Si no le doliera tanto …Sour Billy se preguntó si a Julian también le había dolido así el día que aquel señorito de sobrecargo le había atravesado con su espada. El señor Julian le había dado una lección. Sour Billy también les dará una lección a varios. Pensó en ello un rato. Pensó en todo lo que iba a hacer. Recorrería Gallatin Street cuando le viniera en gana, y todos le tratarían con el mayor respeto, y conseguiría hermosas muchachas altas y rubias, damas criollas, en lugar de prostitutas de los salones de baile, y cuando terminara con ellas tomaría también su sangre para que nadie más pudiera poseerlas, y así no se reirían de él, no como las prostitutas que a veces se habían reído de él, durante los malos tiempos.
A Suor Billy le gustó mucho pensar en cómo iban a ir las cosas, pero al cabo de un rato —unos minutos, unas horas, ya no podía asegurarlo— le fue imposible continuar haciéndolo. En cambio, seguía pensando en el dolor, en lo mucho que le dolía cada vez que respiraba. Ya debería dolerle menos, pensaba, y sin embargo no era así. Y todavía seguía sangrando de mala manera, hasta el punto que empezaba a sentirse terriblemente mareado. Si estaba curándose, ¿cómo podía ser que aún sangrara? Sour Billy sintió miedo de repente. Quizá todavía no había llegado suficientemente lejos. Quizá después de todo no iba a curarse, a levantarse como nuevo y a acabar con Abner Marsh. Volvió a gritar “Julian”. Gritó con todas sus fuerzas. Julian podía terminar la transformación, podía hacerle mejor y más fuerte. Si conseguía llegar hasta Julian todo iría bien. Julian le daría un poco de sangre para fortalecerle, Julian se cuidaría de él. Sour Billy estaba seguro. ¿Qué podía hacer Julian sin él? Volvió a llamarle, gritando tan fuerte que el dolor de su garganta se hizo insoportable.
Nada, silencio. Escuchó con atención para saber si se acercaba alguien, Julian o alguno de los otros acudiendo en su ayuda. Nada, salvo… Prestó más atención. Sour Billy creyó percibir voces. ¡Y una de ellas era la de Damon Julian! ¡Podía oírle! Sintió un ligero alivio.
Sólo que Julian no podía oírle a él. Y aunque hubiera podido no se atrevería a salir al sol. La idea llenó de pánico a Sour Billy. Julian sólo se acercaría cuando anocheciera. Entonces llegaría y terminaría la transformación. Pero entonces ya sería demasiado tarde.
Tendría que ir él hasta Damon Julian, decidió Sour Billy, tendido en el suelo, envuelto en su propia sangre y su dolor. Tendría que moverse hasta donde estuviera Julian, para que éste le ayudara.
Sour Billy se mordió los labios y reunió todas sus fuerzas para intentar ponerse en pie. Un alarido se escapó de su boca. El dolor que le atravesó al intentar moverse fue como un cuchillo ardiente, como una repentina y punzante agonía que le traspasaba todo el cuerpo y se llevaba de él todo pensamiento, toda esperanza y todo temor. Su cuerpo se estremeció y permaneció inmóvil, entre involuntarios quejidos. Notó que el corazón le latía salvajemente y que el dolor remitía poco a poco. Fue entonces cuando Sour Billy se dio cuenta de que no notaba las piernas. Intentó mover los dedos de los pies, pero no podía sentir ni mover nada de cintura para abajo.
Se estaba muriendo. Pensó que no era justo ahora que estaba tan cerca. Durante trece años había estado bebiendo sangre y fortaleciéndose, transformándose. Estaba a punto de conseguir la vida eterna, y ahora se la arrebataban, se la robaban, como siempre le había despojado de todo. Era una estafa. El mundo le había estafado una vez más, como los negros y las criollas y los señoritos elegantes, que siempre le mentían y se burlaban de él. Y ahora le estaban quitando la vida, la venganza, todo…
Tenía que llegar hasta Julian. Si él conseguía completar su transformación, las cosas se arreglarían. De lo contrario, él moriría allí y todos se reirían de él y dirían que era un estúpido, una basura, todo lo que siempre les había oído decir y se orinarían en su tumba y se burlarían de él. Tenía que llegar hasta el señor Julian. Y después sería él quién se reiría, vaya si se reiría.
Sour Billy respiró profundamente. Notaba el cuchillo, aún en su mano. Movió el brazo y tomó el filo entre los dientes, temblando. ¡Ahora! Pensó que ya no le dolía tanto. Todavía le era posible mover los brazos. Extendió los dedos y trató de agarrarse a la húmeda cubierta, llena de sangre y de moho. Después, tiró de sí todo cuanto pudo con las manos y los brazos, y se esforzó en avanzar. Le ardía el pecho y la sensación lacerante le volvió a invadir la espalda. Se estremeció y sujetó el acero con fuerza entre los dientes. Se derrumbó exhausto y agónico. Sin embargo, cuando el dolor remitió un poco, Sour Billy abrió los ojos y sonrió sin dejar caer la hoja de la navaja. ¡Se había movido! Había avanzado todo un palmo. Otros cinco o seis intentos más y estaría al pie de la gran escalinata. Entonces podría asirse a los lujosos barrotes de la barandilla y los utilizaría para subirla. Pensaba que las voces provenían de allá arriba. Podría llegar hasta ellos. Sabía que podía… ¡y tenía que hacerlo!
Sour Billy Tipton alargó los brazos, clavó sus largas y duras uñas en la madera, y mordió con fuerza la navaja.
CAPITULO TREINTA Y CUATRO
Las horas pasaron en silencio, un silencio preñado de miedo.
Abner Marsh estaba sentado junto a Damon Julian, con la espalda contra el mármol negro del bar, sosteniéndose el brazo roto y sudando. Al fin Julian le haba permitido incorporarse cuando el dolor, del brazo se había hecho insoportable para Marsh, y éste empezó a gemir. En la posición actual parecía sentir menos dolor, pero sabía que la agonía volvería a comenzar en el momento en que intentara moverse. Por esta razón permanecía quieto, se sostenía el brazo, y pensaba.
Marsh no había sido nunca un gran jugador de ajedrez, como se lo había demostrado Jonathon Jeffers media docena de veces. En sesiones, incluso olvidaba de una partida a otra cómo se movían las condenadas piezas. Pero sabía lo suficiente para reconocer una posición de tablas cuando la tenía presente.
Joshua estaba sentado muy rígido en su silla. .Sus ojos parecían oscuros e insondables a aquella distancia. Su cuerpo estaba tenso. El sol le caía encima y le arrancaba la vida poco a poco, absorbiéndola con su fuerza como absorbía la niebla matutina en el río. Y seguía sin moverse, por Marsh. Porque Joshua sabía que si atacaba, Abner Marsh estaría ahogándose en su propia sangre antes de que él consiguiera acercarse siquiera a Julian. Quizá entonces consiguiera acabar con Julian, o quizá no, pero ninguna de estas posibilidades tendría importancia para Marsh.
Julian no estaba en mejores condiciones. Si mataba a Marsh, perdería su protección. Entonces Joshua quedaría libre para atacarle, y era evidente que Damon Julian sentía temor ante aquella posibilidad. Abner Marsh se daba cuenta de la magnitud de aquello. Sabía lo que representaba una derrota para un hombre, incluso para alguien como Damon Julian. Este había vencido a Joshua docenas de veces, y había bebido su sangre para sellar la sumisión. York, en cambio, sólo había triunfado una vez, pero era suficiente, Julian ya no tenía la total certeza de vencer. El temor se había instalado en su ser como los gusanos en un cadáver.