Entonces se me ocurrió: Cárter había emprendido otra persecución del nefilim. Estaba sola. Estupendo. ¿Qué iba a hacer ahora? No tenía coche, y con independencia de lo que dijera el ángel sobre que seguía estando a salvo cuando él se iba de cacería, estar allí sola en la oscuridad me ponía nerviosa. Volví a entrar en la librería, visible. Erik me miró con sorpresa.
– ¿Te importa que espere aquí a que vengan a buscarme?
– En absoluto.
Claro que antes tenía que llamar a alguien para que viniera a buscarme. Saqué mi móvil nuevo, debatiéndome sobre qué número marcar. Cody sería la opción ideal, pero vivía lejos al sur de la tienda y yo estaba más al norte. Habría salido ya camino de la clase de baile, y haciéndole subir hasta aquí sólo conseguiría que los dos llegáramos tarde. Necesitaba alguien que viviera cerca, pero no conocía a nadie salvo… en fin, Seth vivía en el distrito universitario. No estaba muy lejos de Lake City. La cuestión era si estaría en casa o si seguiría en Queen Anne.
Decidí correr el riesgo y le llamé al móvil.
– ¿Diga?
– Soy Georgina. ¿Dónde estás?
– Hum, en casa…
– Genial. ¿Te importaría venir a buscarme?
Seth llegó al establecimiento de Erik quince minutos más tarde. Casi me esperaba que Cárter reapareciera entremedias, pero no había dado señales de vida. Le di las gracias a Seth y monté en su coche.
– Te lo agradezco de veras. El que tenía que recogerme me ha dejado plantada.
– No tiene importancia. -Vaciló y me miró de reojo-. Estás preciosa.
– Gracias. -Llevaba puesto un vestido rojo sin mangas con un top estilo corsé.
– Aunque te quedaría mejor con una camisa de franela.
Tardé un momento en recordar el conjunto que había llevado a la casa de su hermano, y otro más en recordar que no le había devuelto la camisa.
– Lo siento -me disculpé después de decirle eso mismo-. Te la devolveré enseguida.
– Tranquila. Después de todo, sigo teniendo tu libro como rehén. Es un trato justo. No dudes en ponértela alguna vez más, para que huela a ti y tu perfume.
Cerró la boca de golpe, seguramente temiendo haber hablado más de la cuenta, lo cual probablemente era cierto. Quise reírme del comentario, aliviar un poco su turbación, pero en vez de eso sólo podía imaginarme a Seth con la camisa de franela en la cara, inspirando hondo, aspirando mi fragancia. La imagen era tan sensual, tan tremendamente provocadora, que me aparté ligeramente de él y miré por la ventanilla para disimular mis sentimientos y mi respiración de pronto agitada.
Qué coqueta sin remedio estaba hecha, decidí mientras el resto del paseo en coche transcurría en silencio. Tan pronto estaba llorando por Román como me entraban ganas de revolearme con Seth en la cama. Era una frívola. Generaba sensaciones encontradas en los hombres, revoloteando de uno a otro, atrayéndolos con una mano y apartándolos de mí con la otra. Lo cierto era que el subidón de energía de Martin estaba tocando a su fin, por lo que casi todos los varones empezaban a parecerme atractivos de nuevo, pero aun así… no tenía vergüenza. Ya no sabía qué ni a quién quería.
Cuando Seth aparcó pero se negó a entrar conmigo en Emerald City, me sentí culpable, sabedora de que él pensaba que yo pensaba que él era un pervertido o algo por culpa del comentario sobre el perfume. No podía dejarlo correr, no podía soportar la idea de que se sintiera mal por mi culpa. Y menos cuando sus palabras habían sido un cumplido tan erotizante. Tenía que arreglar las cosas.
Me incliné hacia él, esperando que el top me ayudara a zanjar el asunto.
– ¿Recuerdas esa escena en La casa de cristal? ¿Cuándo O'Neill acompaña a casa a la camarera? Enarcó una ceja.
– Hum, si la escribí yo.
– Si no me falla la memoria, ¿no dijo algo acerca de que es una lástima abandonar a una mujer con un vestido con escote?
Seth me miró fijamente, inescrutable su expresión. Por fin, una sonrisa menos aturdida de lo normal aleteó en sus labios.
– Dice: «Un hombre que deja sola a una mujer con un vestido como ése no merece llamarse hombre. Una mujer con un vestido como ése no quiere estar sola.»
Le dirigí una mirada cargada de intención.
– ¿Y bien?
– ¿Y bien, qué?
– No me obligues a deletreártelo. Con este vestido, no quiero estar sola. Entra conmigo. Me debes un baile, ¿sabes?
– Y tú sabes que yo no bailo.
– ¿Crees que eso detendría a O'Neill?
– Creo que O'Neill exagera a veces. No conoce sus límites.
Sacudí la cabeza, exasperada, y me di la vuelta.
– Espera -me llamó Seth-. Voy contigo.
– Al límite, ¿no? -dijo Cody más tarde cuando llegamos a la cafetería de la librería, ya cerrada, prácticamente corriendo.
Le di un abrazo rápido, y Seth y él se saludaron cordialmente con la cabeza antes de que el autor se fundiera con el resto de los empleados.
– Es una larga historia.
– ¿Es cierto? -Me susurró Cody al oído-. ¿Cárter está aquí ahora?
– En realidad no. Estaba conmigo, pero me dio plantón. Por eso he llegado tarde. Tuve que pedirle a Seth que me recogiera. El semblante serio del joven vampiro se relajó.
– Seguro que ha sido un sacrificio enorme para los dos.
Hice oídos sordos a la pulla y reuní a la tropa para comenzar la clase. Como habíamos observado la última vez, la mayoría estaban tan listos como podrían llegar a estarlo jamás. No practicamos nada nuevo, sino que optamos por repasar las técnicas ya conocidas para cerciorarnos de que tuvieran bien aprendida la base. Seth, tal y como había prometido, no bailó. Le costó más resistirse, sin embargo, ahora que la mayoría de las empleadas ya lo conocían. No pocas mujeres intentaron sacarlo a la pista, pero él se mantuvo en sus trece.
– Saldría a bailar si se lo pidieras tú -me dijo Cody en un momento determinado.
– Lo dudo. Lleva toda la noche negándose.
– Ya, pero tú eres muy persuasiva.
– Algo parecido me dio a entender Cárter. No sé de dónde os sacáis esta reputación de Doña Simpática que me echáis.
– Tú ve y pídeselo.
Puse los ojos en blanco y me acerqué a Seth; noté que ya me estaba observando.
– Bueno, Mortensen, tu última oportunidad. ¿Estás preparado para dar el salto de voyeur a exhibicionista?
Inclinó la cabeza hacia mí, con curiosidad.
– ¿Todavía estamos hablando del baile?
– Bueno, eso depende, supongo. Una vez le oí decir a alguien que los hombres bailan igual que practican el sexo. Así que, si quieres que todos los presentes piensen que eres la clase de tipo que se limita a quedarse sentado y…
Se levantó.
– A bailar.
Salimos a la pista y, pese a su valiente declaración, saltaba a la vista que estaba nervioso. Le sudaba la palma cuando me dio la mano, y vacilaba demasiado a la hora de apoyar la otra por completo en mi cadera.
– Tu mano se traga la mía -bromeé en voz baja, deslizando mis dedos entre los suyos-. Relájate. Escucha la música, y cuenta los pasos. Fíjate en mis pies.
Mientras nos movíamos, me dio la impresión de que ya había practicado antes los pasos elementales. No le costaba recordar el ritmo. Su problema era coordinar los pies con la música, algo que para mí era instintivo. Podía escuchar prácticamente cómo contaba los sones mentalmente, alineándolos artificialmente con sus pies. De resultas de ello, se pasaba más tiempo mirando al suelo que a mí.
– ¿Nos acompañarás cuando salgamos? -le pregunté como si tal cosa.
– Lo siento. No puedo hablar y contar al mismo tiempo.
– Ah. Está bien. -Hice todo lo posible por disimular mi sonrisa.
Seguimos así, en silencio, hasta que terminó la clase. En ningún momento llegó a convertirse en un proceso natural para Seth, pero no se saltó ningún paso, prestándoles atención con inquebrantable determinación y diligencia, sudando profusamente durante todo el proceso. Tan cerca de él como estaba, podía sentir algo parecido a la estática en el aire que nos separaba, embriagador y electrizante.