirlo esta noche?
– Erik probablemente lo tendría en stock, pero ya habría cerrado.
– Detesto recomendarte esto -bromeó Doug-, pero puede que lo tengan en la biblioteca.
– Puede… -Consulté uno de los relojes de pared, preocupada por el horario de las bibliotecas de la zona.
– Esto, ¿Georgina? -empezó Tammi, dubitativa-. Conozco un sitio donde lo tienen. Y todavía está abierto.
Me volví hacia ella, sorprendida.
– ¿En serio? ¿Dónde…? No. Ahí no.
– Lo siento. -Sus ojos azules me imploraban que la perdonara por lo que iba a decirme-. Pero tenían tres copias en stock la última vez que estuve allí. No creo que las hayan vendido todas.
Solté un gemido, masajeándome las sienes.
– No puedo ir allí. Doug, ¿quieres hacerme un recado?
– Tengo que cerrar -me advirtió-. ¿Qué sitio es ése que estás evitando?
– Krystal Starz, el hogar de la bruja rara.
– No iría allí aunque me pagaras.
– Yo sí -apuntó Tammi-, pero también tengo que cerrar. Si te sirve de consuelo, no siempre está allí.
– Eso -añadió Doug, esperanzado-. Ningún encargado está de servicio todo el tiempo. Habrá algún empleado que la sustituya.
– A menos que anden escasos de mano de obra -rezongué. Qué ironía.
Salí de la librería y monté en el coche dispuesta a ir a Krystal Starz. Mientras conducía, reflexioné sobre la información que había recibido hoy.
Para empezar, la referencia a los nefilim. La traducción del Rey Jorge mencionaba la descendencia angelical, llegaba a calificarla incluso de anormal, pero no me había parado a considerar las posibilidades que podrían ofrecer unos ángeles mestizos. La anotación en la traducción de Terry y Andrea se extendía tan sólo un poco más sobre estas criaturas, pero había bastado para encenderme una lucecita en la cabeza. ¿Quién mejor, pensé, para eliminar tanto a ángeles como demonios que una especie de semidiós bastardo?
Claro que, todo el hallazgo de los nefilim se había producido como consecuencia del versículo sobre los ángeles caídos que me había enseñado Erik. Podría estar corriendo con los ojos vendados cuando en realidad el culpable era un inmortal corriente y moliente, aunque inestable, exterminando a miembros de ambos bandos. Después de todo, todavía no había sacado a Cárter de mi lista de sospechosos, ni había averiguado por qué dicho asesino querría rematar la faena con Duane y Lucinda pero había dejado a Hugh con vida.
La otra novedad del día, la segunda nota, desvelaba pocas cosas que no supiera ya. Sencillamente la había encontrado demasiado tarde como para que me sirviera de advertencia. Y si había algún voyeur siguiéndome a todos lados, poco podía hacer yo al respecto.
Sin embargo, la pregunta que eso planteaba era obvia: ¿Por qué me seguía esta persona? Todos los indicios sugerían que yo era la única que recibía tal atención, la única a la que le enviaba notas. Y de nuevo, la incómoda verdad: Todo el mundo con el que me peleaba se convertía en víctima…
Aparqué en una calle desierta justo antes de llegar a Krystal Starz. Sin que Tammi y Doug lo supieran, había encontrado una solución fácil para enfrentarme a Helena. Tras quitarme el vestido y la camisa de Seth, para no consumirlos, cambié de forma y adopté la apariencia de una mujer tailandesa alta y delgada con un vestido de lino. A veces empleaba este cuerpo para cazar.
La librería new age estaba tranquila cuando entré, con tan sólo un par de clientes curioseando. Vi al mismo acólito joven de la última vez detrás de la registradora, y para colmo de la buena suerte, no había ni rastro de Helena. Aun disfrazada, seguía sin apetecerme encontrarme con esa chiflada.
Sonreí al joven del mostrador, me acerqué y le pregunté dónde podía encontrar el libro. Devolviéndome la sonrisa como un idiota (ésta era una forma muy atractiva, después de todo), me condujo a una sección determinada de su críptico sistema de catalogación, donde halló el libro de inmediato. Tal y como había dicho Tammi, tenían tres copias en stock.
Regresamos a la caja, pagué y suspiré aliviada, pensando que iba a salir de allí incólume. No hubo suerte. La puerta trasera que daba a la sala de conferencias se abrió, y Helena se materializó como una aparición, envuelta en un vaporoso vestido fucsia, cargada con sus habituales diez kilos de collares. Maldición. Era como si aquella mujer realmente poseyera un sexto sentido o algo.
– ¿Va todo bien, Roger? -le preguntó al dependiente, usando su ostentosa voz ronca.
– Sí, sí. -El muchacho asintió vigorosamente con la cabeza, al parecer encantado por que hubiera usado su nombre de pila.
Helena se giró hacia mí y me dedicó una de sus sonrisas de diva.
– Hola, querida. ¿Cómo estás esta tarde?
Recordando que este alias no tenía ninguna enemistad con ella, me obligué a sonreír y respondí educadamente:
– Bien, gracias.
– Me lo imaginaba -dijo solemnemente mientras yo le daba el dinero al chico-, porque siento maravillas en tu aura.
Abrí los ojos como platos en lo que esperaba que fuese una buena imitación de la admiración propia de una lega.
– ¿De veras?
Asintió con la cabeza, complacida por haber encontrado un público complaciente.
– Muy brillante. Muy fuerte. Con muchos colores. Te aguardan cosas buenas. -Este mensaje estaba a años luz del que me había dado en Emerald City, pensé. Al ver mi libro, me observó intensamente, probablemente porque era denso y estaba cargado de información, al contrario que la mayoría de las supercherías que vendía-. Estoy sorprendida. Me esperaba que leyeras sobre cómo canalizar mejor tus dones. Cómo maximizar todo tu potencial. Te puedo recomendar varios títulos si te interesa.
¿Es que esta mujer no paraba nunca de intentar vender algo?
– Oh, me encantaría -respondí, zalamera-, pero sólo traigo efectivo suficiente para esto. -Indiqué la bolsa que tenía ahora en la mano.
– Lo entiendo -repuso con gesto serio-. Deja que te los enseñe de todas formas. Para que sepas qué buscar la próxima vez.
Indecisa, consideré qué sería más perjudiciaclass="underline" si seguirle el juego o iniciar otra guerra con otro cuerpo. Vi un reloj y comprobé que la tienda cerraba dentro de quince minutos. No podía hacerme perder mucho tiempo.
– De acuerdo. Encantada.
Radiante, Helena me condujo a la otra punta de la tienda, con otra víctima en su haber. Tal y como había prometido, miramos libros sobre cómo utilizar las partes más fuertes del aura, un puñado de libros sobre la canalización a través de los cristales, e incluso uno sobre cómo la visualización podía ayudar a materializar nuestros mayores deseos. Este último era tan ridículo que me entraron ganas de aporrearme la cabeza con él para poner fin a mi sufrimiento.
– No subestimes el poder de la visualización -susurró-. Puedes controlar tu destino, marcar tus propios caminos, reglas y aspiraciones. Presiento un gran potencial en ti, pero seguir estos principios puede ayudarte a conseguir más… todas las cosas que desearías para tener una vida feliz y satisfactoria. Carrera, hogar, marido, hijos.
Una imagen de la sobrina de Seth ovillada en mi regazo me asaltó de improviso, y le volví rápidamente la espalda a Helena. Los súcubos no pueden tener hijos. No era ése el futuro que me aguardaba, con libro o sin él.
– Tengo que irme. Gracias por la ayuda.
– De nada -respondió recatadamente, entregándome una lista donde oportunamente había anotado los títulos… y los precios-. Deja que te dé unas octavillas con nuestros próximos programas y actividades.
Aquello no tenía fin. Al final me liberó cuando estuve suficientemente cargada de papeles, todos los cuales fueron a parar al cubo de la basura que había en el aparcamiento. Dios, cómo odiaba a esa mujer. Supuse que Helena la lisonjera embaucadora profesional era mejor que Helena la loca de atar que había visto en Emerald City, aunque la verdad, por muy poco. Por lo menos había conseguido el libro, que era lo único que me importaba.