– No, no lo hiciste. Cuando alguien muere, lo primero que nos preguntamos es si hemos sido buenos con esa persona. -Eran casi las mismas palabras que Royd había dicho esa mañana, pensó Sophie-. Pues tú eras muy bueno. Te lo puedo asegurar.
– ¿Lo dices en serio?
– En serio. -Consuelo era una palabra rara, pensó Sophie, entristecida. La noche anterior, había descansado en brazos de Royd y él le había dado consuelo. Ahora estaba tendida en la cama y consolaba a su hijo. Era como un círculo que no tenía fin. Dios, cómo quería que cesara la necesidad de ese consuelo-. ¿Intentarás dormir? No me apartaré de ti, te lo prometo.
– No tienes que quedarte -dijo él, pero la abrazó con más fuerza-. No soy un bebé. Y no quiero ser un deber para ti. No como lo era para papá.
Maldita sea, se lo había explicado todo mal.
– El deber no es algo malo. Cuando se trata de alguien a quien amas, puede ser una alegría -Lo besó en la mejilla-. Eres una alegría, Michael. Eres mi alegría. Nunca lo olvides.
Había sangre por todas partes. En el suelo, sobre la mesa, corriendo en un hilillo que fluía por debajo de la puerta cerrada al otro lado de la habitación.
MacDuff se detuvo en la entrada de la pequeña cabaña y soltó una sarta de imprecaciones.
– La limpieza -murmuró Royd, mientras miraba el caos y la sangre por encima del hombro de MacDuff.
– Cállate -dijo MacDuff, sin contemplaciones-. James, ¿cuántas personas viven aquí?
– El viejo Dermot, su mujer y su hijo. Su hijo se trajo a su pequeña de Glasgow después de divorciarse. -James tragó saliva-. Esa sangre… ¿Quiere que mire en las habitaciones?
– No, yo miraré -dijo MacDuff. Cruzó la sala y abrió la puerta. Se quedó rígido-. Dios mío.
Jock y Royd lo siguieron.
– Madre de Dios -dijo Jock, mirando la carnicería-. ¿Dermot?
– No es fácil afirmarlo -dijo MacDuff, con voz ronca-. Casi le han despedazado la cara. -Entró en la habitación-. Y no ha sido el único.
En el suelo yacía el cuerpo de una mujer. Pelo canoso, delgada, los ojos marrones mirando al vacío. Un hilillo de sangre le manaba de la boca.
– Margaret, la mujer de Dermot. -Jock apretó los labios-. Hijo de puta -Paseó la mirada por la habitación-. ¿Dónde está Mark, el hijo de Dermot? ¿Y la pequeña?
– Quizá hayan escapado. -James Campbell miraba, con el rostro pálido-. Dios, espero que hayan podido escapar.
– Buscadlos -dijo Royd-. Buscad en el resto de la cabaña y en los alrededores. Espero que estés en lo cierto, pero Devlin rara vez deja que se le escape una víctima.
– ¿Una niña? -preguntó Campbell-. Una niña no sería una…
– Buscadlos -dijo Jock.
Campbell asintió con un gesto brusco de la cabeza y salió. Jock se arrodilló junto a Dermot y miró la cara destrozada del pobre anciano.
– Esto es una salvajada. Se ve que se tomó su tiempo. ¿Es sólo un ejemplo o lo hace porque le gusta, Royd?
– Le gusta -dijo Royd-. Antes de pasar por el REM-4 ya era un asesino. Sanborne lo eligió porque creía que soportaría mejor el entrenamiento. -Se volvió hacia MacDuff, que seguía mirando el cadáver de Dermot-. Yo te lo traeré -dijo, torciendo el labio-. No -se corrigió-, lo traeré para mí mismo. Le he clavado un cuchillo y no lo olvidará. Ese cabrón desquiciado tiene muy buena memoria.
– Yo también -dijo MacDuff, entre dientes-. Y soy yo el que le cortará los cojones a ese cabrón. Dermot era uno de los míos. -Giró sobre sus talones-. Vamos a buscar a su hijo.
Se encontraron con Campbell, que venía hacia la cabaña.
– En el pozo -dijo, y tragó saliva mientras señalaba con un gesto de la cabeza hacia el pozo de piedra, a cierta distancia-. Está al otro lado del pozo.
– ¿Muerto? -preguntó MacDuff.
Campbell asintió con un gesto.
– Debe de tener unas cincuenta puñaladas en el cuerpo.
MacDuff guardó silencio un momento.
– ¿Y la pequeña?
– Creemos que está en el pozo. Hemos mirado con una linterna. -Volvió a tragar saliva-. O al menos hay trozos de ella en el fondo. Tiene que haberla… descuartizado.
MacDuff masculló una maldición y empezó a caminar hacia el pozo.
– No tiene que comprobarlo, señor. Es el hijo de Dermot -dijo Campbell, caminando deprisa detrás de él-. Yo lo conozco. No cometería un error.
– No dudo de tu palabra -objetó MacDuff-. Pero tengo que verlos.
– ¿Por qué? -preguntó Royd, cuando él y Jock lo alcanzaron-. Un muerto es un muerto, MacDuff.
– Necesito guardar el recuerdo. -MacDuff había llegado al pozo y miraba el hombre que yacía en el suelo-. El tiempo nos engaña. El odio se disipa, a menos que lo alimentemos, y el recuerdo es el mejor alimento. Puede que no lo entiendas, pero no quiero olvidar jamás lo que ese hombre, Devlin, ha hecho, aunque pasen años antes de que le ponga las manos encima.
– Vaya, entiendo -dijo Royd.
MacDuff lo miró.
– Creo que sí me entiendes. -MacDuff respiró hondo antes de iluminar el fondo del pozo con el haz de la linterna. La apagó enseguida-. Tienes razón, James -dijo, con voz ronca-, la ha descuartizado. -Buscó su teléfono móvil-. Llamaré al juez. Jock, que se quede un hombre aquí para esperarlos. Los demás bajaremos al castillo.
– Yo me quedaré -dijo Jock-. No quiero dejarlo ahora mismo. Era mi amigo. ¿Qué le digo al juez?
– Nada. Les dirás que se trata de un psicópata.-MacDuff se apartó del pozo-. No quiero que me den problemas -dijo, y empezó a bajar hacia la cabaña.
Royd lo observó mientras MacDuff daba órdenes a Campbell y a los demás para que lo siguieran.
– Es bastante impresionante -dijo-. De verdad quiere coger a Devlin.
– Por supuesto -dijo Jock-. Y no me gustaría estar en su pellejo cuando lo atrape.
Royd frunció el ceño.
– No estoy seguro de querer que MacDuff entre en escena.
– Demasiado tarde. MacDuff ahora está involucrado. Podría haberse quedado en segundo plano si sólo se tratara de proteger a Michael. Ahora que Devlin se ha cargado a los suyos, ya no puede permanecer al margen. -Jock siguió a MacDuff hacia la cabaña-. Será mejor que vuelvas al castillo y que te miren ese brazo. ¿Quieres que pida un coche?
Royd negó con un gesto de la cabeza.
– Ya bajaré solo. -Se giró y comenzó a caminar en dirección a MacDuff.
Devlin.
¿Por qué habría enviado Sanborne a ese cabrón loco hasta el castillo? Tendría que haber sabido que habría un baño de sangre.
O quizá no. Devlin siempre había sido lo bastante listo como para hacer creer a Sanborne que era él quien tenía el control. Durante esas últimas semanas en que Royd había conseguido librarse de los efectos del REM-4, había empezado a sospechar que Devlin no era el manipulado sino el manipulador. Le agradaba lo que hacía. Le gustaba la sangre y el poder de matar, eran pasiones que podía cultivar bajo la protección de Sanborne. Quizá el REM-4 hubiera tenido un efecto marginal, pero Devlin era un asesino nato.
Y ahora le habían dado la oportunidad que necesitaba para liberar su lujuria por la violencia. Michael y Sophie eran el blanco, pero eso no había sido suficiente para él. Esa familia que acababa de masacrar sólo le despertaría el apetito. Iría a por el objetivo principal, y no pararía.
Maldito seas, Sanborne.
Voces.
Sophie levantó la cabeza. Había dejado abiertas las ventanas y las voces venían del patio de abajo.
Dejó la cama sigilosamente y se acercó a la ventana. Abajo estaban MacDuff y varios hombres, y detrás venía Royd. Sintió un enorme alivio. Se había quedado despierta después de que Michael se durmiera, preocupada y maldiciéndolo por no haber llamado.
Lanzó una mirada en dirección a Michael. Estaba profundamente dormido y con el monitor conectado. Pensó que podía ausentarse un momento y se dirigió a la puerta.
Al cabo de un momento, ya bajaba por las escaleras a toda prisa y abría la puerta de entrada.