York le miró con ojos opacos y se lamió sus labios secos y partidos.
—No voy a atacarte —dijo Joshua—. Déjame matarlo. Sería hacerle un favor.
Damon Julian sonrió y movió la cabeza en señal de negativa.
—Si matas al pobre Billy —dijo—, yo tendré que matar al capitán Marsh.
La voz volvía a parecerse a la de Julian, o casi: la suave sofisticación de su voz, el tono helado de sus palabras, el aire de vaga complacencia.
Sour Billy avanzó aún un doloroso palmo más y se detuvo, con el cuerpo sacudido de temblores. Echaba sangre por la boca y por la nariz.
—Julian —susurraba.
—Tendrás que hablar más alto, Billy —dijo éste—. No conseguimos oírte muy bien.
Sour Billy se agarró a la navaja e hizo una mueca. Intentó levantar la cabeza todo lo que pudo.
—Yo… Ayúdeme… Me duele, me duele. Mucho. Dentro… dentro, señor Julian.
Damon Julian se levantó de su asiento.
—Eso ya puedo verlo, Billy. ¿Qué es lo que quieres?
Las comisuras de los labios de Sour Billy empezaron a temblar.
—Ayúdeme… —susurraba—. La transformación… Termine la transformación… Tengo que… Me estoy muriendo… Julian observaba a Billy y observaba a Joshua al mismo tiempo. Joshua todavía estaba de pie. Abner Marsh tensó los músculos y miró al fusil. Con Julian ya de pie, era imposible. No había modo de llegar a él, darle la vuelta y disparar. Pero quizá… Miró a Billy, cuya agonía casi le había hecho olvidarse de su brazo roto. Billy seguía suplicando.
—…vivir para siempre… Julian… Transfórmeme… Uno de los suyos…
—¡Ah! —contestó Julian—. Me temo que tengo malas noticias para ti, Billy. No puedo transformarte. ¿De verdad creías que una criatura como tú podría convertirse en uno de nosotros?
—…lo prometió —susurró Billy, desesperado—. Me lo prometió. ¡Estoy muriéndome!
Damon Julian sonrió.
—¿Qué podría hacer sin ti? —dijo. Se rió ligeramente, y fue entonces cuando Marsh supo a ciencia cierta que era Julian, que la bestia había dejado que aflorara nuevamente a la superficie. Era la risa de Julian, rica, musical y estúpida. Marsh escuchó la risotada y vio el rostro de Sour Billy y observó su mano que desclavaba la navaja de la madera.
—¡Al diablo contigo! —gritó Marsh a Julian, al tiempo que se lanzaba a sus pies. Julian le miró, sorprendido, Marsh se aguantó el dolor y se lanzó hacia el fusil, arrastrándose por el suelo. Julian fue cien veces más rápido que él, y Marsh fue a caer pesadamente sobre el arma y casi se desmayó del dolor pero, al mismo tiempo que sentía la dureza del cañón bajo su estómago, notó las manos blancas y frías de Julian que se cerraban alrededor de su cuello.
Y un instante después no estaban, y Damon Julian gritaba ferozmente. Abner Marsh rodó sobre sí mismo. Julian se tambaleaba hacia atrás con las manos en el rostro. La empuñadura del cuchillo de Billy sobresalía de su ojo izquierdo y la sangre corría por entre sus pálidos dedos.
—Muere, maldito —aulló Marsh mientras apretaba el gatillo. El disparo levantó del suelo a Julian. El arma dio el retroceso en el brazo herido de Marsh, que lanzó un grito. Por un instante, el dolor le cegó. Cuando remitió lo suficiente para permitirle ver otra vez, le costó incorporarse y ponerse en pie, pero lo consiguió, justo al tiempo que se producía un agudo crack, como el de una rama húmeda al quebrarse.
Joshua, que estaba inclinado sobre Billy, se incorporó con las manos llenas de sangre.
—No había esperanza para él —dijo. Marsh aspiró aire a grandes bocanadas, con el corazón latiéndole aceleradamente.
—Lo hicimos, Joshua —dijo—. Acabamos con esos malditos…
Alguien se rió.
Marsh se volvió.
Julian sonreía. No estaba muerto. Había perdido un ojo, pero la navaja no había profundizado lo suficiente y no le había tocado el cerebro. Estaba ciego a medias, pero no muerto. Marsh advirtió su error demasiado tarde. Le había disparado a Julian en el pecho, en el maldito pecho, cuando tenía que haberle volado la cabeza. Había malgastado el disparo al apuntar a lo más fácil. La camisa de dormir de Julian colgaba de sus hombros convertida en sangrientos jirones, pero no estaba muerto.
—No soy tan fácil de matar como el pobre Billy —dijo—. Ni como vas a serlo tú.
Se adelantó hacia Marsh con la lánguida lentitud de lo inevitable.
Marsh intentó sostener el fusil con el brazo inútil mientras extraía del bolsillo dos balas más. Colocó el arma bajo el brazo y contra el cuerpo mientras retrocedía pero el dolor no le permitió más. Se le abrieron los dedos y una de las balas cayó al suelo. Marsh se apoyó con la espalda contra una columna. Damon Julian se echó a reír.
—No —dijo entonces Joshua York. Se interpuso entre ambos, con el rostro en carne viva—. Lo prohíbo. Soy el rnaestro de sangre. Detente, Julian.
—¡Ah! —contestó Julian—. ¿Otra vez, Joshua? Otra vez, pues. Pero ésta será la última. Incluso Billy ha aprendido cuál era su auténtica naturaleza. Es hora de que tú lo aprendas también, querido Joshua.
Su ojo izquierdo estaba cubierto de sangre medio coagulada, y el derecho parecía un inmenso abismo negro.
Joshua se quedó inmóvil.
—No puede vencerle —gritó Abner a Joshua—. Joshua, no lo haga, es la maldita bestia.
Pero Joshua no escuchaba nada. El fusil cayó del brazo herido de Marsh al suelo. Se agachó, lo asió con la mano sana, lo colocó sobre la mesa que tenía más próxima y empezó a cargarla. Con una sola mano, resultaba un trabajo lento. Sus dedos eran gruesos y poco hábiles. La bala seguía sin querer entrar. Por fin, consiguió introducirla, armó el fusil y lo alzó a duras penas bajo el brazo bueno.
Joshua se había dado la vuelta lentamente, como hiciera el Sueño del Fevre aquella noche en que había hecho frente al Eli Reynolds que le perseguía. Dio un paso hacia Abner Marsh.
—Joshua, no —gritó Abner—. Apártese.—Joshua se acercó aún más. Estaba temblando, luchando contra algo—. Apártese le digo —le conmigó Marsh—, déjeme disparar.
Joshua no pareció escucharle. Tenía una mirada completamente muerta. Ahora pertenecía a la bestia, y llevaba levantadas hacia él sus poderosas manos.
—Diablos —musitó Marsh—. Diablos. Joshua, tengo que hacerlo. Ya había contado con esto, y es la única solución.
Joshua asió a Abner Marsh por el cuello con sus ojos grises muy abiertos, con expresión demoníaca. Marsh llevó el fusil bajo el sobaco de Joshua y apretó el gatillo. Hubo una explosión terrible acompañada del olor a humo y a sangre. York saltó hacia atrás y cayó pesadamente, gritando de dolor, mientras Marsh se separaba de él.
Damon Julian sonreía sardónicamente y se movió como una serpiente de cascabel, arrancándole a Marsh de las manos el fusil humeante que sostenía.
—Y ahora sólo quedamos nosotros dos —decía—. Sólo usted y yo, capitán.
Todavía sonreía cuando Joshua emitió un ruido, medio grito medio aullido, y se lanzó sobre Julian por la espalda. Julian gritó de sorpresa. Ambos rodaron uno sobre otro, asiéndose mutuamente con ferocidad hasta que chocaron contra la barra y se separaron. Damon Julian fue el primero en ponerse en pie, y Joshua lo hizo poco después. El hombro de Joshua era un guiñapo sanguinolento y le colgaba el brazo a un costado sin ningún movimiento, pero en sus ojos grises apenas abiertos, a través de la pantalla de dolor y de sangre, Abner Marsh pudo sentir la ira de la bestia enfebrecida. York padecía un terrible dolor, y el dolor podía provocar la fiebre, la sed roja.
Joshua avanzó lentamente y Julian retrocedió con una sonrisa.
—No he sido yo, Joshua —dijo—. Ha sido el capitán quien te ha herido. El capitán.