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—¡Qué diablos, Joshua!—rugió hacia la oscuridad—. ¡Ha sido Julian quien te ha enviado, maldito sea!

Cuando volvió hacia atrás, hacia la cubierta superior, que ahora presentaba una inclinación de treinta grados, Marsh notó algo muy duro que le oprimía la espalda, entre los omoplatos.

—Vaya, vaya —dijo una voz a sus espaldas—, si es el capitán Marsh…

Los otros fueron apareciendo, uno por uno, cuando Marsh hubo tirado al suelo el fusil, que cayó con estrépito sobre el entarimado de la cubierta. Valerie fue la última en aparecer, y no dirigió su mirada a Abner. Este la maldijo una y otra vez, tratándola de traidora y de puta. Al fin, ella le dedicó una mirada terrible y acusadora.

—¿Cree que tenía alguna elección? —dijo amargamente.

Marsh cesó inmediatamente en sus reproches. No porque las palabras de Valerie le hubieran convencido, sino por lo que vio en sus ojos. Pues en aquellas inmensas profundidades color violeta, y en un brevísimo momento, Marsh reconoció la vergüenza, el terror… y la sed.

—Muévase —dijo Sour Billy Tipton.

—Maldito seas —contestó Abner Marsh.

CAPITULO VEINTISEIS

A bordo del vapor OZYMANDIAS,
río Mississippi,
octubre de 1857

Abner Marsh esperaba encontrar oscuridad pero, cuando Sour Billy le hizo cruzar la puerta del camarote del capitán, ]a habitación estaba iluminada por la suave luz de las lámparas de aceite. Había más polvo del que Marsh recordaba. Aparte de esto, estaba como la solía tener Joshua. Sour Billy cerró la puerta y Marsh se quedó a solas con Damon Julian. Agarró con fuerza su bastón de nogal —Billy había arrojado al agua el fusil, pero le había permitido conservar el bastón— y lo miró con altivez.

—Si va a matarme, venga a intentarlo —dijo—. No estoy de humor para juegos.

—¿Matarle, capitán? —dijo Julian sonriendo—. ¡Vaya, si había preparado una buena cena para usted!

Sobre la mesilla, entre los dos grandes sillones de cuero, había dispuesta una cazuela de plata. Julian alzó la tapa y le presentó un plato de pollo frito con guarnición de verduras, nabos y cebollas, así como un pedazo de pastel de manzana con queso por encima.

—También hay vino. Siéntese, capitán, por favor.

Marsh se adelantó con cautela. No tenía idea de qué se proponía Julian, pero tras un momento de vacilación decidió que no le importaba gran cosa. Quizá la comida estaba envenenada, aunque no le encontraba mucho sentido a eso, pues disponían de otras formas de eliminarle más sencillas. Se sentó y se sirvió una pechuga de pollo. Todavía estaba caliente. Empezó a comer con fruición y recordó cuánto tiempo hacia que no tomaba una comida decente. Quizá no le faltaba mucho tiempo para morir, pero al menos lo haría con el estómago lleno.

Damon Julian, magnífico con su traje marrón y su chaleco dorado, obsercó cómo comía Marsh con una divertida sonrisa en el rostro.

—¿Vino, capitán?—fueron sus únicas palabras. Llenó dos vasos y tomó un trago del suyo.

Cuando Abner Marsh hubo terminado el pastel, se echo hacia atrás en su sillón y eructó. Después, torció el rostro en una mueca.

—Una buena comida —dijo de mala gana—. Y bien, Julian, ¿por qué estoy aquí?

—La noche de su apresurada partida, capitán, intentaba explicarle que sólo quería hablar con usted, pero decidió no hacerme caso.

—Naturalmente que no —dijo Marsh—, y sigo en las mismas. Sin embargo, ahora no puedo hacer gran cosa al respecto, así que usted dirá.

—Es usted valiente, capitán. Y fuerte. Le admiro.

—No puedo decir lo mismo de usted.

Julian se echó a reír, con una risa que era verdadera música. Sus ojos oscuros brillaron.

—Sorprendente —comentó—. Vaya carácter.

—No sé qué se propone hacer conmigo, pero no le servirá de nada. Ni todo el pollo frito del mundo conseguiría hacerme olvidar lo que hizo usted con aquel condenado bebé, ni con el señor Jeffers.

—Parece que no recuerda usted que Jeffers me atravesó con su puñal —contestó Julian—. Eso es algo que nadie puede tomarse a la ligera.

—Pero el niño no tenía ningún puñal.

—Era un esclavo —dijo Julian en tono ligero—. Legalmente, quiero decir. Según las leyes de su propio pueblo capitán. Un ser inferior, según sus compatriotas. Le ahorré una vida de esclavitud, capitán.

—¡Váyase al infierno! —replicó Marsh—. Era sólo un bebé, y usted le cortó la mano como si estuviera degollando un pollo, y luego le aplastó la cabeza. Y él no le había hecho nada.

—No —reconoció Julian—. Pero tampoco le había hecho ningún mal a usted o a su gente Jean Ardant, y sin embargo usted y su primer oficial le aplastaron el cráneo mientras dormía.

—Pensábamos que era usted.

—¡Ah! —suspiró Julian con una sonrisa en los labios—. Fue un error, entonces. Bueno, pero fuera o no una equivocación, lo cierto es que mataron a un inocente. Y, sin embargo, no parece consumido hasta el fondo de su alma por la culpa.

—No era un hombre lo que matamos. Era uno de los suyos, un vampiro.

—Por favor —le interrumpió Julian frunciendo el ceño—. Comparto con Joshua el desagrado por esa palabra.

Marsh se encogió de hombros.

—Se contradice usted, capitán Marsh. Me toma por el diablo por hacer lo mismo que a usted le parece totalmente correcto: arrancar la vida de los que son distintos a usted. No importa. Usted defiende a su propia raza, e incluye en ella incluso a los de piel oscura. Le admiro por ello, ¿comprende? Usted sabe quién es y comprende su lugar y su naturaleza, tal como debe ser. Usted y yo somos iguales en eso.

—Yo no soy igual que usted en nada —contestó Marsh.

—¡Sí que lo es! Tanto usted como yo aceptamos cuál es nuestra naturaleza, no hemos buscado ser lo que somos ni pretendemos ser lo que no somos. Me disgustan los débiles, esos tipos que se odian tanto a sí mismos, que pretenden convertirse en alguien distinto. Y usted piensa como yo.

—No.

—¿De verdad? Entonces, ¿por qué odia tanto a Sour Billy?

—Porque es un ser despreciable.

—¡Naturalmente! —asintió Julian, que parecía extraordinariamente divertido—. El pobre Billy es débil y ansía ser fuerte. Hará lo que sea por convertirse en uno de nosotros. Lo que sea. He conocido a otros como él, a muchos. Resultan útiles y a veces divertidos, pero nunca respetables. Usted desprecia a Billy porque imita a nuestra raza y pertenece a la de usted, capitán. El querido Joshua siente de la misma manera, sin darse cuenta de que encuentra en Billy su propio reflejo.

—Joshua y Billy Tipton no se parecen en nada —insistió Marsh, tozudo—. Billy es una maldita comadreja. Joshua quizá haya hecho algunas maldades, pero está intentando compensarlas. Podría haberles ayudado a todos ustedes.

—No. Nos hubiera hecho como son ustedes, capitán Marsh. Observe que incluso su país está muy dividido en el tema de la esclavitud, una esclavitud basada únicamente en el color de la piel. Suponga que se pudiera poner término a esas diferencias. Suponga que hubiera un modo de volver a todos los hombres blancos de este país en hombres negros de la noche a la mañana. ¿Le gustaría esa perspectiva?