– Vale, vale. -Royd cerró el portátil con una violencia apenas contenida-. ¿Yo qué voy a saber? Pero yo no dejaría a mi compañera ni la abandonaría a su suerte cuando tiene problemas. Por lo que he oído, se supone que el vínculo del matrimonio es bastante más fuerte. Él tendría que haberla ayudado.
– No tiene idea de lo difícil que era vivir con Michael.
– Usted también vivía con él. Y no lo abandonó. -Antes de que ella respondiera, siguió-: Sienta todo el dolor que quiera, aunque sea una tontería. Pero no permita que eso le impida pensar en su propia supervivencia. Se trata de un asunto muy sucio y tenemos que lidiar con ello.
– Usted sabe que yo no lo maté -dijo Sophie, frotándose la sien-. Yo no estaba en aquella zanja. La policía lo descubrirá si lo investiga.
– ¿Eso cree? No si la persona que lo mató sabía lo que hacía. No creo que en esta ocasión Sanborne mandara a otro Caprio. Esta vez ha contratado a un auténtico profesional.
– ¿Qué dice?
– Que habrá limpiado toda huella que pudieran usar los forenses para orientar a la policía en su búsqueda, y que habrá dejado algún objeto que la incrimine a usted.
– ¿Como qué?
– Como el ADN. En los días que corren, es el mejor amigo de un asesino. Siempre y cuando él mismo pueda esquivar la bala.
– Como seguramente usted podría hacer -dijo ella, con gesto amargo.
– Sí, soy muy bueno esquivando balas. Pero no tiene que preocuparse por mí sino por el sobre o los cabellos que encontrará la policía.
– ¿Qué sobre?
– Era uno de los objetos que sugerían nuestros maestros en Garwood. Cuando se deja la saliva en el pegamento de un sobre, eso se conserva durante años. Consiga un cabello de un cepillo en la taquilla de una persona y ya tenemos otra prueba irrefutable. ¿Sanborne tenía acceso a su correspondencia cuando trabajaba con él?
– Desde luego que sí.
– ¿Y guarda usted objetos personales de aseo en su taquilla en el hospital?
Ella asintió con la cabeza.
– Entonces seguro que la policía ha recogido una muestra para llevar al laboratorio de ADN y su plato ya está guisado. ¿Me entiende?
Sophie lo entendía, y las consecuencias la horrorizaban.
– ¿Sanborne lo ha matado sólo para implicarme a mí?
– Hay una buena probabilidad. Usted se ha convertido en un problema, y no hay mejor manera de desacreditarla que un asesinato.
Sophie sacudió la cabeza, como atontada.
– Parece imposible. No, no lo es. Sólo que me cuesta asimilarlo.
– Pues será mejor que empiece a hacerlo -dijo él. Su tono de voz era tan inflexible como su expresión-. Porque tenemos que empezar a pensar en una respuesta.
– Sólo le pido que se vaya, Royd. Que me deje un rato sola.
– Después. Podrá llorar a Edmunds después de que se dé cuenta de las implicaciones. -Royd se cruzó de brazos y se reclinó en la silla-. Lo más importante para usted es que empezarán a buscarla. Y esa búsqueda incluirá a Michael.
– Michael está a salvo en Escocia.
– ¿Cree que MacDuff estará dispuesto a esconderlo si eso significa tener que lidiar con las autoridades de Estados Unidos?
– No lo sé. Pero Jock no dejaría que nada le ocurriera. -Sin embargo, ¿sería Jock capaz de ofrecerle un techo si MacDuff les negaba su refugio? Eso sencillamente no lo sabía-. Puede que no sepan cómo encontrarlo -dijo, y luego un pensamiento le vino a la mente-. O quizá sí sepan. Puede que Dave le haya hablado a Jean de la existencia de Jock.
– Para estar seguros, tenemos que suponer lo peor. En primer lugar, usted es sospechosa y puede que haya que recurrir a algo muy sofisticado para sacarla de esto. En segundo lugar, mientras siga siendo sospechosa, carece de toda credibilidad, y a Sanborne eso le va muy bien. Y, en tercer lugar, Michael será vulnerable ante Sanborne y Boch, pero también ante la policía. ¿Me entiende?
– Claro que le entiendo.
– Vale. Ahora la dejaré dormir un rato -dijo Royd, y se incorporó-. Tenía que asegurarme de que lo entendiera bien antes de dejarla. Es más importante que piense en su propia seguridad que en la muerte de Edmunds.
– No, no lo es. -Sophie sintió que las lágrimas le ardían en los ojos-. Tengo que pensar en las dos cosas. Estuve casada con él, por el amor de Dios. Puede que a usted no le cueste compartimentar las cosas, pero a mí sí. No poseo tanta frialdad.
– ¿Frialdad? Ya quisiera yo ser frío. Me facilitaría mucho las cosas. -Royd se dejó caer de rodillas ante ella-. ¿Quiere consuelo? Yo le daré consuelo. Aunque no creo que Edmunds se mereciera que usted hable tan bien de él.
Ella se puso tensa.
– No estoy hablando de él. Y no quiero su… -Sophie calló cuando él la abrazó-. Suélteme. ¿Qué se ha creído…?
– Cállese -dijo él, con voz seca. Le cogió la nuca y la hizo apoyarse en su hombro-. Llore, si quiere. No puedo darle comprensión, pero le ofrezco mi hombro y respeto su derecho a opinar como quiera -dijo, acariciándole el pelo-. La respeto a usted.
Aquella mano grande sobre su pelo era como la pata de un oso, pensó Sophie. Había en ella una torpeza que debería haberla irritado. Pero, al contrario, era curiosamente reconfortante.
– Suélteme. Me siento… rara.
– Hábleme de ello. En este momento soy lo único que tiene. ¿Acaso no soy mejor que una almohada mojada?
– En cierto sentido -murmuró ella, y lo abrazó con fuerza, instintivamente. No era verdad. Ahora sentía que el dolor y el impacto se desvanecían, como si se los estuviera traspasando a él, como si él deseara que se librara de ello-. No tiene que hacer esto, ¿sabe? Jamás lo habría esperado de usted.
– Para mí también es una sorpresa. No sé cómo hacer estas cosas, y me da rabia. No soy demasiado bueno cuando se trata de estas cuestiones de sensibilidad. El sexo es fácil, pero no puedo… -dijo, y respiró hondo-. No era mi intención mencionar el sexo en este momento. Se me ha escapado. Pero, bueno, ¿qué diablos espera de mí? Soy un hombre.
– Y me respeta profundamente.
Él la apartó para mirarla a la cara.
– Lo he dicho en serio. Es usted una mujer inteligente y bondadosa, y es una buena madre. Y yo sé juzgar bien las bondades de una madre, porque tuve algunas madres adoptivas nada brillantes. No es culpa suya que tenga la cabeza hecha un lío.
– No tengo la cabeza hecha un lío. Creo que usted debe de ser el hombre más falto de tacto del mundo, y en este momento me es imposible hablar con usted.
– Shh -dijo él, y volvió a abrazarla-. Me callaré la boca. Al menos, lo intentaré. Si usted empieza a hablar bien de Edmunds, no le prometo nada. Él no se la merecía.
– Era un hombre decente. No era culpa suya si se casó con la mujer equivocada… -dijo, y calló. No tenía intención de convencerlo y era agradable tener a alguien que se pusiera, sin fisuras, a favor suyo. Al menos en ese momento de dolor e incertidumbre. Era probable que mañana se desentendiera del asunto, pero en ese momento le ofrecía una ayuda que ella necesitaba desesperadamente-. Y si no fuera por mí, estaría vivo.
– Estupendo. Otra víctima en su puerta. ¿Nunca se cansa de arrastrar esa carga de culpa? -Royd se incorporó y la hizo incorporarse-. Si él hubiera estado a su lado, estarían luchando juntos contra Sanborne. Puede que su muerte no se hubiera producido. -La tendió en la cama y se recostó a su lado-. No se ponga tan rígida. No pienso aprovecharme de usted. Es que no puedo mantenerme en esa posición toda la noche sin que me den calambres -dijo, y volvió a abrazarla-. ¿Le parece bien así? Si no, la dejaré. Se lo prometo.
– ¿Dice la verdad? -preguntó ella, con voz insegura.
– Es probable que no. Como le he dicho, no soy un hombre demasiado sensible. Tengo tendencia a tratar de arrasarlo todo cuando creo tener razón. Es probable que haría lo posible por convencerla de lo contrario.