“El resto es ya fácil de deducir. Vinimos nosotros. Tenía la certeza de que los encontraría. Calculé que con un vapor podría disfrutar del lujo al que estaba acostumbrado, y de la movilidad y libertad de acción que precisaba para mi búsqueda. El río estaba lleno de excéntricos, y algunos más pasarían desapercibidos. Y si se extendían rumores sobre nuestro fabuloso barco y el extraño capitán que sólo aparecía de noche en el recorrido por el río, tanto mejor. Aquellos rumores acabarían por llegar a los oídos adecuados, y mi gente acudiría a mi como hiciera Simon tantos años antes. Así pues hice algunas averiguaciones y, una noche, nos conocimos en San Luis.
“Ya sabe el resto, supongo, o puede adivinarlo. Sin embargo, déjeme añadir una cosa. En New Albany, cuando me mostró el vapor, no fingí en absoluto la satisfacción que sentía. El Sueño del Fevre es hermoso, Abner, y así es como yo lo quería. Por primera vez, el mundo cuenta con una cosa bella gracias a nosotros. Es un nuevo comienzo. El nombre me daba un poco de miedo, pues entre mi raza la palabra fiebre es un sinónimo de la sed roja. Sin embargo, Simon me apuntó que un nombre así atraería también la atención de cualquiera de nuestra raza que lo escuchara.
“Esa es mi historia, casi completa en los detalles. Esta es la verdad, que tanto había insistido en conocer, Abner. Usted, a su manera, ha sido honrado conmigo y le creo cuando afirma que no es supersticioso. Si mis sueños llegan a convertirse en realidad, vendrá un tiempo en que el día y la noche puedan darse la mano a través del crepúsculo de mentiras y temores que existen entre nosotros. Llegará el momento en que habrá que correr el riesgo. Por ahora, dejémoslo así. Mis sueños y los de usted, nuestro vapor, el futuro de mi pueblo y del suyo, los vampiros y el ganado… Lo dejo todo a su buen criterio, Abner. ¿Qué sucederá? ¿Vencerá la confianza o el temor? ¿La sangre o el buen vino? ¿Seremos amigos o enemigos?
CAPITULO QUINCE
En el pesado silencio que siguió al relato de Joshua, Abner Marsh pudo escuchar su propia respiración y el latido de su corazón afanándose en su pecho. Parecía que Joshua había estado hablando durante horas, pero en el negro silencio de la cabina no había modo de estar seguro. Fuera, quizá la noche estaba volviéndose ya claridad. Toby estaria preparando el desayuno, los pasajeros de camarote dando el paseo matutino por la cubierta de calderas y el embarcadero rebosante de actividad. Sin embargo, dentro del camarote de Joshua York, la noche se prolongaba indefinidamente, eternamente. Las palabras del maldito poema volvieron a su mente, y Abner Marsh se oyó a si mismo diciendo:
—“La mañana llegó y se fue y regresó otra vez, pero no trajo el día…”
—“Oscuridad” —respondió Joshua, en voz baja.
—Y usted ha vivido toda su vida en ella —dijo Marsh—. Ninguna mañana, nunca. Dios mío, Joshua, ¿cómo ha podido resistirlo?
York no respondió.
—Parece razonable —prosiguió Marsh—. Es la historia más desquiciada que he escuchado nunca, pero maldita sea si no le creo.
—Esperaba que así fuera. ¿Y ahora qué, Abner?
Aquello era lo más complicado, pensó Abner Marsh.
—No sé —dijo con franqueza—. Con toda esa gente que ha matado y, pese a ello, siento por usted una especie de lástima… No sé si debería sentirla. Quizá debería intentar matarle. Quizá sea la única cosa cristiana que deba hacer. O quizá deba intentar ayudarle —resopló, indeciso ante el dilema—. Creo que lo mejor será que le siga escuchando un poco más, y aguarde a que se me aclaren las ideas. Porque se ha dejado algo en el tintero, Joshua… Algo que hizo usted…
—¿Si?—le incitó York.
—Eso de Nueva Madrid —dijo Marsh con firmeza.
—Mis manos manchadas de sangre —comentó Joshua—. ¿Qué puedo decir, Abner? En efecto, tomé una vida en Nueva Madrid, pero no es lo que sospecha.
—Entonces, dígame cómo fue. Adelante.
—Simon me contó muchas cosas acerca de la historia de nuestro pueblo: nuestros secretos, nuestras costumbres, nuestros modos. Algo de lo que me contó me resultó muy perturbador, Abner. El mundo que los humanos han construido es un mundo diurno, nada fácil para nosotros. A veces, para facilitar las cosas, uno de nosotros recurre a un humano. Podemos utilizar el poder de nuestra mirada y nuestra voz. Podemos usar nuestra fuerza, nuestra vitalidad, la promesa de vida sin fin. Podemos usar las leyendas que su pueblo ha erigido en nuestro entorno, para conseguir nuestros propósitos. Con mentiras, promesas y amenazas, llegamos a poseer esclavos humanos. Tales criaturas nos pueden resultar muy útiles. Nos protegen durante el día, acuden donde nosotros no podemos ir y se mueven entre los hombres sin levantar sospechas.
“En Nueva Madrid se había producido un asesinato, en el mismo puesto de leña donde nos detuvimos. Por lo que había leído en los periódicos, tenía grandes esperanzas de encontrar a uno de mi raza. En cambio, encontré un… llámele como quiera, esclavo, animal de compañía, socio… En definitiva, un siervo. Era un anciano mulato, calvo, lleno de arrugas y horrible, con un ojo blanco lechoso y el rostro terriblemente marcado por las llamas. Por fuera, no era nada agradable de ver y por dentro… Por dentro era un tipo horroroso, corrupto. Cuando llegué hasta él, se puso a la defensiva blandiendo un hacha y me miró a los ojos. Y me reconoció, Abner. Supo al instante lo que era yo. Y cayó de rodillas, llorando y balbuceando, adorándome, haciéndome fiestas como los perros y rogándome que cumpliera la promesa. “La promesa”, repetía continuamente, “la promesa, la promesa”.
Al final le ordené que se callara, y obedeció. Al instante.
Encogido de miedo. Había aprendido a atender las palabras de un maestro de sangre, ¿comprende? Le pedí que me explicara la historia de su vida, con la esperanza de que me condujera a los míos.
“Era una historia tan triste como la mia. Nació como negro emancipado en un lugar llamado El Pantano, que me parece es un barrio conocido de Nueva Orleans. Fue alcahuete, ratero y corta gargantas, y se dedicó a asaltar a los marineros de paso por la ciudad. Antes de cumplir diez años ya había matado a dos hombres. Después estuvo al servicio de Vincent Gambi, el más sanguinario de los piratas de Barataria, convirtiéndose en capataz de los esclavos que Gambi robaba a los traficantes españoles para venderlos en Nueva Orleans. Además, era también un hombre de vudú. Y nos había servido.
“Me habló de su maestro de sangre, el hombre que lo tomó como siervo, que se rió de su vudú y le prometió enseñarle una magia más grande y más poderosa. Sírveme, le había prometido el maestro de sangre, y te haré uno de los nuestros. Tus cicatrices desaparecerán, tu ojo volverá a ver, beberás sangre y vivirás para siempre, sin envejecer nunca.
Y el mulato había acudido. Durante treinta años, hizo todo lo que se le ordenó, y vivió con la esperanza depositada en la promesa. Mató por la promesa y aprendió a comer carne caliente y a beber sangre.
“Hasta que al fin su maestro de sangre encontró a alguien mejor. El mulato, ahora viejo y enfermo, se convertía en un estorbo. Su utilidada había pasado, y por tanto fue apartado. Matarle hubiera sido un acto de piedad, pero en lugar de eso fue enviado lejos, rio arriba, para que sobreviviera por su cuenta. El esclavo no se lanza contra su maestro de sangre, ni aunque sepa que las promesas sólo han sido mentiras, y así el mulato había vagado a pie, viviendo de robos y asesinatos, desplazándose lentamente río arriba. A veces, ganaba dinero honrado trabajando como cazador de esclavos o como jornalero, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba refugiado en los bosques, como un recluso, saliendo sólo de noche. Cuando se atrevía, devoraba la carne y bebía la sangre de sus víctimas, convencido todavía de que le ayudarían a recuperar la salud y la juventud. Según me dijo, llevaba un año viviendo en los alrededores de Nueva Madrid y solía cortar leña para el encargado del puesto, que era demasiado anciano y débil para hacerlo por sí mismo. El mulato sabía que rara vez alguien visitaba el puesto de leña, así que… Bien, ya sabe usted el resto.