A su espalda. Cada nervio, cada uno de sus instintos lo alertaba. Giró lentamente la cabeza. Más cerca.
Por el rabillo del ojo, tuvo un atisbo de movimiento.
– ¡Ahora!
Cayó al suelo e hizo girar las piernas en un movimiento de barrido contra las piernas del hombre a sólo un metro de distancia. Y lo hizo caer.
Royd tuvo la impresión de que era un tipo robusto y de baja estatura, justo antes de que el hijo de puta rodara hacia atrás y lanzara el cuchillo que tenía en la mano.
Royd alzó instintivamente el brazo.
El dolor.
Sintió que la hoja penetraba en el músculo de su antebrazo. De un tirón, se quitó el cuchillo y lo lanzó de vuelta. Vio que la hoja penetraba en el hombro de su atacante.
– ¿Royd? -Dios mío, el muy cabrón reía-. Sanborne no me lo dijo. Es todo un placer.
Joder, era Devlin.
Devlin inclinó la cabeza, y escuchó.
– Pero vaya, puede que tenga que ser breve. Nos interrumpen. Es una lástima -Devlin rodó por el suelo y se ocultó tras un árbol.
Royd sacó su arma y avanzó, intentando ver dónde se había metido.
Sangraba como un cerdo empalado. No había tiempo para restañar la herida.
Alcanzó a ver a Devlin corriendo cerro abajo haciendo zigzag. Apuntó y disparó.
Había fallado. Devlin volvió a ocultarse tras un árbol.
El ruido de los movimientos en el cerro que habían alertado a Devlin se acercaban. ¿Eran Jock y MacDuff?
A pesar de estar herido, Devlin se movía entre los árboles a una velocidad sorprendente.
Demasiado rápido.
La sangre brotaba de su brazo. Se desmayaría si no paraba la hemorragia. Mierda.
¿Debía volver a disparar? Ya estaba demasiado lejos.
Se detuvo y lanzó una imprecación, frustrado. De acuerdo, déjalo correr, pensó. Ya habría otra ocasión. Tratándose de Devlin, siempre habría otra ocasión.
Tenía que llamar a Jock y a MacDuff y conseguir que le curaran la herida lo antes posible. Quizá podrían ir a por Devlin.
Pero no lo alcanzarían si ya disponía de tanta ventaja. Devlin era demasiado bueno.
Ya se ocuparía de eso.
Alzó el arma que sostenía y disparó al aire. Después, presionó en un punto por encima de la herida y esperó a Jock.
– No tiene buena pinta. Debería verte un médico. -Jock había acabado el vendaje improvisado del brazo de Royd-. Has perdido bastante sangre.
– Después. Las he visto peores. -Royd se incorporó-. Tenía que parar la maldita hemorragia -explicó, mientras buscaba su teléfono móvil-. Y tengo que llamar a Sophie y cerciorarme de que se encuentra bien.
– Ella y Michael estarán bien -dijo Jock-. El castillo está vigilado como una fortaleza. Y sólo un loco se atrevería a buscarlos después de que lo has hecho huir de su escondite.
– Exactamente. -Royd marcó el número de Sophie.
Ella contestó a la tercera llamada, lo que provocó en él un profundo alivio.
– ¿Cómo está Michael?
– ¿Tú qué crees? -Sophie guardó silencio un momento-. Pero no has llamado para preguntarme cómo está mi hijo. ¿Dónde estás?
Él no contestó.
– Volveré pronto. Ha habido un problema.
– ¿Qué tipo de problema?
– Ya está resuelto. Hablaré contigo más tarde. Vuelve con Michael -ordenó, y colgó.
Sophie estaba enfadada y frustrada, y esa manera de colgar suya era la gota que colmaba el vaso. Mala suerte. No tenía tiempo para explicaciones.
– Te dije que estaría bien -dijo Jock-. MacDuff no la habría dejado si no estuviera seguro.
– Vale, vale. Me perdonarás si no tengo la misma fe en MacDuff que tú. Tenía que asegurarme.
– ¿De verdad creías que Devlin intentaría dar con ella después de lo ocurrido esta noche?
– Si pensara que tiene la más mínima oportunidad de llegar hasta donde están Michael y Sophie, se la jugaría. Le gusta caminar sobre la cuerda floja. -Royd vio que MacDuff y cinco hombres más salían del bosque-. No lo habéis alcanzado -dijo, alzando la voz-. Os dije que era una pérdida de tiempo. Es probable que tuviera un coche en las cercanías y que ya esté camino de Aberdeen.
– He llamado al magistrado y le he dado la descripción que usted me dio -dijo MacDuff-. Estarán alertas. Tenemos una posibilidad.
Royd sacudió la cabeza.
– No lo creo. Ese hombre sabe lo que hace.
– ¿Garwood? -inquirió Jock.
Royd asintió con un gesto de la cabeza.
– Uno de los mejores. O de los peores, depende de cómo se mire -dijo, y pensó un momento-. ¿Habéis ido a la cabaña?
MacDuff negó con la cabeza.
– Íbamos hacia allá cuando escuchamos los disparos. -Hizo una señal a Campbell y a los hombres a su espalda-. Volved al castillo. Ya nos ocuparemos.
– Puede que no haya nada de que ocuparse -dijo Royd-. No creo que Devlin estuviera con otro. Le gusta trabajar solo. Pero os acompañaré.
MacDuff se encogió de hombros.
– Como quiera. -Se giró y empezó a caminar nuevamente cerro arriba con sus hombres.
Jock no se movió. Se había quedado mirando fijamente a Royd.
– ¿Nada de que ocuparse? -repitió.
– En realidad, estoy equivocado -dijo Royd-. Cuando se trata de Devlin, siempre hay algo de que ocuparse.
– ¿De qué?
Dios, qué mareado estaba, pensó Royd cuando empezó a caminar detrás de MacDuff.
– De la limpieza.
Sophie apagó el móvil. Maldito Royd. Ella no necesitaba eso. Algo estaba ocurriendo y la estaban dejando de lado…
– Mamá.
Se volvió hacia la cama. Había que olvidarse de Royd. Su deber esa noche era estar junto a su hijo.
– Voy. -Dejó el teléfono sobre la mesa y cruzó la habitación hacia donde estaba Michael-. No era nada. Sólo Royd que quería saber cómo estábamos. -Sophie se metió en la cama y lo abrazó-. Ha preguntado por ti.
– Estoy bien.
No estaba bien. A Michael le había impactado la noticia como ella temía.
– Eso le he dicho.
Michael guardó silencio un momento, antes de preguntar, con un susurro de voz:
– ¿Por qué? -Las lágrimas le bañaban las mejillas-. ¿Por qué papá?
– Te lo he dicho. -Sophie procuraba no mostrar su emoción-. No estoy segura. Pero creo que está relacionado con lo que yo hago, Michael. Jamás pensé que afectaría a tu padre. Pero si quieres culparme a mí, no te lo reprocharé.
– ¿Culparte a ti? -Michael apoyó la cabeza en su hombro-. Tú sólo intentas parar a esos hombres malos. Fueron ellos -dijo, y cerró los puños con fuerza sobre la blusa de su madre-. Yo… lo quería, mamá.
– Ya lo sé.
– Me da… vergüenza. A veces, me enfadaba con él.
– ¿Te enfadabas? -preguntó ella, acariciándole el pelo-. ¿Por qué?
– Me hacía sentirme… No quería que yo estuviera cerca de él. La verdad, no quería.
– Claro que quería.
Michael negó con un gesto de la cabeza.
– Yo era un estorbo. Lo molestaba. A veces pensaba que él creía que yo estaba… loco.
– Eso no es verdad. -Sin embargo, pensó, un chico tan sensible como Michael habría percibido esas vibraciones que emitía Dave-. Y no era culpa tuya.
– Yo era un estorbo para él -repetía Michael.
– Escúchame, Michael. Cuando un hombre y una mujer tienen un hijo, es su deber estar a su lado, por muy difícil que sean las cosas. Es su trabajo. Eso es la familia. Tú hiciste todo lo que podías para superar el problema que tienes y él debería haberte ayudado. Él era el que fallaba, no tú. -Sophie lo estrechó con fuerza-. Deja de pensar en la culpa. Piensa en los buenos momentos que compartiste con él. Recuerdo que te regaló ese Hummer de juguete cuando cumpliste cinco años y los dos estuvisteis todo el día jugando. ¿Recuerdas ese día, Michael?
– Sí. -Las lágrimas seguían fluyendo, más abundantes-. ¿Estás segura de que yo no lo hice sentirse descontento?