“Más tarde, no podía apartarle de mi mente. Debió darse cuenta de que yo no era del todo humano. Debió darse cuenta de que, por fuerte que fuera, no podía enfrentarse a mi fuerza, a mi velocidad y a mi sed. Yo me había abstraído en mi propia fiebre y en la belleza de su acompañante, y no había acertado a matarlo. El pudo haberse ahorrado la muerte. Pudo haber corrido, o haber pedido auxilio. Incluso pudo haber ido a buscar un arma, pero no lo hizo. Vio a su dama en mis brazos, me vio chuparle la sangre y lo único que se le ocurrió fue levantarse y atacarme con sus enormes y inútiles puños. Cuando tuve un momento para reflexionar, sentí la gran admiración que habían provocado en mí su fuerza, su loco valor, el amor que debía profesarle a su dama.
“Sin embargo, Abner, a pesar de todo eso no pude dejar de pensar también que había sido un estúpido. Ni se salvó él, ni salvó a su dama.
“Usted, Abner Marsh, me recuerda a ese hombre. Julian le ha arrebatado su barco y en lo único que piensa usted es en recuperarlo, así que cierra los puños y se lanza directo contra él, y Julian le derriba una y otra vez. Si prosigue con esos ataques, un día no podrá volverse a levantar. ¡Abandone, Abner, olvídelo!
—¿Qué diablos está diciendo?—preguntó Abner en tono airado—. Son Julian y sus vampiros los que tienen que preocuparse ahora. Ese maldito barco no puede ir a ninguna parte sin un piloto.
—Yo puedo ser ese piloto —dijo Joshua.
—¿Usted?
—Sí.
Marsh se sintió enfermo de ira, víctima de una traición.
—¿Por qué?—preguntó—. ¡Joshua, usted no es como ellos!
—Lo seré, a no ser que regrese —musitó York en tono grave—. A menos que tome mi pócima, la sed volverá a asaltarme, y con más fuerza después de todos estos años que me he pasado sin probar la sangre. Y entonces beberé y beberé, y me volveré como Julian. Y la próxima vez que entre en un dormitorio a medianoche, no será para charlar.
—¡Regrese, pues! ¡Quédese su maldita bebida, pero no mueva ese barco, al menos hasta que yo pueda llegar a él!
—Con hombres armados, ¿verdad? Con estacas afiladas y odio en los corazones, ¿no? Dispuesto a matar… No, no lo permitiré.
—Pero… ¿de qué lado está usted?
—Del de mi gente.
—O sea, con Julian —soltó Marsh.
—No —contestó Joshua, con un suspiro—. Escuche, Abner, e intente comprender. Julian es el maestro de sangre. El los controla a todos. Algunos son como él, malvados y corruptos. Katherine, Raymond y otros le siguen por su propia voluntad. Pero no todos. Ya vio usted a Valerie, ya la escuchó hoy en la barca. No estoy solo. Nuestras razas no son tan diferentes, todos llevamos dentro de nosotros el bien y el mal, y todos tenemos sueños. Sin embargo, si ataca usted el barco, si hace algo contra Julian, ellos lo defenderán, no importa cuáles sean sus esperanzas como personas. Siglos de enemistad y de miedo los guiarán e impulsarán. Entre el día y la noche corre un río de sangre que no es fácil de cruzar. Y quienes duden, si los hay, tendrán que tomar partido.
“Si ese momento llega, Abner, si usted y los suyos van contra él, habrá una gran matanza. Julian no está solo. Los demás le protegen y morirán por él, y los suyos también morirán.
—A veces hay que correr el riesgo —dijo Marsh—. Y quienes ayuden a Julian se habrán merecido la muerte.
—¿De verdad?—Joshua parecía triste—. Quizá tenga razón. Quizá todos debamos morir. Estamos fuera de lugar en este mundo que ha construido su raza. Los suyos ya han matado a todos los míos, salvo un puñado. Quizá sea el momento para acabar con los últimos supervivientes —sonrió inexorable—. Si eso es lo que pretende, Abner, recuerde también quién soy yo. Usted es mi amigo, pero ellos son sangre de mi sangre, son mi pueblo y les pertenezco. Incluso pensaba que era su rey.
Su voz era tan amarga y desesperada que Abner Marsh sintió desvanecerse su ira, y su lugar lo ocupó la lástima.
—Al menos, lo intentó —dijo.
—Y fallé. Le fallé a Valerie y a Simon. Les fallé a todos los que creían en mí. Les fallé a usted y al señor Jeffers, y también a aquel bebé. Creo que incluso le fallé a Julian, no sé bien cómo.
—No fue culpa suya —insistió Marsh.
Joshua se encogió de hombros, pero en sus ojos grises había una mirada fría e inexorable.
—Lo pasado, pasado está. Lo que me preocupa es esta noche, y mañana por la noche, y la noche siguiente. Tengo que regresar. Me necesitan, aunque no lo sepan. Debo regresar y hacer lo que pueda, por poco que sea.
—¿Y usted me dice que abandone?—masculló Marsh—. ¿Cree que soy como ese maldito estúpido que se expuso a su ataque una y otra vez? Diablos, Joshua, ¿y qué hay de usted? ¿Cuántas veces ha bebido ya Julian de sus venas? Me parece que es usted tan tozudo y estúpido como dice que soy yo.
—Quizá —concedió, con una sonrisa.
—Diablos —soltó Marsh—, de acuerdo. Regrese con Julian, pedazo de idiota. ¿Qué demonios quiere que haga yo?
—Lo mejor será que escape de esta casa lo antes que pueda —dijo Joshua—, antes de que nuestros anfitriones se hagan más suspicaces de lo que ya son.
—Ya había pensado en ello.
—Bien, Abner, se acabó. No vuelva a buscarnos nunca más.
—Diablos —contestó Abner Marsh frunciendo el ceño. Joshua sonrió.
—Maldito loco —dijo—. Bueno, búsquenos si quiere. No nos encontrará.
—Ya lo veremos.
—Quizá todavía nos quede alguna esperanza. Regresaré y someteré a Julian y construiré mi puente entre el día y la noche, y usted y yo juntos venceremos al Eclipse.
Abner Marsh masculló algo en tono burlón, pero en lo más hondo de su alma quiso creer en ello.
—Cuide bien mi dichoso barco —le dijo—. Nunca ha habido otro más rápido, y será mejor que lo mantenga en buen estado para cuando vaya a recuperarlo.
Cuando Joshua sonrió, la piel seca y muerta alrededor de su boca se cuarteó y saltó. Se llevó una mano al rostro y la acabó de arrancar. Saltó toda entera, como si sólo fuera una máscara, una terrible máscara llena de arrugas y cicatrices. Debajo, la piel volvía a mostrar un tono lechoso, sereno y sin arrugas, lista para empezar de nuevo, lista para que el mundo y la vida escribieran sus páginas sobre ella. York estrujó su antiguo rostro en la mano; retazos de viejos dolores y escamas de piel se le escaparon de entre los dedos y cayeron al suelo. Se limpió la mano en el gabán y la tendió a Abner. Ambos apretaron con fuerza.
—Todos tenemos que tomar decisiones —dijo Marsh—. Fue usted quien me lo dijo, y tenía razón. Las decisiones no siempre son fáciles. Algún día también usted tendrá que escoger, me temo. Escoger entre sus amigos de la noche y… bueno, llámele el bien. Hacer el bien. Ya sabe a qué me refiero. Cuando llegue el momento, haga la elección correcta.
—Y usted también, Abner. Tome sus decisiones sabiamente.
Joshua York se volvió, con la capa ondulando tras él, y salió afuera. Saltó sobre la balaustrada con grácil facilidad y se dejó caer desde siete metros de altura al suelo como si lo hiciera todos los días, aterrizando sobre los pies. A continuación desapareció, moviéndose con tal rapidez que pareció fundirse con la noche. Quizá se había convertido en niebla, pensó Abner Marsh.
Lejos, en el resplandor distante que formaba el río, un vapor hizo sonar su sirena, una llamada difusa y melancólica, medio perdida y medio solitaria. Era una mala noche en el río. Abner Marsh se estremeció y se preguntó si estaría helando. Cerró las puertas del balcón y regresó al lecho.
CAPITULO TREINTA