“Entonces, llegó a nuestro mundo procedente del sur vuestra raza. El pueblo del día, tan parecido a nosotros y tan diferente. El pueblo del día era débil. Nosotros matábamos a su gente con facilidad y disfrutábamos con ello pues nos parecíais hermosos y mi pueblo siempre se ha sentido atraído por la belleza. Quizá era su semejanza con nosotros lo que nos atraía tanto. Durante siglos, los humanos fueron simplemente nuestras presas favoritas.
“Pero con el tiempo se produjeron cambios. Mi raza es muy longeva, pero escasa en número. El impulso reproductor está curiosamente ausente de nosotros, mientras que en los humanos actúa con la misma furia irracional que la sed roja lo hace en nosotros. Cuando le pregunté por mi madre, Simon me contó que los varones de mi raza sólo sienten deseo cuando la mujer está totalmente excitada, y eso sucede muy pocas veces, casi únicamente cuando el varón y la mujer han compartido una muerte. Incluso entonces, la mujer rara vez es fértil, circunstancia que les alegra pues la concepción suele representar la muerte de nuestras hembras. Según me contó Simon, yo maté a mi madre al nacer, pues desgarré sus órganos internos en mi lucha por venir al mundo produciéndole tales heridas que ni siquiera sus poderes de recuperación pudieron salvarla. Y así es como entra en el mundo la mayor parte de los miembros de nuestra raza. Empezamos nuestras vidas entre la sangre y la muerte, e igual las vivimos.
“Hay en ello un cierto equilibrio. Dios, si cree en su existencia, o la Naturaleza, si no se cree, da y toma a la vez. Nosotros podemos vivir más de mil años. Si fuéramos tan fértiles como los humanos, pronto llenaríamos el mundo. Su raza, Abner, se reproduce una y otra vez, aumentando de número como las moscas, pero también muere como las moscas, a causa de pequeñas heridas y enfermedades que no constituyen para mi raza más que una pequeña molestia.
“No es de extrañar, pues, que al principio nos preocupáramos poco de ustedes. Pero ustedes crecieron, y construyeron ciudades y aprendieron. Tenían cerebros como los nuestros, pero nosotros nunca habíamos tenido necesidad de usarlos, tal era nuestra fuerza. Su raza, Abner, trajo al mundo el fuego, los ejércitos, los arcos y lanzas y el vestir, el arte, la escritura y el lenguaje. La civilización, en suma. Y, una vez civilizados, los hombres dejaron de ser presa fácil. Nos perseguían, nos mataban a base de llamas y estacas, merodeaban por nuestras cavernas cada día. Nuestro número, que nunca había sido elevado, se reducía lenta y continuamente. Luchábamos contra ustedes y morimos, o huimos, pero dondequiera que fuimos su gente siempre nos siguió. Al final, hicimos lo que nos forzaron a hacer: Aprendimos de ustedes.
“Vestidos y fuego, armas y lenguaje, todo. Nunca tuvimos nada propiamente nuestro, ya ve. Nos apropiamos de lo suyo. También nos organizamos, empezamos a pensar y a planear, y por último nos integramos perfectamente con su pueblo, viviendo a la sombra del mundo construido por ustedes, haciéndonos pasar por humanos, matando de noche para calmar nuestra sed con sangre humana y escondiéndonos durante el día por temor a ustedes y su posible venganza. Tal es la historia de mi raza, el pueblo de la noche, a lo largo de los siglos.
“Este relato lo escuché de labios de Simon, tal y como a él se lo habían contado otros, que ya están muertos y olvidados. Simon era el más anciano del grupo que había encontrado, y afirmaba tener casi seiscientos años.
“También escuché otras cosas. Relatos que se remontaban a tiempos anteriores a nuestra tradición oral hasta nuestros primero orígenes, en el mismo amanecer del tiempo. Incluso alli yo vi la mano de su pueblo, pues nuestros mitos estaban extraídos de la Biblia cristiana. Brown, que en cierta época se había hecho pasar por sacerdote, me leyó pasajes del Génesis, sobre Adán y Eva y sus descendientes, Caín y Abel, que eran los primeros y únicos hombres. Sin embargo, cuando Caín mató a Abel, fue enviado al exilio y allí tomó una mujer de la tierra de Nod. ¿De dónde venía esa mujer, si Adán y sus hijos eran los únicos humanos del mundo? El Génesis no lo explica, pero Brown tenía una teoría; Nod era la tierra de la noche y la oscuridad, según él, y aquella mujer era la madre de nuestra raza. Por tanto somos nosotros los descendientes de Caín y no los negros, como creen algunos blancos. Caín mató a su hermano y se ocultó, y así nosotros tenemos que matar a nuestros primos lejanos y escondernos cuando se alza el sol, pues el sol es el rostro de Dios. Conservamos nuestra longevidad, característica de los humanos de los primeros tiempos, según se recoge en la Biblia; sin embargo, nuestras vidas están malditas y deben transcurrir en el temor y la oscuridad. Muchos de mi raza han seguido creyendo en Dios, según me han dicho. Otros se han adherido a diversos mitos, e incluso los hay que han aceptado los cuentos sobre vampiros tal como les han llegado, asumiendo la creencia de que eran representantes indestructibles del mal.
“He escuchado las historias de antecesores nuestros desaparecidos hace mucho, los relatos de luchas y persecuciones, y de nuestras migraciones. Smith me contó una gran batalla sostenida en las desoladas orillas del Báltico hace más de mil años, cuando unos centenares de miembros de mi raza descendieron una noche sobre una horda de miles de hombres, de modo que cuando amaneció el campo era un erial de cadáveres y sangre. La descripción me hizo recordar el “Senaquerib” de Byron. Simon me habló de la antigua y espléndida Bizancio, donde muchos de nuestra raza habían vivido prósperamente durante siglos, invisibles en la gran metrópolis, hasta que irrumpieron los cruzados, arrasando y destruyendo y llevando a muchos de los nuestros a la hoguera. Aquellos invasores aborrecían la cruz bizantina, y sospecho que quizá esa era la verdad que se oculta tras la leyenda de que mi raza teme y aborrece el símbolo cristiano. También escuché de los labios de mis compañeros la leyenda de una ciudad que habíamos construido nosotros, la gran ciudad de la noche, hecha de hierro y mármol negro en unas oscuras cavernas en el corazón de Asia, junto a las orillas de un río subterráneo y de un mar que nunca ha alcanzado el sol. Mucho antes que Roma o incluso que Ur, nuestra ciudad había sido magnífica, según decían, en flagrante contradicción con la historia que me habían contado anteriormente según la cual corríamos desnudos por los bosques invernales, a la luz de la luna. Según la leyenda, habríamos sido expulsados de nuestra ciudad por algún delito cometido, y desde entonces habríamos vagado perdidos y olvidados durante miles de años. Sin embargo, nuestra ciudad existía todavía y algún día nacería de nuestra gente un rey, un maestro de sangre mayor que los que habían existido, un rey que reuniría a nuestro pueblo desperdigado y lo guiaría de nuevo a la ciudad de la noche, junto a su mar sin sol.
“Abner, de todo cuanto escuché y aprendí, esa leyenda fue lo que más me afectó. Dudo de que exista una ciudad subterránea como la mencionada, dudo de que haya existido nunca, pero la misma existencia de la leyenda me demostraba que mi pueblo no eran los vampiros vacíos y diabólicos de las leyendas humanas. No teníamos arte, ni literatura, ni siquiera una lengua propia, pero el relato sobre la ciudad demostraba que teníamos capacidad de soñar, de imaginar.
“Nunca habíamos construido, nunca habíamos creado, sólo habíamos robado las ropas humanas, vivíamos en las ciudades y nos alimentábamos de la vida, la vitalidad y la misma sangre de los hombres; sin embargo, si se nos concedía la oportunidad, podíamos crear. Poseíamos el impulso interior de susurrarnos historias sobre nuestras propias ciudades. La sed roja había sido una maldición, había convertido en enemigos a su raza y la mía, Abner, había sustraído a mi pueblo toda noble aspiración. Era, realmente, la marca de Caín.