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Abner Marsh estaba tratando de elaborar un comentario respecto a que él se disponía a tachar el prefijo in- de la descripción que Joshua acababa de hacer sobre Julian, cuando Valerie se irguió de repente en el fondo de la barca. Marsh le dirigió una mirada y se quedó helado, con un remo en alto. Debajo del sombrero gacho, la piel de Valerie era una herida en carne viva, tirante y llena de ampollas, con un color que iba más allá del rojo, hasta el violáceo con manchas negras. Tenía los labios partidos y tensos como en una loca sonrisa que dejaba ver sus dientes blancos y largos. Los blancos de sus ojos se habían tragado todo el resto y parecía ciega y loca.

—¡Me duele! —gritaba, alzando unas manos rojas como pinzas de langosta por encima de la cabeza, en un intento de apagar el sol. Luego, sus ojos vagaron por la barca y se iluminaron un poco al ver la silueta de Karl Framm respirando débilmente. Se le acercó gateando con la boca abierta.

—¡No!—gritó entonces Joshua York. Se lanzó sobre ella y la apartó a un lado antes de que cerrara los dientes sobre la garganta de Framm. Valerie luchó salvajemente por desasirse y gritó. Joshua la mantuvo inmóvil. Los dientes de Valerie mordieron el aire una y otra vez, hasta que se cerraron sobre sus propios labios. De su boca manó un reguero de sangre y saliva. Sin embargo, por mucho que luchaba, Joshua York era más fuerte que ella. Por fin, pareció agotarse su afán de lucha. Se dejó caer hacia atrás pesadamente, mirando al sol con sus ojos blancos y ciegos. Joshua la sostuvo entre sus brazos, desesperado.

—Abner —dijo—. Mire debajo de la plomada. Lo escondí ahí anoche, cuando salieron a buscarle a usted. Por favor, Abner.

Marsh dejó de remar y acudió donde estaba la plomada, la cuerda de once metros utilizada para los sondeos de profundidad, que llevaba en el extremo un recipiente lleno de plomo. Bajo la cuerda, Marsh encontró lo que Joshua buscaba, una botella de vino ya abierta, llena en sus tres cuartas partes. Se la pasó a York, quien sacó el corcho y la introdujo a la fuerza entre los labios hinchados y partidos de Valerie. El licor le rezumó por la barbilla y la mayor parte fue a empapar su camisa, pero Joshua consiguió introducir un poco en su boca. Valerie pareció recuperarse. De repente, empezó a chupar ansiosamente de la botella, como un niño de pecho mamando de su madre.

—Tranquilízate —decía Joshua York.

Abner Marsh removió la cuerda de la plomada y en su rostro apareció una sombra de preocupación.

—¿Es la única botella? —preguntó.

Joshua asintió. También su cara había sufrido transformaciones y a Marsh le recordó la de un segundo oficial que estaba demasiado próximo a una tubería de vapor cuando ésta reventó. También aparecían en la piel de Joshua ampollas y grietas.

—Julian se quedó con el suministro en su camarote, y me daba sólo una botella de vez en cuando. Yo no me atreví a protestar, pues con frecuencia me amenazaba con destruirlas todas —apartó la botella de los labios de Valerie. Ahora estaba a menos de la mitad de capacidad—. Creí… creí que tendría bastante, al menos hasta que pudiera preparar más. No pensaba que fuera a venir Valerie.

Le tembló la mano. Suspiró y se llevó la botella a los labios, tomando un largo trago.

—Me duele —murmuró Valerie. Ahora estaba enroscada pacíficamente, con el cuerpo tembloroso. El ataque había cesado. Joshua le devolvió la botella a Marsh.

—Guárdela, Abner. Tiene que durar, debemos racionarla.

Toby Lanyard había dejado de remar y les estaba observando. Karl Framm se agitó débilmente en el fondo de la yola. La barca se deslizaba en la corriente y Marsh divisó delante el humo de un vapor que se acercaba contra la corriente. Tomó el remo.

—A la orilla, Toby —le dijo—. Vamos. Voy a parar ese maldito vapor que se acerca. Necesitamos un camarote.

—Sí, capitán —dijo Toby.

Joshua se llevó la mano a la frente y parpadeó.

—No —dijo en voz queda—. No, Abner, no lo haga. Habrán preguntas —intentó ponerse en pie y se tambaleó, mareado, cayendo de rodillas—. Estoy ardiendo —murmuró—. No. Escuche, Abner, el barco no. Una ciudad. Lleguemos hasta una ciudad. Por la noche… ¿Abner?

—Diablos —contestó él—, sólo llevan cuatro horas a la luz y mire ya cómo están. Mire a Valerie. Y todavía no ha llegado al mediodía. Los dos estarán asados dentro de nada si no encontramos una buena sombra.

—No, Abner. Harán preguntas, no puede usted…

—Cierre la boca de una vez —le interrumpió Marsh, poniendo de nuevo su dolorida espalda a remar. La yola cruzó el río. El vapor subía hacia ellos con los penachos de humo al viento y unos cuantos pasajeros paseando por la cubierta. Era un paquebote de Nueva Orleans, según apreció Marsh cuando lo tuvo cerca, un barco de tamaño medio y ruedas a los costados llamado H. E. Edwards. Alzó un remo hacia el barco y gritó, mientras Toby seguía remando y la barca daba vueltas sobre sí misma. En las cubiertas del vapor, los pasajeros miraban hacia ellos y hacían señales. El barco lanzó un breve e impaciente silbido, y Abner Marsh volvió la cabeza hacia el río, y vio otro vapor, todavía apenas un punto blanco en la lejanía. Se le cayó el alma a los pies, pues comprendió al instante que los dos barcos estaban haciendo una carrera, y no había vapor en el mundo que parara ante una señal de auxilio en mitad de una apuesta.

El H. E. Edwards pasó junto a ellos a toda velocidad, con las palas batiendo con tal fuerza que la estela les hizo saltar como si se encontraran en unos rápidos. Abner Marsh soltó una maldición, gritó contra el barco y alzó un remo amenazadoramente. El segundo barco se aproximó y les pasó aún más deprisa, con las chimeneas soltando chispas. Quedaron a la deriva en mitad del río, sin más que campos vacíos a su alrededor, con el sol encima y una pila de bagazos río abajo que enviaba hacia ellos una columna de humo gris.

—A tierra —le dijo Marsh a Toby. Se dirigieron a la ribera occidental. Cuando llegaron a tierra, Abner saltó de la yola y tiró de ella hacia tierra firme, con el barro hasta las rodillas. Ni siquiera en la orilla había una sombra, un árbol donde refugiarse del sol inmisericorde, observó Marsh al echar un vistazo a su alrededor.

—Quedémonos aquí —le gritó Marsh a Toby—. Tenemos que llevarles a tierra, y después arrastraremos la maldita barca y la volcaremos del revés. Ellos podrán ponerse debajo.

Toby asintió. Primero llevaron a la orilla a Framm, y después a Valerie. Cuando Marsh la tomó en sus brazos y la levantó, ella se agitó con fuerza. Su rostro tenía tan mal aspecto que Marsh tuvo miedo de tocarla, no fuera a quedarse con la carne entre sus manos.

Cuando regresó a buscar a Joshua, ésta ya estaba fuera de la barca.

—Ayudaré —dijo—. Esto es pesado.

Se quedó apoyado en el costado de la barca. Marsh le hizo una señal a Toby y los tres sacaron la yola del agua. Realmente, era pesada. Abner Marsh puso todas sus fuerzas en juego. El fango de la orilla luchaba contra ellos con dedos húmedos y pegadizos. Sin Joshua, quizás nunca lo habrían logrado. Por fin, consiguieron sacarla del fango y llevarla a tierra firme. Resultó fácil darle la vuelta. Marsh cogió de nuevo a Valerie por debajo de los brazos y la arrastró bajo la barca.

—Póngase usted también a la sombra, Joshua —le dijo, volviéndose de espaldas a él. Toby estaba con Karl Framm, cuidándole y forzándole a beber un poco de agua del río que llevaba en el hueco de las manos. No se veía a Joshua por ninguna parte. Marsh murmuró algo y dio la vuelta a la yola. Los pantalones, empapados y pesados por el fango, se le pegaban a las piernas.