—El señor Julian te ordena que vayas, gordo —decía Billy—. Vamos, ya has llegado lo más lejos que se puede.
Con estas palabras, sacó su cuchillo y sonrió. Sour Billy Tipton tenía una sonrisa realmente aterrorizadora.
—No es la sangre —dijo Marsh en voz alta—. Sólo es el maldito río.
Y asiendo todavía su bastón, inspiró profundamente y se lanzó desde la altura. Llegaron a sus oídos las maldiciones de Sour Billy cuando se hundió entre las aguas.
CAPITULO VEINTE
Raymond y Armand sostenían entre ellos a Damon Julian cuando Sour Billy saltó del tambor de las palas. Julian tenía el aspecto de haber estado degollando un cerdo, pues sus ropas estaban empapadas de sangre.
—Le has dejado escapar, Billy —dijo Julian en un tono frío que puso nervioso a Sour Billy.
—Está liquidado —insistió Billy—. Las palas le arrastrarán y le destrozarán, o se ahogará. Debería haber visto el golpe que se dio contra el agua, con su gran panza por delante. Ya no tendrá que ver sus verrugas nunca más.
Mientras hablaba, Sour Billy miró a su alrededor y no le gustó ni un ápice el panorama. Julian estaba todo ensangrentado, un reguero rojo bajaba los escalones de la cubierta superior y aquel elegante sobrecargo en el porche de la cubierta, se veía medio colgado de la barandilla y aún sangrando por la boca.
—Si me fallas, Billy, nunca serás como nosotros —le dijo Julian—. Espero, por tu bien, que esté muerto. ¿Comprendes?
—Sí —asintió Billy—. ¿Qué ha sucedido, señor Julian?
—Me atacaron, Billy. Nos atacaron, más bien. Según el bueno del capitán, han matado a Jean. Le redujeron a pulpa su maldita cabeza, creo que fue esa la frase que utilizaron —dijo con una sonrisa—. Marsh, el infeliz de su sobrecargo y alguien llamado Mike son los responsables.
—Hairy Mike Dunne —dijo Raymond Ortega—. Es el primer oficial del Sueño del Fevre, Damon. Un tipo grande, estúpido y grosero. Se ocupa de gritarles a los negros y golpearles.
—Ah —murmuró Julian. Después, se volvió a Raymond y Armand—. Dejadme. Ya me encuentro mejor y puedo sostenerme solo.
La luz del crepúsculo se había convertido en plena oscuridad.
—Damon —le advirtió Vincent—, la guardia cambiará a la hora de la cena y los tripulantes vendrán a sus camarotes. Debemos hacer algo. Debemos abandonar el barco, o nos descubrirán.
Mientras hablaba, Vincent tenía la mirada puesta en la sangre y en el cuerpo de Jeffers.
—No —dijo Julian—. Billy lo limpiará todo, ¿verdad, Billy?
—Sí —respondió éste—. Y al sobrecargo lo enviaré a reunirse con su capitán.
—Hazlo pues, Billy, en lugar de decirme que lo harás —replicó Julian con una sonrisa helada—. Y luego ve al camarote de York. Me retiraré allí ahora. Necesito cambiarme de ropa.
Sour Billy Tipton tardó veinte minutos en eliminar todo rastro de la lucha en la cubierta superior. Trabajaba con precipitación, consciente de la posibilidad de que alguien saliera de su camarote o subiera las escaleras. Sin embargo, la oscuridad se había intensificado, lo cual era una ayuda. Dejó el cuerpo de Jeffers sobre la cubierta, después lo puso sobre el tambor de las palas con ciertas dificultades —el sobrecargo era más pesado de lo que Billy hubiera imaginado nunca— y lo lanzó. La noche y el río lo engulleron y el ruido que hizo al chocar contra el agua no tuvo la menor similitud con el que había hecho el capitán; se fundió simplemente con el poderoso rugido de las palas. Sour Billy acababa de quitarse la camisa y empezaba a limpiarse la sangre cuando la suerte llegó en su ayuda: la tormenta que se venía preparando desde la tarde estalló al fin. Los truenos retumbaron en sus oídos, los relámpagos surcaron el aire, como navajas, hasta el río y la lluvia empezó a caer con fuerza. Una lluvia limpia, fría, martilleante, que se estrellaba contra la cubierta empapando a Billy hasta los huesos y limpiando todos los restos de sangre.
Sour Billy chorreaba todavía cuando al fin entró en el camarote de Joshua York sosteniendo en una mano su camisa, antes tan lujosa y ahora convertida en una pelota de trapo.
—Solucionado —dijo .
Damon Julian estaba sentado en el cómodo sillón de cuero. Se había cambiado de ropa y llevaba ahora unas más ligeras. Tenía una copa en la mano y parecía tan fuerte y saludable como siempre. Raymond estaba de pie a su lado, Vincent tenía una pierna sobre el escritorio, Armand ocupaba el otro sillón, Kurt estaba sentado en la silla del escritorio y Joshua York sobre la cama, con la vista fija en sus pies, la cabeza agachada y la piel blanca como polvo de yeso. Sour Billy pensó que parecía un perro apaleado.
—¡Ah, Billy! —dijo Julian—. ¿Qué haríamos sin ti?
—Mientras permanecía ahí fuera he estado pensando, señor Julian —dijo Sour Billy—. Según lo veo, tenemos dos posibilidades. Este barco cuenta con una yola, una barca pequeña para lanzar sondas y cosas así. Podemos meternos en ella y desaparecer. O bien, ahora que la tormenta ha estallado, podríamos esperar simplemente a que el piloto decida amarrar y entonces bajamos a tierra. No estamos lejos de Bayou Sara, y quizá nos detengamos allí.
—No tengo ningún interés en Bayou Sara, Billy. No tengo ningún interés en deshacerme de este excelente vapor. El Sueño del Fevre es nuestro ahora. ¿No es cierto, Joshua?
El aludido levantó la cabeza.
—Sí —dijo, con una voz tan débil que apenas resultó audible.
—Es muy peligroso —insistió Sour Billy—. Han desaparecido el capitán y el sobrecargo. ¿Qué van a pensar los demás? Cuando los echen en falta, habrá que responder a más de una pregunta. Y para que eso suceda ya casi no falta nada.
—Billy tiene razón, Damon —le apoyó Raymond—. Yo he estado a bordo de este barco desde Natchez. Los pasajeros vienen y van, pero la tripulación… Aquí estamos en peligro. Nosotros somos los extraños, los desconocidos, y todos sospechan de nosotros. Cuando se echen de menos a Marsh y Jeffers, seremos los primeros a quienes investigarán.
—Y además está ese primer oficial —añadió Billy—. El ayudó a Marsh, él lo sabe todo, señor Julian.
—Mátale, Billy.
Billy tragó saliva, inquieto.
—Supongamos que lo mato, señor Julian. No creo que eso sirva de mucho. Se darán cuenta de que falta él también, y hay más gente a sus órdenes, todo un ejército de negros y de estúpidos alemanes y de grandes suecos. Nosotros, en cambio, sólo somos veinte, y durante el día sólo estoy yo. Tenemos que salir del barco, y cuanto antes mejor. No podemos enfrentarnos a la tripulación y, si lo hiciéramos, seguro que yo solo no podría. Tenemos que irnos.
—Nos quedamos. Son ellos quienes deben tenernos miedo, Billy. ¿Cómo quieres llegar a ser uno de los amos si todavía piensas como un esclavo? Nos quedamos.
—¿Qué haremos cuando se descubra que Marsh y Jeffers no están?—preguntó Vincent.
—¿Y qué hay del primer oficial? Es una amenaza —añadió Kurt.
Damon Julian se quedó mirando a Sour Billy y sonrió.
—¡Ah! —exclamó. Tomó un trago y continuó—. Bueno, dejaremos que Sour Billy se encargue de esos pequeños problemas por nosotros. Billy nos mostrará lo listo que es, ¿verdad, Billy?
—¿Yo?—Sour Billy Tipton se quedó boquiabierto—. Yo no sé…
—¿Verdad, Billy? —insistió Julian.
—Sí —respondió enseguida Billy—. Sí.
—Yo puedo resolver esto sin más derramamiento de sangre —intervino Joshua York con un asomo de su anterior firmeza en la voz—. Todavía soy capitán a bordo de este barco. Déjeme despedir al señor Dunne y a todos los demás tripulantes que puedan constituir un peligro. Es posible lograr que abandonen el Sueño del Fevre sin violencias. Ya ha habido bastantes muertes.