CAPITULO VEINTISIETE
Amanecía ya cuando Abner Marsh fue conducido fuera del camarote de Julian. La niebla matutina cubría pesadamente el río, en jirones que se estiraban y retorcían sobre las aguas y se enredaban en las pasarelas y columnatas del barco, serpenteando como seres vivos prontos a arder y perecer bajo la luz del sol matutino. Damon Julian vio el resplandor rojizo por el este y permaneció en la oscuridad del camarote. Empujó a Marsh al otro lado de la puerta.
—Lleva al capitán a su camarote, Billy —le dijo a éste—. Y manténlo vigilado hasta el amanecer. ¿Será tan amable de acompañarnos a cenar esta noche, capitán? —prosiguió con una sonrisa—. Sé que lo será.
Billy estaba aguardando justo a la puerta del camarote. Sour Billy, con un traje negro y un chaleco a cuadros, estaba sentado en una silla recostada hacia atrás contra la pared de la cubierta principal, limpiándose las uñas con el cuchillo. En cuanto la puerta se abrió, se puso en pie y guardó con destreza el arma en la mano.
—Sí, señor Julian —contestó con sus ojos del color del hielo fijos en Marsh.
Acompañaban a Sour Billy otros dos tipos. Los seres de la noche que habían ayudado a Billy a llevarse a Marsh del Eli Reynolds se habían retirado ya a sus camarotes para escapar al toque de la mañana, y Sour Billy había mandado llamar algunos de sus rebanacuellos, según parecía. Cuando Julian hubo cerrado la puerta, los tipos se adelantaron. Uno de ellos era un joven gordo de descuidado bigote castaño, que lucía al cinto una cachiporra de roble. El otro era un gigante, el tipo más horrendo que Abner Marsh había visto nunca. Debía medir más de dos metros y diez centímetros, pero tenía una cabecita minúscula, ojos bizcos, dientes como de madera, y carecía totalmente de nariz. Abner Marsh se quedó mirándolo.
—No mires así a Desnarizado —dijo Sour Billy—. No es de buena educación, capitán.
Desnarizado, como para darle la razón a Billy, asió a Marsh con rudeza por el brazo y se lo puso a la espalda, retorciéndolo hasta que le hizo daño.
—Un caimán se le comió la nariz —añadió Sour Billy—. No fue culpa suya. Mantén bien sujeto al capitán Marsh, Desnarizado. Al capitán Marsh le encanta tirarse al río, y no queremos que haga nada de eso —se acercó a Marsh y le puso la navaja en el estómago, sólo para que Abner notara la presión del arma—. Nada usted mejor de lo que pensaba, capitán. Debe ser toda esta grasa, que le hace más fácil flotar.
Giró la navaja de repente e hizo saltar un botón de plata del tabardo de Marsh. El botón cayó sobre la cubierta con estrépito y rodó una y otra vez en un círculo hasta que Sour Billy lo detuvo.
—Nada de baños hoy, capitán. Vamos a acostarnos como buenos chicos, ¿de acuerdo? Hasta dispone usted de su antiguo camarote. Supongo que tampoco intentará escapar, ¿verdad? Quizás los seres de la noche estén todos dormidos, pero Desnarizado y yo estaremos aquí afuera todo el día. Andando, vámonos.
Billy tiró el cuchillo al aire con gesto perezoso, lo recogió, lo guardó. Condujo a Abner hacia la proa, y Desnarizado se encargó de empujar al capitán desde atrás, cerrando la marcha el tercer tipo. Dieron la vuelta a una esquina de la cubierta y casi toparon con Toby Lanyard.
—¡Toby! —exclamó Marsh. Intentó seguirlo pero Desnarizado le retorció el brazo. Marsh gruñó de dolor y se detuvo. Sour Billy también se detuvo y contempló al cocinero.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí arriba, negro? —le soltó.
Toby no le miró siquiera. Se quedó donde estaba, con un traje marrón a rayas, las manos unidas a la espalda y la cabeza inclinada, rascando nerviosamente el suelo de la cubierta con una bota.
—He dicho que qué diablos haces aquí arriba, negro —repitió Sour Billy en tono peligroso—. ¿Por qué no estás encadenado en la cocina? O me contestas en seguida, o vas a lamentarlo durante mucho tiempo.
—¡Encadenado! —exclamó Marsh.
Entonces, Toby Lanyard levantó por fin la cabeza y asintió.
—Sí. El señor Billy dice que vuelvo a ser esclavo y que no importa que tenga los papeles de la emancipación. Cuando no trabajamos, nos encadena a todos.
Sour Billy Tipton se llevó la mano a la espalda y sacó la navaja.
—¿Cómo te has soltado?—preguntó.
—Yo rompí la cadena, señor Tipton —dijo una voz desde encima de ellos. Alzaron la mirada. En la cubierta de arriba estaba Joshua York, mirándoles. Su camisa blanca brillaba contra el sol de la mañana y una capa gris ondeaba al viento—. Y ahora, hagan el favor de soltar al capitán Marsh.
—Es de día —dijo el joven gordo apuntando al sol con su cachiporra de roble. Tenía en la voz un tono temeroso.
—Apártese de ahí —le dijo Sour Billy a Joshua, con el cuello vuelto hacia arriba en extraña posición para ver a su interlocutor—. Si intenta algo, llamaré al señor Julian.
Joshua York se echó a reír.
—¿De veras? —dijo después, señalando el sol, claramente visible ahora como un ojo amarillo ardiente entre una explosión de nubes rojas y anaranjadas—. ¿Crees que vendrá?
Sour Billy se pasó la lengua por los labios en gesto nervioso.
—No me asustas —dijo, alzando la navaja—. Es de día y estás solo.
—No es cierto —dijo Toby Lanyard. El cocinero había sacado las manos de la espalda. Tenía una cuchilla de carnicero en una mano y un trinchante de filo mellado en la otra. Sour Billy lo vio y dio un paso atrás.
Abner Marsh miró por encima del hombro. Desnarizado todavía observaba a Joshua. Su apretón había cedido un poco, y Marsh comprendió su oportunidad. Se lanzó con todas sus fuerzas hacia atrás, sobre el gigante, y Desnarizado cayó al suelo. Abner Marsh se tiró encima de él con sus ciento cincuenta kilos y el gigante gruñó como si le hubiera caído una bala de cañón sobre el estómago. Se quedó sin respiración y Marsh liberó su brazo y rodó por la cubierta. Esto último fue muy oportuno, ya que al instante una navaja se clavó en la cubierta y se quedó allí, temblando, a apenas un centímetro de su rostro. Marsh tragó saliva y sonrió. Asió la navaja, la arrancó del suelo y se puso en pie.
El hombre de la cachiporra había dado dos rápidos pasos hacia adelante, pero lo pensó mejor. Ahora retrocedía y Joshua saltó con tal rapidez que Marsh no le vio hacerlo, se quedó justo detrás del individuo, esquivó un golpe furioso de la cachiporra de doble y, de repente, el muchacho gordo estaba sobre la cubierta, sin sentido. Marsh ni siquiera se apercibió del golpe.
—¡Déjame! —decía Sour Billy, retrocediendo ante Toby. En su retirada, fue hacia el lugar donde estaba Marsh, quien le asió, le hizo girar y le incrustó de un golpe en una puerta. —¡No me mate! —gritaba Billy. Marsh le apretó el brazo contra la garganta y se apoyó en él, presionando con la navaja contra las costillas magras de Billy, por encima del corazón. Los ojos de Sour Billy, helados un instante antes, estaban ahora abiertos y llenos de miedo.
—¡No! —musitaba.
—¿Por qué diablos no?
—¡Abner! —se oyó gritar a Joshua en tono de advertencia. Marsh volvió la vista justo a tiempo de ver a Desnarizado alzarse rápido sobre sus pies y lanzarse hacia delante con un grito animalesco. En ese momento, Toby se movió más veloz de lo que nunca hubiera imaginado Marsh y el gigante cayó de rodillas, ahogándose en su propia sangre. Toby había dado una sola cuchillada con el trinchante y le había abierto la garganta. La sangre salía a borbotones y Desnarizado parpadeó un par de veces con sus ojos bizcos, se llevó las manos al cuello como para impedir que se le cayera. Por último, rodó por el suelo, y quedó inmóvil.