– No -repuse-. Mi intención no era ésa. Sólo pensaba en llegar a casa. -Relaté los hechos de la noche lo mejor que pude, empezando por los pasos y terminando con Cárter.
Cuando acabé, Hugh se sentó en un sofá frente a mí, pensativo.
– Pausas, ¿eh?
– ¿Cómo?
– Lo que dices que ocurrió… te golpearon, pausa, después otra vez, pausa, y así. ¿Cierto?
– Sí, ¿y? No sé. ¿No es así como funcionan las peleas? ¿Pegas, te retiras, te preparas para otro asalto? Además, estamos hablando de pausas de, no sé, como un segundo o así. No es que me diera ninguna tregua.
– Conmigo no fue así en absoluto. También recibí cortes. Fue un asalto en toda regla. Una lluvia de golpes, continúa. Desafiaba mi entendimiento o mi habilidad. Definitivamente sobrenatural.
– Bueno, igual que esta vez -repuse-. Créeme, no podía defenderme. No era ningún ratero mortal, si es eso lo que sugieres. -Hugh se limitó a encogerse de hombros.
Se hizo el silencio; miré al diablillo de reojo, forzando al máximo mi limitada capacidad de visión.
– Están cruzando miraditas misteriosas, ¿verdad?
– ¿Quiénes?
– Cárter y Jerome. Lo noto. -Me volví hacia Cárter, preguntándome de repente si mi viaje de anoche habría sido en vano-. ¿No rescatarías la bolsa que llevaba conmigo?
El ángel se acercó a la encimera de la cocina, cogió una bolsa y me la lanzó. Con mi sentido de la perspectiva todavía dañado, fallé; la bolsa rebotó en el diván y cayó al suelo. El libro se escurrió fuera. Jerome lo agarró de inmediato y leyó el título.
– Joder, Georgie. ¿Por esto andabas recorriendo callejones a oscuras? ¿Por esto has estado a punto de conseguir que te maten? Te dije que dejaras de investigar sobre los cazadores de vampiros…
– Venga ya -exclamó Cody, saliendo en mi defensa-. Eso ya no se lo cree nadie. Sabemos que hay un ángel detrás de esto…
– ¿Un ángel? -Las palabras del demonio sonaron impregnadas de diversión, incluso mofa.
– Esto no me lo ha hecho ningún mortal -convine acaloradamente-. Ni a Hugh. Ni a Lucinda. Ni a Duane. Fue un nefilim.
– ¿Un nefi-qué? -preguntó Hugh, sorprendido.
– ¿Ése no era un personaje de Barrio Sésamo? -abrió la boca por primera vez Peter.
Jerome se quedó mirándome fijamente, en silencio, antes de preguntar:
– ¿Quién te ha hablado de eso? -Sin aguardar respuesta, se volvió hacia el ángel-. Sabes que no deberías…
– No fui yo -lo atajó tranquilamente Cárter-. Supongo que lo habrá deducido por sus propios medios. Subestimas a tu gente.
– Es cierto que lo descubrí por mis propios medios, aunque tuve ayuda.
Detallé sucintamente mi ristra de pistas, cómo una había conducido a otra, desde Erik hasta el libro en Krystal Starz.
– Mierda -masculló Jerome tras escuchar mi relato-. Puta Nancy Drew.
– Vale -dijo Peter-, la historia es muy interesante y todo eso, pero todavía no nos has explicado que es un nefilópogo.
– Nefilim -le corregí. Dubitativa, miré a Jerome-. ¿Puedo?
– ¿Me estás pidiendo permiso? Qué novedad.
Me lo tomé como un sí y empecé, vacilante:
– Los nefilim son descendientes de los ángeles y los humanos. Como en ese pasaje del Génesis. ¿Donde los ángeles cayeron y tomaron mujeres mortales por esposas? Los nefilim son el resultado. Poseen ciertas habilidades… no las conozco todas… fuerza y poder… como los héroes griegos…
– O como auténticos tocapelotas -añadió con acritud Jerome-. No te olvides de eso.
– ¿En qué sentido? -preguntó Hugh. Continué ante el silencio de Jerome.
– Bueno… por lo que he leído solían causar problemas y disputas entre los humanos.
– Vale, pero éste no se la tiene jurada a los humanos -señaló Peter.
Cárter se encogió de hombros.
– Son impredecibles. No juegan según las reglas de nadie y, sinceramente, ni siquiera estamos seguros de cuáles son las intenciones de éste. Está jugando, eso sin duda, con sus ataques contra inmortales al azar y esa nota que le mandó a Georgina.
– Dos notas -le corregí-. Recibí otra justo antes de que muriera Lucinda, pero pasé toda la noche con Seth y no la leí hasta el día siguiente.
Hugh y los vampiros se giraron para clavar las miradas en mí.
– ¿Pasaste toda la noche con Seth? -preguntó Cody, perplejo.
– ¿Quién era ése? -quiso saber Hugh.
– El escritor -respondió Peter.
El diablillo me observó con interés renovado.
– ¿Y qué estuvisteis haciendo «toda la noche»?
– ¿Podemos dejar de discutir la vida amorosa de Georgina por ahora, por fascinante que parezca? -Jerome me dirigió una mirada especulativa-. A menos, claro está, que este tal Seth sea alguien de fuertes valores y principios morales cuya energía vital planees robar en un futuro próximo para contribuir a la causa del mal y sus fines.
– Bien la primera parte, mal la segunda. -Maldición. Necesito un trago.
– Sírvete.
Jerome se acercó a mi mueble bar y examinó el contenido.
– Entonces, ¿cómo podemos reconocer a este nefilim? -preguntó Cody, devolviéndonos a todos a la realidad.
Miré dubitativa a Cárter y Jerome. Desconocía los pormenores.
– No podemos -anunció jovialmente el ángel.
– De modo que también pueden ocultar su firma. Como los inmortales superiores.
Asintió con la cabeza ante mis palabras.
– Sí, reúnen las peores características de ambos progenitores. Poder y habilidades pseudoangelicales, mezcladas con rebeldía, afición al mundo físico y un defectuoso control sobre los impulsos.
– ¿Cuánto poder? -Quise saber-. Son medio humanos, ¿verdad? ¿Medio poderosos, entonces?
– Ésa es la pega. -Jerome parecía mucho más animado con un vaso de ginebra en la mano-. Varía enormemente, igual que cada ángel tiene un nivel de poder diferente. Una cosa está clara: los nefilim heredan mucho más de la mitad del poder de su progenitor, aunque en ningún caso pueden excederlo. Sigue siendo mucho… motivo por el cual he estado intentando meteros en la cabeza que os mantengáis al margen. Un nefilim podría borraros del mapa a cualquiera de vosotros sin ningún problema.
– Pero no a uno de vosotros. -Pese a la nota de incertidumbre que teñía sus palabras, éstas sonaron más como una afirmación que como una pregunta.
Ni el ángel ni el demonio respondieron, y otra pieza encajó en mi rompecabezas.
– Por eso vais por ahí enmascarando vuestras firmas. Vosotros también os estáis escondiendo de él.
– Tan sólo tomamos las debidas precauciones -protestó Jerome.
– Huyó de ti -le recordó Cárter-. Debes de ser más fuerte que él.
– Probablemente. Mi principal preocupación eras tú, así que no me fijé bien. Un ángel en todo su esplendor pondrá en fuga a casi cualquier criatura… mataría a un mortal… de modo que podría ser más fuerte que él o no. Es difícil saberlo.
Esa respuesta no me gustó ni un pelo.
– ¿Qué hacías allí?
El ángel esbozó su característica sonrisa sarcástica.
– ¿Tú qué crees? Te estaba siguiendo. Di un respingo.
– ¿Qué? Entonces tenía razón… ese día en la tienda de Erik…
– Eso me temo.
– Dios santo -dijo Peter, asombrado-. Realmente llevabas razón en algo, Georgina. Por lo menos en lo de que te seguía.
Me sentí reivindicada, aunque Cárter evidentemente ya no pareciera el principal sospechoso. Hugh había acertado al acusarme de prejuiciosa. Realmente quería que Cárter fuera el responsable de todos estos ataques, como venganza por todas las veces que se había burlado de mí. Su oportuna intervención en el callejón únicamente enturbiaba la opinión que tenía de él ahora.