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—Bien, ¿a qué esperamos? Señor Jeffers, vaya a enterarse dónde está Sour Billy.

El sobrecargo se levantó. Regresó al cabo de cinco minutos.

—Está en el comedor principal, desayunando. La sirena debe haberle despertado. Está tomando unos huevos y pastelillos de carne, con una gran cafetera al lado. Está sentado en un lugar desde donde puede observar la puerta del camarote de Julian.

—Bien —dijo Marsh—. Señor Jeffers, ¿por qué no va también usted a desayunar?

—Sí, creo que me ha entrado apetito —sonrió Jeffers.

—Primero, denos las llaves.

Jeffers asintió y se inclinó hacia la caja fuerte. Ya con las llaves en la mano, Marsh concedió unos buenos diez minutos al sobrecargo para regresar al gran salón. Después, se puso en pie y dio un gran suspiro. El corazón le galopaba en el pecho.

—Vamos —le dijo a Hairy Mike Dunne, al tiempo que abría la puerta al mundo exterior.

El día era cálido y brillante, lo cual le pareció a Marsh un buen presagio. El Sueño del Fevre avanzaba río arriba con toda placidez, dejando una doble estela de espuma ribeteada de blanco. Debían avanzar a unos dieciocho nudos, pensó Marsh, y con la suavidad y elegancia de los modales de un criollo. Se sorprendió preguntándose qué tiempo haría hasta Natchez, y de repente deseó más que cualquier otra cosa estar arriba en la cabina del piloto, contemplando el río que tanto amaba. Abner Marsh tragó saliva y parpadeó para evitar que le cayeran unas lágrimas, sintiéndose enfermo y cobarde.

—¿Capitán? —dijo Hairy Mike, dubitativo. Abner Marsh masculló una maldición.

—No es nada —añadió—. Sólo que… ¡Maldita sea, vamos de una vez!

Llegó hasta la puerta con la llave del camarote de Julian bien apretada en su mano roja y enorme. Los nudillos se le estaban poniendo blancos.

Al llegar frente al camarote, Marsh se detuvo a echar una ojeada alrededor. El paseo estaba casi desierto. Una señora contemplaba el paisaje apoyada en la barandilla, a una buena distancia a proa de donde se encontraban, y aproximadamente a una docena de puertas más adelante había un tipo de camisa blanca y sombrero gacho, sentado con la silla apoyada hacia atrás en la puerta de uno de los camarotes, pero ninguno de los dos parecían muy interesados en Marsh y Hairy Mike. Abner introdujo cuidadosamente la llave en la cerradura.

—Recuerde lo que le he dicho —le susurró al primer oficial—. Rápido y en silencio. Un solo golpe.

Hairy Mike asintió y Marsh hizo girar la llave. La puerta se abrió en silencio y Marsh empujó.

Dentro todo estaba cerrado y oscuro, cubierto de cortinas y contraventanas cerradas, como solía hacer en sus habitaciones la gente de la noche; con todo, distinguieron una forma pálida bajo las sábanas a la luz que penetraba por la puerta. Avanzaron con todo el silencio que puede pedirse a dos hombres grandes y ruidosos, e inmediatamente Marsh cerró la puerta tras él y Hairy Mike Dunne se adelantó, alzando su vara de hierro de un metro de longitud por encima de la cabeza. Abner Marsh distinguió a duras penas al ser que estaba en la cama, que se agitó al tiempo que se volvía hacia el ruido y hacia la luz. Hairy Mike estuvo a su altura en dos rápidas zancadas, y el hierro cayó en un arco terrible al final de su enorme brazo, cayó y cayó hacia el pálido rostro del durmiente en un instante que le pareció una eternidad.

Entonces la puerta del camarote se cerró por completo, desapareció el último retazo de luz y en la total oscuridad Abner Marsh escuchó un ruido como de un pedazo de carne al caer sobre el mármol del carnicero y, debajo de este sonido, otro como el de un huevo al romperse, y contuvo la respiración.

El camarote quedó en total silencio y Marsh no pudo distinguir absolutamente nada. De la oscuridad, le llegó un sonido grave y gutural. Un sudor frío le empapó todo el cuerpo.

—Mike —susurró, al tiempo que buscaba una cerilla.

—Sí, capitán —le contestó la voz del primer oficial—. Un golpe, ya está —añadió, con un nuevo sonido gutural.

Abner Marsh rascó la cerilla en la pared y parpadeó.

Mike estaba todavía inclinado sobre el lecho con la barra de hierro en la mano.

—¿Está muerto?—preguntó Marsh; tenía la poderosa y repentina impresión de que aquella cabeza destrozada iba a empezar a juntarse y sanar en cualquier momento, y que el pálido cadáver se levantaría y se reiría de ellos.

—No he visto nunca a nadie más muerto —dijo Hairy Mike.

—Asegúrese —ordenó Marsh—. Asegúrese bien.

Hairy Mike Dunne encogió sus enormes y poderosos hombros y alzó la barra ensangrentada, que cayó de nuevo sobre la cabeza y la almohada. Una segunda vez. Una tercera. Una cuarta. Hairy Mike Dunne era un tipo terriblemente fuerte.

La cerilla le quemó los dedos a Marsh. La apagó.

—Vámonos —dijo ásperamente.

—¿Qué hacemos con él?—preguntó Hairy Mike.

Marsh abrió la puerta del camarote. Tenía ante sí el sol y el río, una bendición.

—Dejémosle aquí, a oscuras —contestó—. Cuando caiga la noche le tiraremos al río.

Hairy Mike siguió a Marsh fuera del camarote y cerró la puerta tras de sí. Marsh se sentía mal. Inclinó su gran humanidad contra la barandilla de la cubierta de calderas y tuvo que esforzarse para no caer del otro lado. Chupasangre o no, lo que le habían hecho a Damon Julian era difícil de soportar.

—¿Necesita ayuda, capitán?

—No —respondió éste. Se enderezó con esfuerzo. La mañana ya era calurosa y el sol amarillo batía el río hasta hacerse agobiante. Marsh estaba bañado en sudor.

—No he dormido mucho —dijo, esforzándose por sonreír—. De hecho, no he dormido en absoluto. Y eso que acabamos de hacer también me ha costado un buen esfuerzo.

Hairy Mike se encogió de hombros. Por lo visto, a él no le costaba tanto.

—Váyase a dormir —le dijo a Abner.

—No —replicó Marsh—. No puedo. Tengo que ver a Joshua y explicarle lo que acabamos de hacer. Tiene que saberlo para que así esté preparado para dominar a los demás.

De repente, Abner Marsh se descubrió preguntándose cómo reaccionaría Joshua York ante el brutal asesinato de uno de los suyos. Después de lo sucedido la noche anterior, no creía que Joshua se sintiera muy molesto, pero no estaba seguro. En realidad, Abner no conocía a los seres de la noche ni sabía cómo pensaban y, si bien Julian era un chupasangre y un infanticida, los demás también habían hecho cosas casi igual de terribles, incluido Joshua. Y Damon Julian también había sido el maestro de sangre de Joshua y los demás, el rey de los vampiros. Y cuando alguien mata al rey de uno, aunque sea un rey al que odia, ¿no está obligado el súbdito a hacer algo al respecto? Abner Marsh recordó la fría fuerza de la cólera de Joshua y, ante aquel recuerdo, se encontró sin muchas ganas de subir al camarote del capitán en la cubierta superior, especialmente ahora que Joshua estaría en su peor momento, recién acostado.

—Quizá sea mejor que espere —se descubrió diciéndose a sí mismo—. Dormiré un poco.

Hairy Mike asintió.

—Sin embargo, tengo que ser el primero en hablar con Joshua —dijo Marsh. Se sentía realmente enfermo: tenía náuseas, fiebre y malestar. Era preferible acostarse un par de horas—. No puedo dejar que se entere por su cuenta. Se lamió los labios, que tenía más secos que el papel de lija. Usted vaya a hablar con Jeffers, explíquele como ha salido el asunto, y luego, antes del crepúsculo, vengan a verme uno de los dos. Y bastante antes del crepúsculo, ¿comprendido? Necesito al menos una hora para ir a hablar con Joshua. Le despertaré y se lo contaré y así, cuando llegue la noche, sabrá cómo manejar al resto de su gente. También sería conveniente que alguno de los marineros vigilara los movimientos de Sour Billy. Llegará el momento en que también tendremos que tratar con él.