—Igual que usted —contestó Joshua con voz cargada de amenazas—. ¿De qué otro modo llamaría usted al dominio que ejerce sobre su propio pueblo? Usted, Julian, hace esclavos de su torcida voluntad hasta a aquellos a quienes hace un momento llamaba amos.
—Incluso entre nosotros los hay fuertes y los hay débiles, querido Joshua —dijo Damon Julian—. Y está bien que los fuertes dominen.
Julian dejó su copa sobre la mesa y miró hacia el otro extremo.
—Kurt —dijo entonces—. Llama a Billy.
—Sí, Damon —dijo el hombretón al tiempo que se levantaba.
—¿Dónde va? —preguntó Joshua mientras Kurt cruzaba el salón, reflejando su caminar resuelto en una docena de espejos.
—Ya ha jugado usted lo suficiente a ser ganado, Joshua —dijo Julian—. Voy a enseñarle lo que significa ser un amo. Abner Marsh se sintió helado y temeroso. Todos los ojos del salón estaban brillantes, transfigurados, pendientes del drama que se representaba en la cabecera de la mesa. Joshua York, de pie, parecía elevarse sobre el sentado Julian, pero por alguna razón no daba impresión de dominio. Los ojos grises de Joshua miraban con toda la fuerza y pasión que puede demostrar un hombre pero, pensó Marsh, Damon Julian no era en absoluto humano.
Kurt regresó en un instante. Sour Billy debía estar junto a la puerta, como un esclavo a la espera de una palabra de su amo. Kurt se sentó de nuevo en su lugar. Sour Billy Tipton se encaminó directamente a la cabecera de la mesa llevando algo entre las manos y con una extraña mirada de excitación.
Damon Julian apartó los platos con un brazo y dejó un espacio libre sobre la mesa. Sour Billy depositó allí su carga y, al abrirla, apareció sobre el mantel, delante mismo de Joshua, un negrito recién nacido.
—¿Qué diablos…?—rugió Marsh. Se echó hacia atrás, echando fuego por los ojos y empezó a levantarse.
—Sentadito y muy quieto, muchacho —dijo Sour Billy con voz hueca y tranquila. Marsh empezó a volverse hacia él pero notó algo frío y muy afilado que le apretaba el cuello por uno de los lados—. Si abres la boca voy a tener que hacerte sangre —prosiguió Sour Billy—. ¿Y te imaginas qué harán todos ellos cuando vean manar toda esa hermosa sangre caliente?
Temblando, presa de la rabia y el terror, Abner Marsh volvió a sentarse, muy quieto. La punta del cuchillo de Billy le apretó un poco más y Marsh notó algo caliente y húmedo que le corría cuello abajo.
—Bien —susurró Billy—. Muy bien.
Joshua York observó un instante a Abner Marsh y volvió su atención a Julian otra vez.
—Esto me parece una obscenidad —dijo en tono frío—. Julian, no sé por qué ha hecho traer a ese niño, pero no me gusta. Este juego se terminará ahora mismo. Dígale a su hombre que aparte la navaja del cuello del capitán.
—¡Ah! —contestó Julian—. ¿Y si me negara a hacerlo?
—No se negará —dijo Joshua—. Yo soy el maestro de sangre.
—¿De verdad?—preguntó burlonamente Julian.
—Sí. No me gusta utilizar sus métodos para obligar a la gente, Julian, pero si tengo que hacerlo, lo haré.
—Vaya, vaya —replicó Julian con una sonrisa. Se levantó, se estiró indolente, como un enorme gato negro despertándose de una siesta, y extendió la mano al otro lado de la mesa, en dirección a Sour Billy.
—Billy, dame tu cuchillo —le dijo.
—Pero… ¿Y él? —contestó Sour Billy.
—El capitán Marsh sabrá comportarse —dijo Julian—. El cuchillo.
Billy se lo tendió, presentándole el mango.
—Bien —dijo Joshua.
No pudo continuar. En aquel mismo instante, Damon Julian hizo la cosa más horrible que Abner Marsh había visto en toda su vida. Con gran rapidez y maestría, se inclinó sobre la mesa, bajó la navaja de Billy y, con un único y diestro movimiento de la afilada hoja, le cortó al pequeño la mano derecha separándosela del brazo.
El niño se puso a gritar. La sangre salpicó la mesa, manchando los pies de las copas, la cubertería de plata y el mantel de fino lino blanco. Entonces, Julian se situó frente a Joshua York.
—Bebe —le ordenó, ausente de su voz todo tono de alegría.
York apartó el cuchillo de un golpe, y el arma saltó de la mano de Julian, yendo a caer sobre la alfombra, a unos metros de ambos. Joshua parecía un difunto. Extendió el brazo, puso dos fuertes dedos a cada lado de la herida del pequeño y apretó. La hemorragia se detuvo.
—Dadme una cuerda —ordenó.
Nadie se movió. El niño seguía gritando.
—Hay otro modo más sencillo de hacerle callar —dijo Julian. Alzó la palma de la mano y tapó con ella la boca delbebé. Su manaza cubría por completo la negra cabecita y amortiguaba sus lloros. Julian empezó a apretar.
—¡Suéltale! —gritó York.
—¡Mírame! —contestó Julian—. ¡Mírame, maestro de sangre!
Y sus miradas se encontraron, ambos de pie junto a la mesa, cada uno con una mano sobre el pequeño retazo de humanidad que tenían delante.
Abner Marsh se quedó sentado allí, aturdido, asqueado y furioso, dispuesto a hacer algo, pero incapaz de moverse. Como todos los demás, observaba a Julian y Joshua, aquella extraña y silenciosa lucha de voluntades.
Joshua York estaba temblando. Tenía la boca apretada en gesto de furia, los músculos del cuello tensos y ]os ojos grises fríos y llenos de odio. Parecía un hombre poseído, un dios pálido y colérico vestido de blanco, azul y plata. Era imposible que algo pudiera resistirse a aquella manifestación de fuerza de voluntad, pensó Marsh. Imposible.
Después miró a Damon Julian.
Sus ojos le dominaban el rostro, fríos, negros, malévolos e implacables. Abner Marsh dejó la mirada un instante en aquellos ojos y de repente se sintió mareado. Escuchó los gritos de unos hombres a lo lejos, distantes, y su boca se llenó de saber a sangre. Vio todas aquellas máscaras llamadas Damon Julian y Giles Lamont y Gilbert d’Aquin y Philip Caine y Sergei Alexov y otros mil más y vio como cada una de ellas caía y daba paso a otra, más antigua y terrible que la anterior, máscara tras máscara, cada una más animalesca y bestial que la precedente. En el fondo de todos aquellos rostros el ser no tenía encanto, ni sonrisa, ni bellas palabras, ni ricas ropas y joyas. Aquel ser no tenía nada que ver son la humanidad, no era humano, y sólo mostraba la sed, la fiebre, la sed roja, roja, antigua e insaciable. Era primitivo y muy fuerte. Vivía y respiraba y bebía del miedo, y era viejo, muy viejo, más que el hombre y todas sus obras, más que los bosques y los ríos, más que los sueños.
Abner Marsh parpadeó y allí al otro lado de la mesa frente a él, vio a un animal, un animal alto y hermoso vestido con ropas de color borgoña, sin el menor rasgo de humanidad. Las facciones de su rostro eran las facciones del terror y sus ojos… Sus ojos eran rojos. No negros, sino rojos, con una luz que parecía surgir de dentro, y rojos, de un rojo ardiente, sediento.
Joshua soltó el brazo del bebé. Un chorro de sangre salpicó débilmente la mesa. Instantes después, un sonido parecido a un crunch húmedo y terrible llenó el salón.
Abner Marsh, aún medio mareado, sacó de la bota el largo cuchillo de cocina y saltó de su silla con un grito, furioso y enloquecido. Sour Billy intentó detenerle por detrás, pero Marsh era demasiado fuerte y estaba demasiado furioso. Apartó a Billy de un golpe y se lanzó por encima de la mesa del comedor hacia Damon Julian. Este apartó la mirada de los ojos de Joshua justo a tiempo y se echó ligeramente hacia atrás. El cuchillo falló su objetivo de cegarle por una fracción de centímetro y abrió una gran herida en el pómulo de su rostro. De la herida manó sangre y Julian emitió un gruñido desde lo más hondo de la garganta.
Entonces, alguien asió a Marsh por detrás, lo arrastró lejos de la mesa y lo envió volando al otro extremo del salón. El desconocido le alzó en el aire y le lanzó a distancia, pese a sus ciento treinta kilos, como si fuera un niño pequeño. El aterrizaje le produjo un buen golpe, pero Marsh se las arregló para rodar sobre sí mismo y ponerse de nuevo en pie.