– ¿Por qué? Cuéntame. ¿Qué ha ocurrido esta noche?
– ¿Recuerdas esas ovejas que casi atropellamos esta noche? Aquello alertó a Jock y a MacDuff. Al parecer, el pastor dueño de las ovejas era un hombre muy fiable y nunca habría dejado a esas ovejas salir del corral. Teniendo en cuenta la situación, merecía la pena averiguar qué pasaba.
– ¿Y qué habéis encontrado?
– A Devlin, uno de los hombres de Sanborne. -Se miró el brazo-. En el bosque. Le herí con un cuchillo en el hombro, pero escapó. Aún así, decidí llamarte y comprobar que todo iba bien.
– Y no contarme nada -dijo ella, con la mandíbula tensa.
– No había tiempo, y tú estabas consolando a tu hijo.
– ¿Por qué no había tiempo?
Royd guardó silencio un momento.
– Tuvimos que ir a ver al pastor y su familia.
Sophie se lo quedó mirando. Royd no había tenido problemas para contarle lo del encuentro con Devlin pero, al parecer, no tenía ganas de hablar del pastor.
– ¿Y?
– Muertos. Unas muertes horribles. El pastor, su mujer, su hijo y su nieta, una pequeña de unos siete años.
Ella se sintió sacudida por el terror.
– ¿Qué?
– Lo has oído. ¿Quieres que lo repita?
– ¿Por qué? -preguntó ella, con un murmullo de voz.
Él se encogió de hombros.
– Existe la posibilidad de que el pastor se haya topado de repente con Devlin y que éste lo matara para evitar que revelara su escondite -dijo, y apretó los labios-. Pero no, yo creo que a Devlin se le presentó la oportunidad y la aprovechó. Es un hijo de puta sediento de sangre. Un solo niño no habría sido suficiente para él, así que fue a por el blanco más grande.
– ¿Y tú crees que podría haber venido directamente hasta el castillo?
– En realidad, no. Pero Devlin tiene una tolerancia al dolor muy alta, y simplemente tenía que cerciorarme -dijo él, con voz seca-. Tenía que escuchar tu voz. Tenía una idea de lo que iba a encontrar en esa cabaña. No quería tener que pensar en ti cuando mirara lo que Devlin había hecho. Sabía que me iba a afectar.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
– Por supuesto que te iba a afectar.
Él sacudió la cabeza.
– No habría tenido tanto efecto si hubiera ocurrido en los meses que siguieron a mi huida de Garwood. En aquel entonces, era como si, en lugar de emociones, tuviera callos. No sentía nada. -Hizo una mueca-. Era uno de los efectos secundarios del REM-4. Duraba mucho tiempo.
– Dios mío.
Él sacudió la cabeza.
– Ya estás de nuevo sudando culpa. Debería haberlo sabido. Para alguien como tú, eso sería casi tan terrible como el control de las mentes. Si te hace sentirte mejor, lo que he visto allá arriba en la cabaña me ha destrozado. La pequeña… -dijo Royd. Calló y tragó saliva-. Sí, la verdad es que he sentido muchas cosas allá arriba, en la cabaña.
– A mí no me hace sentirme mejor -dijo ella, con voz temblorosa-. No quiero que sufras. No quiero que nadie sufra. Esa pobre gente… -Respiró hondo-. Ahora entiendo por qué MacDuff ha sido tan seco conmigo. Debe de creer que yo soy la responsable.
– Quizá. Tendrás que preguntarle por la mañana. Sé que está furioso y que piensa ir en busca de Devlin. Si yo no doy con él antes. -Al ver su expresión, agregó-: No me despistará. No tendré que ir a buscarlo. Él me buscará a mí. A Devlin no le gusta que le hagan daño, y yo le he clavado un cuchillo en el hombro. Aunque Sanborne le diga que lo deje, me seguirá el rastro.
– Qué consuelo.
– Sí, es verdad. Me simplificará las cosas -dijo, y se incorporó a duras penas-. ¿Sabes dónde se supone que tengo que dormir en este museo?
– En una habitación dos puertas más allá. Te ayudaré… -dijo Sophie, y calló enseguida-. Lo olvidaba. Ve tu solo. Si te desmayas en el pasillo, pasaré por encima de ti cuando baje a desayunar mañana.
– Me contento con que no me pises -dijo él, y fue hacia el pasillo-. Si tú y Michael me necesitáis, llámame.
– Quieres decir, si necesitamos ayuda.
– Touché. -Royd se detuvo en la puerta-. ¿Quieres desvestirme y mantenerme en la cama? Te dejaré hacerlo.
– No, no quiero. Ya tuviste tu oportunidad.
– Cobarde. No importa. Esta noche no estoy del todo en plenas facultades.
Sophie lo observó salir a paso lento de la habitación. Se sintió tentada de ir tras él. Seguro que le dolía y estaba más indefenso de lo que fingía estar. Se había mostrado más abierto que nunca con ella y, sin duda, aquello era consecuencia del dolor y del estado de shock. Era probable que esa noche, mientras estaba en la cabaña, Royd hubiera deseado que las emociones le fueran tan ajenas como en los tiempos del REM-4.
Un pequeño efecto secundario, había dicho. Otro horror al que tenía que enfrentarse. ¿Qué otros efectos secundarios había tenido el REM-4 en los hombres que habían pasado por Garwood?
Una cosa a la vez. No podía funcionar si se hacía la vida imposible pensando en Garwood. Tenía que seguir. Tenía que proteger a su hijo y destruir a Sanborne y a Boch.
Y tendría que enfrentarse a MacDuff por la mañana y escucharlo mientras él le decía que cogiera a su hijo y se lo llevara lejos de su castillo y de su vida. Después del horror cometido contra la gente que él amaba, no podía haber otro desenlace.
Ya pensarás en ello mañana, pensó, cansada. Por ahora, se quedaría con Michael y se aseguraría de que sus propios horrores no volvieran a visitarlo esa noche.
Capítulo 13
– ¿Puedo hablar con usted?
MacDuff levantó la vista de su mesa y se incorporó.
– No tengo demasiado tiempo, señora Dunston. El magistrado vendrá con unos hombres de Scotland Yard en menos de una hora.
– No me llevará mucho tiempo. -Sophie entró en la biblioteca-. Tenemos que hablar.
– Absolutamente. Pensaba hablar con usted después. ¿Cómo está el niño?
– Nada fuera de lo normal. No podía esperarme que todo fuera bien. Sólo lo he visto unos momentos antes de que fuera a ducharse, pero parece algo mejor que anoche. Y anoche no tuvo terrores nocturnos. Esperaba lo contrario.
– Sólo ha tenido uno desde que llegó. Quizá los supere porque empieza a madurar.
Ella negó con la cabeza.
– No, pero está mejorando.
– Siéntese y deje de dar vueltas -dijo MacDuff-. Estoy muerto de cansancio, he tenido una noche infernal y mi buena educación me impide sentarme hasta que usted me lo permita. Es la cruz que llevo por haber sido criado para administrar este trozo de piedra.
Ella se sentó donde él le señalaba.
– Es un trozo de piedra magnífico y sorprendentemente cómodo.
– En eso estamos de acuerdo. Es el motivo por el que sigo luchando para impedir que el National Trust se haga con él. ¿Café?-No esperó a que Sophie le contestara y le sirvió una taza de la cafetera y se lo pasó-. ¿Leche?
Ella dijo que no con la cabeza.
– Es usted muy amable conmigo. Esperaba más bien que estuviera enfadado.
– Estoy enfadado. Tengo una furia asesina -dijo MacDuff, y se reclinó en su silla-. Pero no contra usted. Yo acepté a Michael y yo soy el responsable de las consecuencias. Sin embargo, esperaba que cualquier ataque me tendría a mí como objetivo, no a mi gente. La carnicería que vimos anoche no tiene sentido.
Sophie se estremeció.
– Es verdad -dijo-. Royd me dijo que fue horrible. Yo esperaba que usted nos pusiera a Michael y a mí de patitas en la calle.
– ¿Y dejar que ese hijo de perra de Sanborne crea que ha ganado aunque sea una pequeña batalla? ¿Que puede enviar a sus asesinos contra nosotros e intimidarme para que le entregue a Michael y él pueda usarlo contra usted? -Los ojos de MacDuff brillaban con la intensidad de su rabia-. Les protegeré a los dos aunque no sea más que para contrariarlo.
– Es probable que tengamos que irnos de todos modos. Puede que la policía venga a hacerle una visita si descubren que he mandado a Michael aquí -dijo, y se le torcieron los labios en una media sonrisa-. Quizá crean que estoy lo bastante loca como para hacerle daño a mi propio hijo.