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De acuerdo, suponiendo que Royd no apareciera en escena para enturbiar las aguas. Suponiendo que esa mujer y su hijo habían perecido, como le había dicho a Boch.

Necesitaba la confirmación.

Miró su libreta y vio el nombre subrayado, el último de la lista. Dave Edmunds.

Royd había puesto el pollo de Hunan en dos platos de cartón en la pequeña mesa junto a la ventana y estaba sirviendo el vino en un segundo vaso cuando entró Sophie.

– He comprado vino tinto. ¿Le parece bien?

Ella dijo que sí con la cabeza.

– Aunque preferiría tomar café.

– Prepararé una cafetera más tarde -dijo él, y señaló una silla-. Es vino barato de supermercado y de todas maneras no tolerará más de dos copas. Le aseguro que no es mi intención emborracharla.

– No era eso lo que creía.

– ¿Ah, no? -preguntó Royd, con la boca torcida en una sonrisa-. Creía que todo lo que hacía o decía era sospechoso. Detecto en usted cierta actitud de cautela. A veces actúo siguiendo mis impulsos, pero no la asaltaré.

– Porque soy un anzuelo demasiado importante para Sanborne y Boch.

– Correcto. -Royd sonrió-. De otra manera, estaría perdida.

Ella se sentó y cogió un tenedor.

– Creo que no. Jock ha sido un excelente instructor.

Él soltó una risilla.

– Entonces, decididamente me mantendré a distancia -dijo, y tomó un trago de vino-. He oído decir que Jock es un auténtico especialista.

Ella alzó la mirada al tiempo que fruncía el ceño.

– Se ve que está fingiendo. No recuerdo haberlo visto reír antes.

– Quizá intente hacerle bajar la guardia para dar el salto.

Sophie se lo quedó mirando.

– ¿Es eso lo que intenta?

Él se encogió de hombros.

– O podría ser que Kelly finalmente me ha llamado y me he enterado de que no lo han convertido en fiambre. Ya me doy cuenta de que piensa que soy un hijo de perra insensible, pero no me agrada ver que la palman los hombres que he enviado al frente.

– Sin embargo, lo ha enviado de todas maneras.

– Sí -admitió él, mirando por encima del borde del vaso-. Tal como la enviaría a usted.

– Me parece bien. -Sophie comió otro bocado-. ¿Qué ha dicho Kelly?

– Que no había encontrado los archivos, pero que seguirá intentándolo. Volverá a llamarme más tarde esta noche.

– Puede que no estén en la sala de archivos. Quizá Sanborne los tenga a salvo en su casa.

– Tal vez. Pero apostaría a que quiere tenerlos en un lugar donde la seguridad sea máxima, y ese lugar es la planta.

– Pero es probable que los guarden en una caja fuerte de todas maneras.

– Kelly puede entrar en la mayoría de las cajas fuertes, siempre y cuando tenga tiempo.

Sophie recordó la facilidad con que Royd había burlado los cerrojos de su casa.

– Qué conveniente. Aunque Kelly los encuentre, puede que no reconozca el CD -dijo Sophie, bajando la voz-. A menos que tenga estudios superiores de química. Sanborne ha etiquetado todos sus discos con números de código. Y esa fórmula es muy compleja e intrincada. Necesitará ayuda.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Kelly puede meterme en las instalaciones?

Royd se puso rígido.

– De ninguna manera -dijo, en tono neutro.

– ¿De ninguna manera me puede meter dentro o de ninguna manera quiere que lo haga?

– Las dos cosas.

– Pregúntele si puede hacerlo.

Royd soltó una imprecación entre dientes.

– ¿Pretende meterse en la boca del lobo cuando intentamos precisamente mantenerla lejos de Sanborne para que no le corte el cuello?

– Necesitamos ese CD. Es nuestro objetivo primordial. Y usted lo sabe.

– Y lo conseguiré.

– Pero puede que el tiempo se le acabe. Ha dicho que será más difícil si Sanborne traslada las instalaciones al extranjero.

– No -dijo él, con tono firme-. Dejaremos que Kelly haga su trabajo.

– Pregúntele cómo podría entrar. Debe saber dónde están situadas cada una de las cámaras de seguridad, ya que trabaja en la sala de vigilancia. Jamás podría haber llegado cerca de ningún archivo reservado si no supiera cómo burlar esas cámaras.

– Sin embargo, una vez que se encuentra dentro, sólo puede pasar la seguridad con una huella dactilar.

– Ya lo sé. Pero si Kelly le ha entregado información sobre mí, ha conseguido burlarlas.

– Cambió el código de su huella por el de un científico que estaba de vacaciones unos días. Tuvo que restaurarlo casi enseguida.

– Si lo hizo una vez, puede volver a hacerlo. O encontrar alguna otra manera. Pregúntele.

– No la necesitamos a usted ahí dentro. Descríbame las etiquetas de código de Sanborne.

Ella le respondió con un silencio deliberado.

– Tenemos que trabajar juntos, Sophie.

– A menos que sea usted el que prefiera trabajar solo -dijo ella, con tono seco-. Seguro que no se lo pensaría dos veces antes de dejarme en la estacada.

Ahora fue él quien guardó silencio.

– Puede que sí. ¿Qué importa eso si consigo acabar la misión?

– Importa. Ha dicho «si», y ésa es la palabra clave. He renunciado a demasiadas cosas como para jugármelo todo por su manera de planear todo esto. -Sophie acabó su plato y se llevó el vaso a los labios-. Quiero hacer algo. Quiero recuperar a mi hijo.

Él se la quedó mirando un buen rato y luego se encogió de hombros.

– Le preguntaré a Kelly. Tiene razón. ¿Por qué habría de detenerla? Por lo visto, tiene ganas de que la maten.

– ¿Cuándo lo llamará?

– Lo llamaré ahora mismo -Se incorporó y sacó su móvil-. Tómese otra copa de vino. Yo voy a salir fuera un momento. Necesito aire.

– ¿Qué va a decirle que yo no pueda escuchar?

– Le preguntaré qué posibilidades tendrá si consigue meterla dentro. Y si no me gustan las probabilidades, usted no irá a ningún sitio. -Acto seguido salió y cerró la puerta.

Ella se quedó sentada unos minutos y luego se acercó a la ventana. Royd se paseaba de arriba abajo por el parking del motel, hablando por el móvil. No había esperado esa reacción por su parte. Había pensado que cumpliría su promesa de protegerla pero, ante su propuesta de entrar en las instalaciones, él había tenido una actitud negativa y violenta. Quizá no lo conocía tan bien como creía. Había pensado que su obstinada pasión por ponerle las manos encima a Sanborne y a Boch dejaba en segundo plano y nublaba los demás rasgos de su personalidad. Pero cuanto más estaba a su lado, más matices revelaba su carácter.

Como esa lujuria suya, pensó. Tampoco aquello debiera sorprenderla. Era evidente que Royd era un hombre muy viril, y que el sexo gobernaba el mundo. Debería haberle sorprendido más el hecho de que le preocupara la seguridad de Kelly, un empleado. Royd le había advertido que Kelly debía correr ciertos riesgos pero, por lo visto, su actitud no era tan insensible como daba a entender superficialmente.

Royd seguía hablando y ella comenzaba a impacientarse. Detestaba tener que esperar a que volviera. Detestaba no tener el control de la situación. Bueno, había un aspecto en el que sí tenía el control. Se giró y cruzó la habitación hasta la mesa donde tenía el móvil, dentro del bolso.

Y el móvil sonó justo cuando lo sacaba del bolso.

– Yo también te quiero. -Sophie apagó el móvil y se giró hacia la puerta al darse cuenta de que Royd entraba en la habitación.

– Dave ha vuelto a llamar. Me preguntaba si… -Sophie calló al ver la expresión de Royd, que acababa de cerrar de un portazo y cruzaba la habitación a toda prisa-. ¿Qué diablos…?

Royd lanzó una imprecación al cogerla por los hombros.

– Es usted una imbécil. Le dije que…

– Quíteme las manos de encima.

– Mejor tener las mías encima que las de Sanborne. Maldita sea, se las hará pasar canutas. ¿Por qué diablos correr el riesgo sólo porque siente una debilidad por un antiguo amante? ¿Por qué no me ha hecho caso?