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—Olvide todo eso —le dijo Marsh, impaciente—. Me envió usted una carta. Decía que había tomado una decisión. Ya sabe usted por qué he venido, pero yo, en cambio, no sé todavía por qué me ha hecho venir. Será mejor que me lo diga.

—Me cuesta trabajo empezar. Ha pasado mucho tiempo, Abner.

—Para ambos —añadió Marsh con un grunido. Después, su tono se hizo más suave—. Le busqué, Joshua. Durante más años de los que podría recordar ahora, intenté encontrarle a usted y a ese barco mío. Sin embargo, había demasiado río y poco tiempo y dinero.

—Abner —dijo York—, aunque hubiera tenido todo el tiempo y el dinero del mundo, no hubiera encontrado el barco en el río, pues durante los últimos trece años el Sueño del Fevre ha estado en tierra firme, oculto cerca de las tinas de extracto de índigo de la plantación que posee Julian, a unos quinientos metros de la ensenada, pero muy bien escondido.

—¡Cómo diablos…! —exclamó Marsh.

—Fue idea mía. Déjeme empezar por el principio y contárselo todo —suspiró—. Debo remontarme a trece años atrás, a la noche en que nos despedimos.

—La recuerdo.

—Caminé río arriba lo más rápidamente que pude —explicó entonces Joshua—, ansioso por llegar y con miedo de que me asaltara la sed. El viaje resultó arduo, pero alcancé el Sueño del Fevre a la segunda noche de mi partida de la plantación. El vapor había avanzado poco y estaba lejos de la orilla, con las aguas oscuras batiéndolo por ambos costados. Era una noche fría y neblinosa, y el barco estaba absolutamente silencioso y a oscuras. No había humo ni vapor ni una vela encendida en ninguna parte, y estuve á punto dé pasar sin verlo. No quería regresar pero sabía que debía hacerlo. Nadé hasta el barco —dudó un instante antes de proseguir—. Abner, ya sabe el tipo de vida que he llevado. He visto y hechos cosas terribles. Sin embargo, nada me había preparado para lo que encontré a bordo, nada, nada.

—Prosiga —dijo Marsh con la mirada más penetrante.

—Una vez le dije que Julian estaba loco…

—Lo recuerdo.

—Loco y ansioso por morir —dijo Joshua—. Y lo demostró. Vaya si lo demostró. Cuando subí a la cubierta, el vapor estaba totalmente silencioso. Ningún ruido, ningún movimiento, sólo el rumor que el río hacía al pasar. Vagué por el vapor sin que nadie me molestara.

Joshua tenía los ojos fijos en Marsh, pero como si no lo estuviera, como si estuviera viendo otra cosa, alguna imagen que no olvidaría jamás. Se detuvo un instante.

—Cuénteme, Joshua —insistió Marsh. York apretó los labios.

—Aquello era un matadero, Abner —dejó que la frase colgara en el aire un momento, antes de proseguir—. Por todas partes había cadáveres. Por todas partes. Y no enteros. Recorrí la cubierta principal y encontré cuerpos muertos entre la carga y entre los motores. Había… brazos, piernas… arrancados, desgarrados. Los esclavos, los fogoneros que había comprado Sour Billy, la mayoría de los cuales llevaba puestas las esposas, estaban muertos con las gargantas abiertas. El maquinista había sido colgado del revés en el cilindro… y se debió desangrar… como si la sangre pudiera tomar el lugar del aceite.—Joshua hizo un gesto de desagrado con la cabeza—. La cantidad de muertos, Abner… No se lo puede imaginar. La niebla inundaba el barco, así que el panorama se me fue presentando parcialmente. Caminé, errabundo, y aquellas cosas aparecían ante mí de repente, donde un instante antes no había habido más que sombras vagas y el velo húmedo de la niebla. Y a cada paso me encontraba con un nuevo horror que la niebla me había ocultado, y al alejarme de aquel horror encontraba algo más aterrador aún.

“Por último, asqueado y lleno de una ira que me quemaba como una fiebre, subí las escaleras hacia la siguiente cubierta. En el gran salón, la escena era la misma. Cuerpos y restos de cuerpos. Tanta era la sangre derramada que la alfombra aún estaba húmeda. Por todas partes, aparecían signos de lucha. Docenas de espejos rotos, tres o cuatro puertas de camarotes hundidas y mesas volcadas. Sobre una de ellas, aún en pie, había una cabeza humana sobre una bandeja de plata. Nunca había conocido horrores como los que vi al pasar por el salón, aquellos terribles noventa metros. En la oscuridad, entre la niebla, nada se movía. Nada quedaba con vida. Avancé y retrocedí horrorizado, sin saber qué hacer. Me detuve ante el refrigerador de agua, aquel gran aparato adornado de plata que había colocado usted en el extremo del salón. Tenía seca la garganta. Tomé una de las tazas de plata y abrí la espita. El agua… El agua bajó lentamente, Abner, muy lentamente. Aun en la oscuridad del salón, pude ver que era negra y viscosa, medio… medio coagulada.

“Me quedé con la taza en la mano, dando vueltas a ciegas, con la nariz impregnada de aquel hedor… El hedor, Abner; me había olvidado de mencionarlo. Era terrible, no se lo puede imaginar, estoy seguro. Me quedé entre la niebla, contemplando el lento y agonizante fluir del refrigerador del agua. Sentí que me sofocaba. El horror, las atrocidades… Noté mi estómago revuelto. Corrí por el salón, arrojé lejos la taza y me puse a gritar.

“Entonces empezaron los gritos. Silbidos, golpes, sonidos implorantes, llantos, amenazas. Voces, Abner, voces humanas. Miré a mi alrededor y creció mi angustia, mi rabia. Las puertas de una docena de camarotes habían sido clavadas dejando aprisionados a sus ocupantes, esperando la llegada de la noche siguiente, o de la otra. Empecé a temblar. Me acerqué a la primera puerta y empecé a quitar los clavos que la mantenían cerrada. Desde dentro empujaban haciendo crujir la madera, casi en un lamento de agonía. Estaba todavía luchando con la puerta cuando escuché una voz a mis espaldas.

—Querido Joshua, tienes que detenerte. Querido Joshua, regresa con nosotros.

“Cuando me volví, allí estaban. Julian me sonreía, con Sour Billy a su lado y detrás todos los demás, todos ellos, incluido mi grupo, Simon, Smith y Brown, todos los que quedaban… Mirándome. Les grité salvaje e incoherentemente. Eran los míos y habían participado en aquello. Me sentí tan lleno de asco, Abner…

“Días después, escuché el relato entero y comprendí toda la locura de Julian. Quizá fuera culpa mía en cierto grado. Al salvarles a usted, a Toby y al señor Framm, había condenado a muerte a más de cien pasajeros inocentes.

—No es así —le interrumpió Marsh—. Fue Julian el culpable de lo sucedido, y es él quien tiene que responder por ello. Usted ni siquiera estaba allí, así que no eche las culpas sobre sí mismo, ¿quiere?

Los ojos de Joshua reflejaban preocupación.

—Eso me he dicho a mí mismo muchas veces —murmuró—. Permítame acabar la historia. Lo que había sucedido era que Julian aquella noche se enteró de nuestra huida. Se puso furioso. Salvaje. Más aún, pues estas palabras son demasiado débiles para expresar la que debió ser su reacción. Quizá despertó en él la sed roja, después de tantos siglos. Mas aun, debió preguntarse si la destrucción estaba próxima. Los pilotos se habían ido y el vapor no podía moverse sin piloto. Y posiblemente pensó que usted intentaría regresar durante el día y destruirlo. No pudo imaginarse que yo regresaría para salvarlos. Sin duda, mi deserción y la de Valerie debieron llenarle de temor, de incertidumbre respecto a qué vendría a continuación. Había perdido el control. Era el maestro de sangre, y aún así habíamos actuado contra él. En toda la historia del pueblo de la noche, nunca había sucedido antes. Creo que, durante aquella noche terrible, Damon Julian creyó ver la muerte que tanto había ansiado y temido a la vez.