– ¿Qué?
– ¿Se le ocurre alguna idea mejor?
– No. -Sin embargo, Sophie recordaba que había visto a muchas personas alrededor de aquellos camiones más temprano aquella noche-. No estoy segura de que funcione.
– Yo tampoco. Pero es nuestra mejor apuesta. No podemos volver al edificio, y nos volarían el culo si intentamos salir por la verja. Esperemos que Kelly haya preparado debidamente la avería eléctrica para que no sospechen, y que usted no haya dejado huellas de la intrusión.
¿Había dejado todo como estaba? Tenía mucha prisa, pero había procurado tener cuidado.
– No me gusta ese silencio.
– Creo que no debería haber problemas.
– Más nos vale -dijo él, con voz grave, mientras seguía arrastrándose-. No me gusta la idea de que nos veamos atrapados en una ratonera.
Hasta hora, todo va bien, pensó Sophie.
La zona alrededor de los camiones parecía desierta. Y bien, ¿por qué no? Supuestamente, no había nada importante dentro de los camiones y todos estaban dentro del edificio intentando averiguar qué diablos había ocurrido.
– Arriba. -Royd la hizo subir al camión y la siguió rápidamente. Miró los muebles-. El armario metálico. -Royd se acercó al armario de casi dos metros y abrió las puertas-. Estanterías, maldita sea -masculló por lo bajo. Royd hurgó en su bolsillo y sacó una cadena con distintas herramientas colgando de ella-. Vigile la parte trasera del camión mientras me deshago de esto.
Sophie se agachó frente a la puerta abierta del camión.
– ¿Qué es eso? ¿Una navaja suiza?
– Bastante más sofisticada, pero la idea básica es la misma. ¿Qué ocurre ahí dentro?
– Mucha actividad. Guardias que van y vienen…
¡Y uno de ellos estaba abriendo la puerta de la factoría!
– ¡Dese prisa!
– Eso hago. Queda una estantería. Podemos dejar la de arriba.
– Viene un guardia… No, se ha detenido y está hablando con alguien de dentro.
– Ya lo tengo. -Royd se incorporó de un salto y llevó las estanterías hasta el sillón de cuero en un rincón-. Métase dentro. -Dejó las estanterías detrás del sillón-. No hay sitio para ponerse de pie, pero los dos podemos acurrucamos dentro.
– No hay mucho sitio -dijo ella, metiéndose dentro del armario. Todavía oía al guardia que conversaba. Que siga hablando, que siga hablando-. Y usted no es un enano, que digamos.
– No precisamente. -Royd se metió dentro del armario y cerró una puerta. Luego cogió la otra puerta por la bisagra y tiró de ella para cerrarla-. Es una suerte que usted sea lo bastante delgada para compensar.
Se hizo la oscuridad total.
Una cercanía agobiante.
A Sophie le latía con tal fuerza el corazón que estaba segura de que Royd podía oírla.
– No pasa nada -susurró él-. No son chicos demasiado inteligentes, o nunca habrían dejado el camión sin vigilancia. Lo más probable es que no lleven a cabo una búsqueda.
Ella asintió con un movimiento enérgico de la cabeza, pero permaneció muda. No quería hacer nada que redujera esas probabilidades.
El tiempo transcurrió con una lentitud exasperante.
Cinco minutos.
Diez minutos.
Veinte minutos.
Treinta minutos.
Cuarenta minutos.
La puerta del camión se cerró con tal estrépito que el armario se movió.
Sophie sintió una ola de alivio.
Al momento siguiente, el motor rugió y se puso en marcha.
¿Se detendría en la puerta de entrada?
No, era evidente que los habían dejado pasar.
Se dejó ir contra el frío metal del armario.
– Le dije que no pasaría nada -dijo él, por encima del rugido del motor-. Kelly es un experto. Es probable que hayan verificado la avería eléctrica y no hayan encontrado nada sospechoso.
– Odio a la gente que dice «Ya te lo había dicho».
– Reconozco que es uno de mis defectos. Tengo razón tan a menudo que se puede convertir en un rasgo muy desagradable para los demás.
Royd bromeaba. Ahí estaban, encerrados en aquel estrecho ataúd metálico y a él no le molestaba en lo más mínimo. A Sophie le entraron ganas de matarlo.
– En realidad, deberíamos agradecer que no siguen el procedimiento habitual para trasladar esta carga al barco.
– ¿Qué?
– La mayoría de las veces sólo tienen contenedores cerrados que cargan en el barco mediante grúas. En cuyo caso, se nos habría acabado la suerte.
– ¿Por qué no hacen eso ahora?
– Tendría que preguntarle a Sanborne. Tiene que haberles dicho que había que trasladarlo con mucho cuidado y a mano.
– ¿Y cómo se supone que saldremos de este camión cuando lleguemos a nuestro destino? -preguntó ella, entre dientes.
– Ya veremos.
– Yo no funciono de esa manera. Usted verá. Yo necesito un plan.
– De acuerdo, tracemos un plan. Usted primero.
– Nos encontrarán cuando empiecen a descargar. Tendremos que salir antes.
– Buen plan. Y mi plan es esperar a que abran la puerta y matarlos cuando suban a descargar o esperar hasta que descarguen uno de los otros muebles y luego aprovechar la oportunidad para salir a toda leche. En pocas palabras, ya veremos.
– No tengo qué preguntar cuál de las dos opciones prefiere.
– Sí, soy un cabrón tan sediento de sangre que espero con ansias mi próxima víctima.
– No, no he querido decir… Pero me ha hecho enfadar. No tengo derecho a culparlo por…
– Por el amor de Dios, cállese ya -dijo él, con voz seca-. Tiene derecho a decirme lo que quiera sin tener que entrar en una espiral de culpa. ¿Ha encontrado el CD? -preguntó, para cambiar de tema.
– No, no exactamente.
– O lo ha encontrado o no lo ha encontrado.
– No he encontrado el CD del REM-4. Pero encontré otro con los códigos especiales de Sanborne e hice una copia.
– ¿Por qué?
– Porque quería ver qué contenía -dijo Sophie, y calló-. Y me ha irritado no haber encontrado el REM-4. Maldita sea, con las ganas que tenía de encontrarlo.
– Eso era bastante evidente. Podría haber sido un desastre.
– Pero usted me dejó intentarlo.
– Y eso debería asustarla. Si hay una posibilidad de tener éxito, aunque sea parcial, la dejaré intentarlo. A pesar de la promesa que les hice a Jock y a usted. Siempre me ocuparé de que salga con vida una vez consumados los hechos.
– Nunca he pedido más que eso. No, eso no es verdad. Si alguna vez pone a mi hijo en peligro, lo mataré con mis propias manos.
– Eso no hay ni que decirlo. Todos tenemos una tecla del infinito que puede dispararse.
– ¿Una tecla del infinito?
– El mecanismo único que puede liberar todo el mal y todo el bien que hay en nosotros. La caja de Pandora. Un acto o una persona que pueden conducirla a hacer lo que tiene que hacer a como dé lugar.
– ¿Y Michael es mi tecla del infinito?
– ¿No lo cree usted?
Cualquier bien o cualquier mal…
– Supongo que sí. Sin embargo, yo estaba dispuesta a matar a Sanborne para vengarme de lo que le hizo a mi familia. Así que tiene que haber otras teclas.
– En su caso, están todas conectadas con sus seres queridos.
Eso era verdad.
– ¿Y cuál es su tecla, Royd?
– El odio puro.
La respuesta le provocó un sobresalto. Estaba tentada de dejar el tema, pero la posibilidad de indagar más allá era una atracción irresistible.
– El odio es el producto. ¿Pero cuál es la causa de todo ese odio? ¿Cuál es el gatillo? ¿Garwood?
– Puede que sí.
– Royd.
Él guardó silencio un momento.
– El REM-4 tardó un tiempo en hacerme efecto. Yo me resistía, y eso irritaba a Sanborne y a Boch. Buscaban todo tipo de métodos para perfeccionarlo, al igual que Thomas Reilly hacía con Jock. Boch tuvo una gran idea. Me llevaron hasta Garwood reclutando a mi hermano menor, Todd. Luego, lo encadenaron a una pared y cada vez que yo no obedecía las instrucciones, le daban una paliza y le negaban el agua. Aquello tuvo un efecto psicológico satisfactorio en mí cuando se administraba con el REM-4. En un abrir y cerrar de ojos, me convertí en el zombi que ellos deseaban. Después de eso, Todd ya no les servía porque estaba a punto de morir de los golpes y la desnutrición. Así que lo mataron ante mis propios ojos. Se suponía que debía ser una prueba final. Para entonces, ya tenían bastante confianza en mí. Dios, qué par de imbéciles. Sólo demuestra lo poco que Sanborne sabe acerca de la naturaleza humana. El asesinato de Todd fue el primer ladrillo que se desprendió del muro que habían construido a mi alrededor. El resto tardó otros dos meses en caer, pero cayó.