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Sophie asintió con un gesto de la cabeza y miró hacia el enorme edificio de la factoría que se alzaba ante sus ojos para que él no viera lo asustada que estaba a medida que pasaban los segundos.

– ¿No debería tener un arma?

– No -dijo Royd-. Puede que se vea tentada de usarla y no queremos verla metida en un enfrentamiento. Es más seguro para Kelly y más seguro para usted.

– Y no quiere arriesgarse a perder a Kelly.

– Absolutamente -dijo Royd, sin más-. Me alegra ver que entiende las prioridades de la situación.

– Sobre eso no tengo dudas. -Casi habían llegado a las puertas y Sophie sentía el sudor que le humedecía las manos-. ¿Y usted estará esperando en la puerta cuando yo vuelva?

– O entraré a buscarla si la pifia -dijo Royd, sonriendo apenas-. Como usted misma ha dicho, no puedo arriesgarme a que desvele la presencia de Kelly como topo.

– No la pifiaré. -Dios, esperaba que eso fuera verdad. No se había imaginado que tendría tanto miedo.

– Espere aquí. -Kelly había abierto las puertas y se había deslizado en el interior. Al cabo de dos minutos, volvió-. El guardia de aquella esquina está vigilando la operación de carga. Tú, Royd, quédate aquí. Y vigílalo. Yo entraré con ella -dijo, y le cogió la mano a Sophie-. ¡Agáchese y corra!

Sophie echó a correr.

Quedaban diez metros hasta la puerta del sótano. Dios mío, las luces eran tan intensas que si el vigilante se giraba por fuerza tendría que verlos. Sólo un metro. Ya estaban dentro.

La embargó un profundo alivio, pero Kelly no le dio ocasión de recuperar el aliento, porque ya la llevaba hacia la puerta de la escalera de emergencia.

– Dese prisa, nos quedan tres minutos antes de que se corte la luz.

Subieron las seis plantas en dos minutos. Kelly echó una mirada a la oscuridad que reinaba en los despachos de paredes de vidrio.

– Está vacío. Deprisa. Con un poco de suerte, entraremos en el despacho antes de que el circuito…

De pronto, la oscuridad.

Una oscuridad total.

– No hemos tenido suerte -dijo Kelly, poniéndose el visor de infrarrojos y echando a correr por el pasillo-. Sígame de cerca. Puede que no tengamos tanto tiempo como pensaba. Por lo visto, el temporizador tiene un fallo. Deberíamos haber tenido un minuto más…

Mierda.

Royd rodó por el suelo hasta quedar debajo de un coche aparcado cuando oyó los gritos y vio a los guardias correr de un lado a otro, confundidos. Miró su reloj.

El temporizador tenía que haber fallado.

Y si el temporizador no era fiable, significaba que todo el plan podía fallar.

¿Debería entrar a buscarlos?

No, siempre tenía que haber un hombre de apoyo en una misión tan arriesgada.

Y le había dicho a Sophie que sólo contaba consigo misma. Tenía que reconocer que lo había dicho para que ella desistiera. Aunque no sólo por eso. Sophie tenía que saber que si se comprometía, ella era la que corría peligro.

Vale, no había que entrar. Debía vigilar los alrededores. Encontrar una manera de abandonar las instalaciones, en caso de que Sophie consiguiera salir antes de que las luces se encendieran como un árbol de navidad. Kelly había hecho todo lo que podía, pero su responsabilidad acababa en cuanto Sophie saliera de la puerta del sótano.

Y la responsabilidad de Royd empezaba ahí donde terminaba la de Kelly.

Volvió a mirar su reloj. Habían pasado dos minutos. Faltaban otros diez.

Empezó a arrastrarse para salir de su escondite.

– Nos quedan diez minutos -murmuró Sophie, mientras iluminaba la combinación de la caja fuerte con la linterna.

– Shh. -Kelly tenía la oreja pegada a la superficie metálica de la puerta. Movía los dedos con delicadeza y precisión.

Unas manos bellas, unos dedos gráciles, pensó ella, como distraída. Era curioso quedar prendada de las manos de un asaltante de cajas fuertes. Pero era más raro aún estar ahí arriesgando el pellejo junto a él.

Por amor de Dios, ábrela ya.

Quedaban siete minutos.

El último minuto parecía haber durado una hora. Seis minutos.

Sophie sentía el corazón disparado en la boca de la garganta. Venga. Venga.

¡La puerta de la caja fuerte se abrió! Kelly se apartó.

– Ha sido muy justo. Sólo tendrá un par de minutos para revisarlo si quiere tener tiempo suficiente para salir de aquí.

– Vaya, gracias. -Las manos de Sophie volaban revisando la caja de CDs-. No esta aquí -dijo, y buscó en una segunda caja-. Tampoco está aquí, maldita sea.

– Ya se acaba el tiempo.

– No… -Y de pronto lo vio, en la parte trasera de la caja. Era la codificación de Sanborne, la misma con que había marcado los discos del REM-4.

– ¿Lo ha encontrado?

– No es el mismo. No sé si… -balbuceó Sophie, y se incorporó de golpe, paseando una mirada frenética por el despacho. Tenía que encontrar un ordenador portátil con batería. Vio uno en un rincón y cruzó corriendo la habitación-. Lo copiaré.

Kelly soltó una imprecación.

– ¡No hay tiempo!

Ella miró en la mesa en busca de un CD virgen mientras el ordenador se encendía. Tendría que guardarlo en el disco duro y luego copiarlo…

– No he venido hasta aquí para irme con las manos vacías.

– Entonces coja el maldito CD.

– Eso es lo que voy a hacer -dijo ella, decidida-. No creo que sea el que buscamos, pero es de los archivos privados de Sanborne. Quizá podamos utilizarlo. -Sophie miró por encima del hombro-. Salga de aquí. Necesita el tiempo que queda para volver y deshacerse del temporizador. Yo borraré el historial del ordenador, devolveré el original a la caja de seguridad y haré girar la combinación. Y luego lo seguiré.

Él miró su reloj y corrió hacia la puerta.

– Tiene tres minutos como máximo, Sophie. De otra manera, no podrá salir -avisó.

Y enseguida desapareció. «Enciéndete. Enciéndete, maldita sea». De pronto la pantalla se iluminó.

Tardó otros tres minutos en acabar el proceso de la copia. Pulsó las teclas para eliminar la copia del disco duro, devolvió el original a la caja fuerte e hizo girar la combinación. Salió enseguida y echó a correr por el pasillo hacia la escalera de emergencia.

Quedaban menos de dos minutos.

Bajó las escaleras de dos en dos.

Una planta.

Dos.

Cuatro.

Seis.

Salió disparada por la salida de emergencia. Le quedaba un minuto. Corrió hacia la puerta del sótano y la abrió de un tirón.

¡Las luces se encendieron!

– ¡Venga! -Royd la cogió por la muñeca, la sacó a toda prisa del edificio y echaron a correr hacia el aparcamiento. La hizo rodar debajo del primer coche que encontraron-. ¡Es usted una imbécil! ¿Por qué ha tardado tanto?

– Cállese. Tuve que hacerlo. -Sophie no podía respirar-. Y he mandado a Kelly por delante. Tuvo tiempo suficiente para desconectar el temporizador.

– No nos servirá de nada si nos descubren. Esperemos que todos se dirijan al interior para revisar el edificio.

– ¿Podemos cruzar la valla?

– No podemos arriesgarnos. Los he visto mandar a unos hombres para que vigilen el perímetro y se aseguren de que no hay señales de intrusos.

– ¿No nos facilitará las cosas cuando descubran que la avería ha sido un accidente?

– Tardarán un rato en comprobar que así ha sido. -Royd empezó a moverse para salir de debajo del coche-. Hasta entonces, tendremos que aguantar y esperar lo mejor.

– ¿En este aparcamiento?

– No, es un espacio demasiado abierto. Quédese aquí. Echaré una mirada y veré si el camino está despejado. Dejaremos que nos saquen de aquí en uno de sus camiones de mudanza.