Joshua le observó. Marsh le sostuvo la mirada unos segundos, pero había en los ojos de York algo que parecía salir de ellos y tocarle. De repente, sin proponérselo, tuvo que apartar la mirada. Joshua plegó el mapa del río.
—No creo que sea aconsejable —dijo—, pero pensaré en ello. Perdóneme, tengo asuntos que solucionar —añadió, al tiempo que se levantaba y abandonaba la mesa.
Marsh miró cómo se alejaba, sin saber muy bien qué acababa de suceder entre York y él. Por último, murmuró un “a la mierda, pues”, y volcó de nuevo su atención en el filete.
Horas después, Abner Marsh tuvo una visita.
Estaba ya en su camarote, intentando dormir. El suave golpeteo en la puerta lo despertó como si se hubiera tratado de un trueno, y Marsh descubrió que el corazón le latía apresuradamente. Por alguna razón, sentía miedo. El camarote estaba totalmente a oscuras.
—¡Maldita sea! ¿Quién es?—exclamó.
—Sólo Toby, capitán —respondió el visitante con apenas un susurro.
Los temores de Abner Marsh se fundieron rápidamente, y le parecieron casi estúpidos. Toby Landyard era el espíritu más pacífico que nunca había pisado un barco, y también uno de los más sumisos.
—Entra —dijo Marsh, al tiempo que encendía la lámpara de la mesilla de noche antes de que la puerta se abriera.
Fuera habían dos hombres. Toby tenía unos sesenta años y era calvo, salvo una franja de cabello gris plateado alrededor del cráneo negro, y el rostro gastado y arrugado y negro como un par de viejas y cómodas botas. Junto a él estaba otro negro más joven, un hombre bajo y robusto vestido con un traje bastante caro. A la luz mortecina de la lámpara, pasó un momento antes de que Marsh le reconociera como Jebediah Freeman, el barbero que habían contratado en Louisville.
—Capitán —dijo Toby—, queremos hablar con usted en privado, si no le importa.
Marsh les hizo un gesto para que pasaran.
—¿Qué significa todo esto, Toby? —preguntó, mientras cerraba la puerta.
—Somos una especie de representantes o portavoces —dijo el cocinero—. Usted hace mucho tiempo que me conoce capitán, y sabe que no le mentiría.
—Claro que lo sé —contestó Marsh.
—Y tampoco le abandonaría. Usted me concedió la libertad y todo lo que tengo, sólo por haber cocinado para usted. Pero algunos de los otros negros, los mozos y marineros, no quieren hacernos caso a Jebediah y a mí cuando les contamos lo buen hombre que es usted. Tienen miedo, y están a punto de huir del barco. El camarero que les sirvió la cena los escuchó a usted y al capitán York hablando de que pensaban dirigirse a ese sitio, Cypress Landing, y ahora todos los negros lo comentan.
—¿Cómo? —exclamó Marsh—. Ninguno de vosotros dos ha estado nunca allí. ¿Qué significa para vosotros Cypress Landing?
—Nada en absoluto —dijo Jeb—, pero algunos de esos otros negros han oído hablar del lugar. Hay historias sobre la plantación, capitán. Historias tétricas. Todos los negros evitan pasar por allí, por las cosas que suceden, cosas terribles, capitán. Terribles.
—Y por eso venimos a pedirle que no bajemos hasta allí, capitán —dijo Toby—. Y usted ya sabe que nunca hasta ahora le había pedido nada.
—Ni un cocinero ni un barbero van a decirme dónde llevar o no mi barco —respondió con gesto serio Abner Marsh. Sin embargo, observó el rostro de Toby y dulcificó su semblante—. No va a suceder nada —les prometió—, pero si vosotros dos queréis aguardar aquí en Nueva Orleans, quedaros. Para un viaje tan corto como este no necesitamos cocinero ni barbero.
Toby parecía aliviado, pero aún insistió:
—Sin embargo, los fogoneros…
—A esos sí que los necesito.
—Pues no van a quedarse en el barco, capitán. Se lo aseguro.
—Supongo que Hairy Mike tendrá un par de cosas que decir al respecto.
Jeb movió la cabeza en señal de negativa.
—Esos negros le tienen miedo a Hairy Mike, desde luego, pero aún le tienen más a ese lugar al que pretende conducirnos. Se escaparán, puede estar seguro de ello.
Marsh soltó un juramento.
—Malditos estúpidos —añadió—. Bien, sin fogoneros no podemos conseguir el vapor necesario, pero es Joshua quien quería hacer este viaje, no yo. Dadme unos momentos para vestirme, muchachos, y todos juntos buscaremos al capitán York para charlar con él de este asunto.
Los dos negros se intercambiaron una mirada dubitativa, pero no dijeron nada.
Joshua York no estaba solo. Cuando el capitán Marsh llegó frente a la puerta del camarote de su socio, escuchó la voz de éste, alta y rítmica, procedente del interior. Marsh dudó un instante y luego emitió un gruñido al advertir que Joshua estaba leyendo poemas. Y además en voz alta. Llamó a la puerta con el bastón y York interrumpió la lectura para invitarlos a pasar.
Joshua estaba tranquilamente sentado con un libro en el regazo, un largo y pálido dedo señalando el punto donde se había detenido y un vaso de vino sobre la mesa que tenía al lado. En el otro sillón estaba Valerie, quien alzó la mirada hacia Marsh y la retiró rápidamente; le había estado evitando desde aquella noche en la cubierta, y a Marsh le resultó sencillo hacer que no la veía.
—Háblale, Toby —dijo Abner.
Toby parecía tener muchas más dificultades para encontrar las palabras de las que había tenido con Marsh, pero finalmente pudo exponerlo todo. Cuando hubo terminado, se quedó quieto, con los ojos fijos en el suelo y dando vueltas entre las manos a su vieja gorra desgastada. Joshua York mostraba una extraña sonrisa.
—¿Y de qué tienen miedo los hombres?—preguntó con un tono frío y cortés.
—De ir allí, señor.
—Dales mi palabra de que yo los protegeré.
Toby le hizo un gesto de negativa con la cabeza.
—Capitán York, no lo tome como una falta de respeto, pero esos negros también tienen miedo de usted, especialmente ahora que quiere llevarnos a todos allí.
—Creen que usted también es uno de esos —añadió Jeb—. Usted y sus amigos, que intentan atraernos allá abajo donde están los demás, como ha venido pasando estos años. Los relatos sobre esos… tipos dicen que nunca salen de día, y usted hace exactamente eso, capitán, exactamente, eso. Naturalmente, Toby y yo sabemos que no es cierto, pero los demás no nos hacen caso.
—Decidles que les doblaré el sueldo durante el tiempo que estemos en la ensenada —intervino Marsh.
Toby no levantó la mirada, pero negó con la cabeza.
—No les preocupa el dinero. No quieren ir, y antes abandonarán el barco.
Abner Marsh soltó otro juramento.
—Joshua, si ni el dinero ni Hairy Mike consiguen convencerles, no va a haber manera. Tendremos que despedirlos y conseguir unos cuantos estibadores y fogoneros más, pero eso nos llevará algún tiempo.
Valerie se inclinó hacia adelante y posó la mano en el brazo de York.
—Por favorf Joshua —le dijo suavemente—. Escúchalos. Es una señal. No deberíamos ir. Regresemos a San Luis. Prometiste que me enseñarías San Luis.
—Y así lo haré —dijo Joshua—, pero no antes de que resuelva mis asuntos —añadió observando a Toby y Jeb con el ceño fruncido—. Podría llegar fácilmente a Cypress Landing por tierra. Sin duda, sería el modo más rápido y sencillo de conseguir mi objetivo, pero no me satisface, caballeros. Este barco, ¿es mío o no? Y yo, ¿soy el capitán o no? No puedo consentir que mi tripulación desconfíe de mí. No quiero que mis hombres me tengan miedo.
Dejó caer el libro de poemas sobre la mesa con un sonoro estampido, expresando claramente su frustración.
—¿He hecho algo que os haya perjudicado, Toby? —le preguntó al cocinero—. ¿He tratado mal a alguno de los vuestros? ¿He hecho algo para ganarme tanta desconfianza?