Выбрать главу

– Tras comprender que aquella primera nota probablemente era obra de este nefilim -explicó Cárter-, consideré prudente dejarme caer de vez en cuando, ya que nuestro amigo parece tener un interés especial en ti. Mi intención era pillarlo desprevenido, no ayudarte, aunque me alegra haber podido hacerlo. Además, aquel día en la tienda de Erik…

Miró a Jerome. El demonio levantó los brazos.

– ¿En serio? ¿Por qué no? Díselo. Cuéntaselo todo. Ya saben demasiado.

– ¿Erik? -pregunté.

– Este ser, este nefilim… -Cárter hizo una pausa, pensativo-. Este ser sabe muchas cosas sobre nosotros y sobre la comunidad inmortal.

– Bueno… tú mismo lo has dicho, ¿no? -Preguntó Peter-. Este nefilim se fija en alguien y lo sigue a todas partes.

– No. Quiero decir, sí, es posible, pero las pruebas indican que éste sabe mucho más de lo que podría reportarle un simple seguimiento…

– Por el amor de Dios -saltó Jerome-, si se lo vas a decir, hazlo de una vez. Déjate de acertijos. -El demonio se volvió hacia nosotros-. Lo que quiere decir es que este nefilim trabaja con un chivato. Alguien está proporcionándole información sobre nuestra comunidad inmortal.

Cody entendió la insinuación tan bien como yo.

– Creéis que se trata de Erik.

– Es el principal sospechoso -reconoció Cárter, contrito-. Lleva décadas aquí, y tiene el don de presentir a los inmortales.

– Y pensar que me habló tan bien de ti -murmuré, sobrecogida-. Pues bien, te equivocas. No es él. No es Erik.

– No te enfurruñes ahora, Georgie. No es nuestro único sospechoso, sólo el más probable.

– Y no me hace más gracia que a ti -añadió el ángel-. Pero no podemos descartar ninguna posibilidad. Necesitamos neutralizar esta amenaza lo antes posible. Este nefilim está descontrolado; no dentro de mucho intervendrán desde el exterior, y eso siempre es un incordio.

– ¿Entonces por qué no dejas que te ayudemos? -exclamé-. ¿A qué viene tanto secreto?

– ¿Estás sorda? Es por vuestro propio bien. ¡Este ser podría aniquilaros por completo! -Jerome apuró el resto de la ginebra de un solo trago.

No me lo tragaba. Aquí había algo más que nuestra seguridad en juego. Jerome seguía sin poner todas las cartas sobre la mesa.

– Sí, pero…

– La reunión del comité ha terminado -me interrumpió con voz glacial-. ¿Nos disculpáis un momento a Georgina y a mí?

Oh, mierda. Miré desesperadamente a mis amigos, con la esperanza de que se quedaran a defenderme, pero todos pusieron pies en polvorosa. Cobardes, pensé. Ninguno de ellos le hacía frente a Jerome cuando se ponía así. Vale, puede que yo en su lugar tampoco lo hubiera hecho.

Cárter, me fijé, no se había ido. Al parecer la orden no se aplicaba a él.

– Georgie -comenzó Jerome lentamente, cuando los demás hubieron salido-, últimamente parece que tú y yo discutimos por todo. Y no me gusta.

– No es que discutamos -repuse, revolviéndome nerviosa, recordando su despliegue de poder en el hospital y la amenaza de encerrarme en alguna parte-. Tenemos opiniones distintas, eso es todo.

– Tus opiniones pueden conseguir que te maten.

– Jerome, no me digas que todo esto es por…

– Basta.

Una muralla de poder se estrelló contra mí, lanzándome de espaldas contra el diván. Era como una de esas atracciones de feria en las que la gente se coloca de pie a los lados de una plataforma circular que gira cada vez más deprisa hasta que todo el mundo termina pegado a las paredes. Moverse era una agonía. Incluso respirar era difícil. Me sentía como Atlas, soportando todo el peso del mundo.

La voz de Jerome atronó en mi cabeza; una parte de mí maldijo valientemente sus trucos baratos, aunque el resto de mi ser estuviera encogido de miedo.

– Necesito que me escuches por una vez sin interrumpirme constantemente. No puedes seguir husmeando. Así sólo consigues llamar la atención, y ya has capturado la de este nefilim más de lo que me gustaría. Ni me hace falta ni quiero otro súcubo. Me he acostumbrado a ti, Georgina. No quiero perderte. Soy más permisivo contigo de lo que debería, no obstante. Te sales con la tuya más veces de lo que consentiría cualquier otro archidemonio. Hasta ahora no me ha importado ser benévolo contigo, pero las cosas pueden cambiar… sobre todo si insistes en tu insubordinación. Puedo hacer que te transfieran a otro lugar, lejos de este cómodo espejismo de vida humana que has creado. O puedo llamar a Lilith e informarle directamente de tu conducta. Seguro que estará encantada de someterte a un ligero proceso de reeducación.

El corazón me dio un vuelco ante la mención de la reina súcubo. Sólo la había visto una vez, al unirme a sus filas. Aquel encuentro, igual que ver a Cárter en todo su esplendor angelical, no era una experiencia que me apeteciera repetir enseguida.

– ¿Entendido?

– S-sí.

– ¿Seguro?

La presión aumentó, y hube de recurrir a todas mis fuerzas para conseguir asentir débilmente. La jaula psíquica desapareció de pronto, y me desplomé hacia delante, jadeando. Todavía podía sentir dónde me había tocado su poder, como una versión táctil de la imagen residual que ve uno tras mirar directamente el flash de una cámara de fotos.

– Me alegra que lo entiendas, y estoy seguro de que sabrás entender también que no me fíe plenamente de ti. Es un rasgo propio de los de nuestro bando.

– ¿Ésta… ésta es la parte donde me encierras en alguna parte?

Soltó una risita delicada. Amenazadora.

– No. Todavía no, al menos. Francamente, creo que sólo necesitas un poco de supervisión para no meterte en líos. Tampoco me convence del todo que el nefilim y tú sólo tengáis una relación de pasada.

Afloró a mis labios una réplica, pero me mordí la lengua. Todavía sentía la piel encendida.

– Le encargaría la tarea a alguno de tus amigos, pero sin duda les harías bailar al son que quisieras. No, necesitas una niñera inflexible, inmune a tus encantos.

– ¿Encantos? ¿Entonces quién? -Por un momento pensé que se refería a sí mismo, hasta que reparé en la sonrisita maliciosa de Cárter. Ay, Dios-. No lo dirás en serio.

– Es la única manera de mantenerte controlada, Georgie. Más aún, es la única manera de mantenerte con vida.

– En estos momentos prácticamente eres nuestra mejor pista -explicó Cárter-. Este nefilim siente algún interés por ti, aunque dicho interés parezca haber cambiado un poquito, del intercambio de notas a la agresión física.

– Cárter estará preparado si intenta terminar lo que empezó. También puede proteger tu apartamento de miradas indiscretas.

– Pero lo detectará cuando salgamos… -protesté débilmente.

– No más que tú ahora -me recordó Cárter-. Y seré invisible. Un fantasma a tu lado. Un ángel sentado en tu hombro, si lo prefieres. Ni siquiera te darás cuenta de que estoy aquí.

– Jerome, por favor, no puedes hacer esto…

– Puedo hacerlo, y lo haré. ¿A no ser que, como decía, quieres que tenga una charla con Lilith?

Maldito. La amenaza de Lilith era más poderosa que cualquier encierro en potencia, y él lo sabía.

– Bien. En tal caso, si no hay nada más que discutir, me iré y dejaré que os vayáis aclimatando. -Jerome alternó la mirada entre nosotros, descansando en mí por un momento sus ojos oscuros-. Ah, por cierto. Échate un vistazo en el espejo cuando puedas.

Fruncí el ceño, pensando en el examen de mis heridas realizado por Cody.

– Gracias por recordármelo.

– Lo que te recuerdo es que eres un súcubo. Esas magulladuras son la manifestación de creer que eres humana. No lo eres. Tienes que sentirlas, pero no tienes por qué lucirlas.

Dicho lo cual, el demonio se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, dejando a su paso un leve rastro de azufre que, supuse, era puro teatro.

– Entonces, ¿para mí el sofá? -preguntó Cárter, risueño.