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Parecía como si Julian y sus condenados vampiros le hubieran chupado toda vida al vapor. En la cabina del timonel, Marsh observó restos del escarlata de putilla con que Sour Billy había cubierto la pintura original, con las letras OZ aún difusamente visibles, como los viejos recuerdos. El resto de la pintura había desaparecido y el nombre verdadero del barco era nuevamente visible allí donde la última capa había saltado. El blanco de las barandillas y columnatas había padecido más que ningún otro y era allí donde el barco parecía más gris. Aquí y allá, Marsh vio manchas de verdín atacando a la madera, en proceso de extensión. Al observar el estado del barco, Marsh se puso a temblar. Vio la humedad, el calor y el deterioro, y notó algo en los ojos. Se los frotó, lleno de rabia. Dada la inclinación, las chimeneas parecían curvadas. El musgo cubría uno de los costados de la cabina del piloto y caía por el mástil. Los cabos que unían la cabina con la toldilla por el costado de babor hacía mucho que se habían roto y la toldilla había caído sobre el castillo de proa. Su gran escalera, aquella gran extensión curva de maderas pulidas, estaba resbaladiza por los hongos. Aquí y allá, Marsh vio flores salvajes que habían crecido entre las grietas producidas en el piso de las cubiertas.

—¡Maldita sea! —exclamó—. Maldita sea, Joshua, ¿cómo diablos pudo permitir que se degradara hasta este extremo? ¿Cómo diablos…?

Sin embargo, en ese instante su voz se quebró y le traicionó, y Abner Marsh descubrió que no tenía palabras para expresarse. Joshua posó suavemente su mano en el hombro de su antiguo socio.

—Lo siento, Abner —le dijo—. Lo intenté, pero…

—Sí, ya sé —dijo Marsh, soltando una maldición—. Fue él, Julian, quien lo hizo. Fue él quien lo dejo pudrirse, como todo lo que toca. Sí, ya sé quién fue, naturalmente. Lo que no sé es por qué diablos me ha mentido usted, Joshua York. Todo ese lío del Natchez y el Robert E. Lee. Diablos, el Sueño del Fevre nunca más volverá a ganarle a nadie. Ni siquiera volverá a moverse —tenía el rostro encendido como una remolacha y el tono de su voz empezaba a elevarse—. ¡Maldita sea, si lo único que va a hacer ese barco es quedarse así y pudrirse, y usted lo sabía!

Se detuvo de repente, antes de ponerse a gritar y despertar a todos aquellos malditos vampiros.

—Lo sabía —admitió Joshua York, con una expresión de pena en los ojos. El sol de la mañana brillaba ya a sus espaldas y le daba palidez y debilidad—, pero lo necesitaba, Abner. No todo fue mentira. Julian sí proyectó el plan de que le hablaba, pero Billy le hizo ver el mal estado del barco y le quitó la idea de la cabeza. El resto de lo que le dije era verdad.

—¿Cómo diablos quiere que le crea? —preguntó Marsh con voz cansada—. Después de todo lo que hemos pasado juntos, aún me miente. Maldita sea, Joshua, es usted mi condenado socio, ¡y aún así me miente!

—Abner, escúcheme, por favor. Déjeme explicarle —se llevó una mano a la frente y parpadeó.

—Adelante —dijo Marsh—. Adelante, explíquese. Le escucho, maldita sea.

—Le necesitaba a usted. Sabía que no tenía modo de vencer a Julian yo solo. Los demás… incluso los que están de mi parte, no pueden estar ante él, ante sus ojos… Puede obligarlos a hacer lo que le venga en gana. Usted era mi única esperanza, Abner. Usted y los hombres que creía traería consigo. Resulta dolorosamente irónico. Nosotros, los de la noche, hemos utilizado como ganado a la gente del día durante miles de años, y ahora debo acudir a ella para salvar a mi raza. Julian nos destruirá, Abner. El sueño que usted tenía puede haberse podrido, pero el mío aún sobrevive. Yo le ayudé una vez, pues sin mí no hubiera podido construir nunca un barco como ése. Ayúdeme usted ahora.

—Si me lo hubiera pedido —dijo Marsh—. Si me hubiera contado la maldita verdad…

—No sabía si accedería a venir para salvar a los míos. En cambio, sabía que vendría a rescatar el barco.

—Yo hubiera venido por usted, ¡maldita sea! Somos socios, ¿no es verdad? Dígame, ¿no es verdad?

Joshua York se quedó mirándolo con una expresión de tranquila gravedad, antes de contestar.

—Sí —dijo al fin.

Marsh echó una nueva mirada a lo que había sido su mayor orgullo y vio que un maldito pájaro había construido su nido en una de las chimeneas. Otros pájaros se despertaban y saltaban de una rama a otra con unos cantos que irritaron tremendamente a Abner. El sol de la mañana caía sobre el vapor en brillantes rayos amarillos, filtrados entre los árboles y llenos de motas de polvo. Las últimas sombras se retiraban ya bajo los matorrales y la maleza.

—¿Por qué precisamente ahora?—preguntó Abner a York, frunciendo el ceño una vez más—. Si no se trataba del Natchez y el Robert E. Lee, ¿de qué se trataba? ¿Cuál es la diferencia que hay ahora respecto a los trece años transcurridos? ¿Por qué de repente huye de aquí y empieza a escribirme cartas?

—Cynthia está embarazada —dijo Joshua—. De mí.

Abner recordó lo que York le había contado tiempo atrás.

—¿Qué hicieron? ¿Mataron juntos a alguien?

—No. Por primera vez en nuestra historia, la concepción se vio libre del impulso de la sed roja. Cynthia había utilizado mi pócima durante años y se volvió… sexualmente receptiva… incluso sin sangre, sin la fiebre. Y yo pude responder. Fue un impulso poderoso, Abner. Igual de poderoso que la sed, pero distinto, más limpio. Una sed de vida, en lugar de una sed de muerte. Y Cynthia morirá cuando llegue el momento del parto, a menos que los humanos le ayuden. Julian nunca permitiría tal cosa, y yo tengo que pensar en el niño. No quiero que viva corrompido, esclavizado por Damon Julian. Quiero que este nacimiento sea un nuevo principio para mi raza. Por eso tuve que ponerme en movimiento.

Un maldito bebé vampiro, pensó Marsh. Iba a enfrentarse a Damon Julian por un niño que podía convertirse, cuando creciera, en lo mismo que era Damon Julian. Pero quizá no. Quizá creciera para convertirse en un nuevo Joshua.

—Si quiere que hagamos algo —murmuró al fin—, ¿por qué diablos no entramos ahí de una vez, en lugar de quedarnos aquí charlando?

Al tiempo que hablaba, levantó el cañón de su arma en dirección al enorme vapor medio destrozado. Joshua York sonrió.

—Lamento haberle engañado —dijo—. Abner, no hay otro como usted. Tiene todo mi agradecimiento.

—No se preocupe por eso ahora —gruñó Marsh, azorado por la muestra de gratitud de Joshua.

Salió de detrás de las sombras de los árboles y se encaminó al Sueño del Fevre y a las grandes tinajas de índigo, podridas y cubiertas de añil, que se alzaban tras el barco. Cuando llegó a las proximidades del agua, el fango se adhirió a sus botas y emitió sonidos obscenos al despegar éstas del suelo. Marsh se aseguró una vez más de que el arma estuviera cargada. Después, descubrió una vieja plataforma carcomida por el tiempo que flotaba en aguas poco profundas y tranquilas, la colocó contra el costado del casco y subió a la cubierta principal. Joshua York, con sus movimientos rápidos y silenciosos, subió detrás de él.

La gran escalinata se abría ante ellos, en dirección a la oscuridad de la cubierta de calderas y de los camarotes cubiertos de cortinajes donde dormían sus enemigos, más allá del inmenso salón donde resonaba el eco. Marsh no subió inmediatamente.